Es normal estar perdido.

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Querer evitar a tus padres cuando vives con ellos es imposible, así que no pasaron ni tres horas antes de que tocaran a la puerta de mi habitación.

—Pasa —Grité mientras veía el viejo techo.

—Jane —Llamó la voz de mi padre cuando se abrió la puerta. Mis ojos se encontraron con los suyos y pronto me dejé caer de nuevo, las lágrimas comenzaron a salir.

—Lo lamento —Dije con la voz temblorosa mientras se sentaba a un lado de mí.

—¿Por qué te disculpas? —Preguntó mientras retiraba el cabello de mi cara.

—No he hecho bien las cosas —Me encogí de hombros, soltando un profundo suspiro.

—Nadie hace bien las cosas a tu edad —Mi padre me dedicó una pequeña sonrisa mientras recorría el pequeño cuarto con sus ojos — Veo que necesitarás un nuevo estante para tus libros, ese está muy pequeño y viejo —Apuntó al intento de estante que apenas contenía la mistad de mis libros y ya parecía dispuesto a dejarse vencer.

—Es cierto —Asentí aun llorando —Pero yo quería hacer bien las cosas —Hice un puchero.

—Has hecho bien en regresar a casa, aquí podemos ayudarte —Puso su mano en mi hombro — Ya no llores, toma todo lo que pasó como un aprendizaje y ahora hay que comenzar desde cero. Esa es la parte más divertida de todo —Sonrió nuevamente y aunque sus palabras eran acertadas, el que me dijera eso sólo me puso a pensar en cuando comenzó desde cero con otra mujer y con otro bebé.

—Elizabeth, ella luce como todos a esa edad, perdidos. Y no está mal que lo esté, pronto comenzará a tomar vuelo, de eso se trata vivir ¿O ya lo olvidaste? —Preguntó mi padre, yo me detuve en las escaleras para escucharlos sin ser vista.

—Ya lo sé George —Contestó mi madre —Pero sabes cómo es, si la dejamos caer ella no hará nada para levantarse, ya se ha equivocado mucho, es hora de que madure.

—Entonces deja de tratarla como una niña —Mi padre comenzó a caminar hacia la puerta y yo corrí a mi habitación, definitivamente eso de regresar a casa de mi madre la había convertido en la niña de hace 10 años.

—Jane, ¡mañana paso por ti para comprar cosas para tu habitación! —Gritó mi padre.

—De acuerdo —Contesté asomándome por la puerta de mi habitación.

Al principio esperaba que mi padre me regañara igual que mamá pero él siempre ha sido así, odia las discusiones y es incómodo ahondar en detalles, así que agradecí mucho que no mencionara mi ruptura ni mi desaparición.

—Lamento haber sido dura contigo Jane —Dijo mi madre durante una silenciosa cena.

—No, por favor no te disculpes —Conteste odiándome, ella jamás se disculpaba y mucho menos si tenía razón — Todo lo que dijiste es cierto, soy inmadura y necesito cambiar —Asentí.

—Todos necesitamos crecer —Sonrió con tristeza — Y debería estar apoyándote en vez de echarte cosas en cara, todos tenemos derecho a equivocarnos y encontrar el camino de regreso —Asintió mirando la cena.

—Gracias mamá —Sonreí acomodando mi mano sobre la suya.

No había salido de casa desde que había llegado y ya había escuchado a las vecinas chismosas preguntándole a mi madre por mí. "¿Es su hija Jane?, ¡Qué grande está!, ¿Qué estudió?, ¿Ya está trabajando?" Para cuando llegaban a la última pregunta me daban ganas de correr y cerrarles la puerta en la cara con un JÓDANSE pero mi madre era demasiado amable para hacer algo así. Mañana saldría por primera vez al mundo después de haber estado en confinamiento y el simple hecho de pensar en eso me hacía sentir mareada. Había extrañado a mis padres pero ya me había convertido en una persona solitaria, por lo que ahora extrañaba el silencio acompañado de una buena copa de vino y con la mirada y los pensamientos perdidos en otra parte.

Mi padre pasó por mí a las 10 de la mañana, demasiado temprano después de que viví un año como una chica sin estudios, sin trabajos y sin grandes obligaciones. En el lugar del copiloto se encontraba Tessa, que me dedicó una amplia sonrisa para luego bajar del coche y correr hacia mí con su largo cabello rubio de un lado al otro y sus largas piernas de modelo, mi pequeña hermana (media-hermana) se había convertido en una mujer.

—Veinte años no pasan en vano —Dije cuando la abracé.

—Veinticinco tampoco —Soltó una carcajada, sus brazos me apretaba con fuerza — Luces muy pálida Jane, necesitaremos ir a la playa.

—Tú también luces hermosa Tess —Le dediqué una amplia sonrisa.

Subimos al auto de mi padre, que lucía contento, tenía a sus dos hijas junto a él.

Después de tomar un café mi padre nos llevó de compras, yo me enfoqué en cosas para mi habitación y Tessa buscó un nuevo guarda ropa y aunque pareciera imposible, nadie intentó comenzar una conversación sobre lo que había pasado.

—Escuché que tienes un perro —Comentó Tessa mientras regresábamos a casa después de las compras.

—Sí, es un bebé —Sonreí.

—¿Lo adoptaste en Nueva York? —Preguntó Tessa interesada.

—Me lo regaló un amigo ¿Recuerdas a Leo?

—¡Sí! ¡Leo! —Sonrió recordando aquél año nuevo en el que todo parecía fácil y posible.

—Bueno, pues un amigo nuestro. En mi cumpleaños —Sonreí ampliamente.

—¡Muero por verlo!

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Cuando ella se fue.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora