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Blake.
Mi madre.
Sam.
Sus nombres se repetían una y otra vez en mi cabeza, primero murmullos, luego se convirtieron en gritos.
Blake.
Mi madre.
Sam.
   Grité varias veces, perdí la cuenta. Lloré por horas, perdí la cuenta. Lo llamé varias veces, perdí la cuenta. Intentaron consolarme muchas personas, perdí la cuenta...
   Ese es el problema con el dolor, pierdes la cuenta de todo porque solo te importa una sola cosa.
   Y a mí me importaba un muerto.

—Sam te dejó esto— Lila me tendió una hoja de papel doblada en cuatro partes, arrugada y algo maltratada. Ni siquiera la miré, había llegado al punto del vacío; ves fijamente algo pero en realidad no lo miras, oyes lo que los demás dicen a tu alrededor pero en realidad no los escuchas, era como estar perdido, llorando sin siquiera darle importancia a la cantidad de lagrimas que salían de tus ojos hasta quedar deshidratada y morir sin que te importara.
   Algunos lo definen como depresión, yo lo defino como el simple hecho de necesidad, dolor y nostalgia. No podía definirlo como corazón roto, ya que ni siquiera tenía el mío ahora.
   Salí del hospital tres días después. Volver a mi apartamento no era del todo satisfactorio. Muerte. Estaba en todas partes.
   Mi abuela abrió la puerta y pasé detrás de ella mirando el suelo, arrastrando los pies y con las manos en los bolsillos de la chaqueta. En realidad nunca vi que ella demostrara que estaba alegre de que no hubiera muerto, tenía la misma inexpresividad de siempre.
   Me encerré en mi cuarto, nada de lo que nadie dijera podría cambiar algo. La vida no era un montón de finales felices, era un montón de eventos aleatorios. La gente decide como ver las cosas, ser positivo, realista o negativo... no depende de la situación, depende de la persona.
   Supongo que soy bastante optimista para ser una pesimista.

   Después de tantos funerales, me había dado cuenta de que no eran para los muertos, eran para los vivos. Era una forma de despedida sin tener que en realidad decir adiós, solo veías como enterraban a alguien tres metros bajo tierra y te preguntabas las posibilidades.
   Todos, y con todos me refiero incluso a personas que ni siquiera conocía, me daban el pésame, a mí y a sus padres pero sobre todo a sus padres obviamente.
   Yo solo estaba sentada junto a Lila, ella se quedó junto a mí todo el tiempo. Al principio no me atreví a acercarme al ataúd, supongo que era por miedo pero en realidad no sabía por qué.
  Antes de que lo enterraran, Lila y yo nos acercamos, sus ojos estaban cerrados (obviamente sino que miedo) y eso me hizo recordar que no volvería a ver aquellos ojos topacio, parecía tranquilo, nadie nunca creería que estaba dormido, no podías cambiar el hecho de que estaba muerto.
   Lloré en silencio, llevaba puesta su sudadera gris, aquella que parecía habérmela dado hace ya mucho tiempo. Comenzó a llover ligeramente, algunos sacaron sus sombrillas, supongo que había pronóstico de lluvia. Yo no me inmuté.
   Y me quedé ahí incluso cuando todos se fueron, cruzada de piernas con la espalda recargada sobre la lápida, llorando.
—Hey— dijo Lila a pocos metros frente a mí —¿No deberías ir a casa? Te vas a resfriar.
—Supongo que eso es lo de menos— mascullé. Se acercó a mí y me hizo alzar la vista. El silencio se alargó y la lluvia se hizo más gélida.
—¿Te puedo hacer una pregunta?
—¿Tengo que dar una respuesta?
—¿Te acostaste con él?— «Que directa»
—No— respondí indiferente.
—¿Ni siquiera estuviste a punto de?
—No.
—¿Tan siquiera un poquito?
—Puedo tener sexo con la lápida si tanto quieres que pierda mi virginidad.
   Se rió, aunque luego me miró de una forma lastimera.
—Ven, te llevaré a casa— señaló con la cabeza su auto.
—No pienso volver con esa mujer— dije, ella sabía que no quería volver con mi abuela.
—Entonces vamos a mi casa— dijo mordiéndose el labio.
—Ok, solo... dame un minuto— dije haciendo una mueca.
—No hay problema— se dio la vuelta y se dirigió a su auto dejándome sola otra vez.
   Dentro de la sudadera, estaba la carta que me había dejado Sam. Dudé por un momento pero luego la saqué del bolsillo decidida a leerla.
   Me temblaron las manos y una lágrima resbaló por mi mejilla mientras comenzaba a leer su caligrafía.

   Kate,
Seguro me odias por hacer algo como esto, pero mi excusa siempre fuiste tú. Puedes culparte o vivir con ello, y lo que menos quiero es causarte dolor aunque supongo que no puedes evitar tal cosa. Dirás que un alma rota es peor que un corazón hecho pedazos y eso no te lo discuto, pero el asunto es que siempre habrá alguien que te ayude a reunir los pedazos, metafóricamente hablando claro.
¿Qué más? Ah sí, soy un estúpido. Y sé que no me lo vas a discutir. Soy un estúpido por no haberme dejado amarte desde un principio. Perdón por el café, perdón por hacerte esperar, perdón por amarte tan incontrolablemente.
No soy bueno en poesía (y lo sabes mejor que nadie) así que no me esforzaré en hacer el peor poema del mundo. Créeme que estoy haciendo un intento en no decir estupideces.
El punto es que... te amo. Demasiado como para poder escribirlo. Me acabaría más rápido la tinta de esta pluma de lo que tú serías capaz y eso es mucho decir.
Hazme un favor y no te detengas, mereces una buena vida.
Cuida de ese corazón por mí, ¿sí?
Con amor, Sam.
P. D.: Te amo de aquí a la luna y de vuelta, Katherine McAfee.

—Y yo de aquí a Plutón.

Time to let goDonde viven las historias. Descúbrelo ahora