Epílogo

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   Kate no salió de su apartamento en una semana. Supongo que a su abuela en realidad no le importaba.
Cuando estábamos en la escuela, era normal que siempre andara cabizbaja. Después de dos semanas volvió al voleibol, el entrenador se alegró en tenerla de vuelta y ella solo sonreía cuando era necesario aunque yo sabía que no era real. No volvió a dibujar, no había tocado su cuaderno de bocetos desde que su madre murió, solo se quedaba ahí, viendo al vacío a través de su ventana.
   Tenía una teoría: fue más fácil con Blake porque tenía a su madre, a Sam y a mí; fue más fácil con lo de su madre porque nos tenía a Sam y a mí... supongo que Sam fue la gota que derramó el vaso para que ella cayera en depresión.
   Alessia y yo éramos las únicas que en realidad se podría decir que sabíamos lo que pasaba por su cabeza, era un simple y sencillo pensamiento que complicaba todo para ella, incluso tenía nombre y apellido.
   Sam Miller.
   Al mes, Alessia se había tenido que mudar a Arizona por la universidad, lo cual solo nos dejaba a Kate y a mí supongo.
   De pequeña yo creía en finales felices, pero la vida era un montón de eventos aleatorios, en eso concordaba con Kate; en un par de semanas cumpliría los dieciocho y hasta ahora las cosas no mejoran, pero tampoco empeoran, se quedan en el mismo límite.
   Mis padres se divorciaron a mediados de abril, mi hermano consiguió una beca en Stanford y antes de dejarme a merced de mi madre me hizo prometer que me cuidaría. Como si no pudiera cuidarme yo sola.
   Y para Kate... bueno, lo único que puedo decir es que consiguió una beca en una academia de arte en Boston, la carta de aceptación había llegado en mayo, por un momento la había visto sonreír, saltar, gritar de la emoción, era como si de repente hubiera vuelto.
   Por otro lado, yo, me quedaría en California, con Liam. Iríamos a la universidad juntos, tal vez conseguiría un empleo de medio tiempo en un Starbucks, sí eso suena bien.
   Todo había cambiado y no puedo decir que las cosas mejoraban, porque no dejaron de empeorar.

   Estábamos de vacaciones, poco después de graduarnos. Era 13 de junio, sábado, un día hermoso debo decir.
   Kate tendría que irse a Boston en tres semanas, su apariencia también había cambiado, las puntas de su cabello castaño eran de un tono rojizo claro y se había hecho tres perforaciones en el oído derecho en los que tenía pequeños aretes, nada exagerado, solo aretes que en realidad no parecían para nada piercings. Y yo... supongo que seguía siendo yo.
—Por Dios, me estoy asando— dijo Kate mientras caminábamos por el centro comercial buscando las cosas que ella necesitaba para Boston.
—Relájate, solo nos falta... ¿qué nos falta?— pregunté.
—Llevamos cinco minutos— me recordó Kate.
—Cierto— en definición acabábamos de entrar a la tienda. Kate suspiró, hacía bastante calor afuera, ambas estábamos sudando —¿Tienes una liga?
—Sí, toma— me tendió una de las que traía en la muñeca y se sujetó el cabello en una coleta en cuestión de segundos mientras yo intentaba hacer algo con mi cabello —Voy a ir por unas cosas, mientras tú puedes buscar una maleta, ¿sí?
—Claro— me di la vuelta y me encaminé hacia las maletas, vi de precios elevados hasta unos que de veras me hacían quedar boquiabierta. Mientras tomaba una etiqueta, el suelo comenzó a tambalearse y los estantes se balanceaban. Terremoto.
   Todo el edificio se sacudió violentamente, la gente salía despavorida por las salidas de emergencia y yo los seguí buscando a Kate entre la muchedumbre.
    Pequeñas grietas se abrieron paso a través del suelo, las columnas que sostenían el edificio se sacudían.
—¡Lila!— escuché a alguien gritar detrás de mí, sentí que alguien me empujó y caí al suelo. Detrás de mí, una de las columnas había caído de lleno sobre alguien.
—¡Kate!— estaba atrapada, le había caído sobre las piernas pero no del todo, solo las tenía atrapadas entre los estantes, las movía dando patadas para intentar liberarlas, pero era inútil.
—¡Vete!— gritó viendo como las grietas se extendían. Se sintió otra sacudida y la gente no dejaba de gritar, intenté sacarla de ahí —¡Debes irte, Lila! ¡Escúchame!
—¡No!— estaba demasiado concentrada en sacarla de ahí que no pude prever su siguiente empujón. Lo había hecho con más fuerza esta vez, caí de espaldas tosiendo entre todo aquel polvo. Al alzar la vista, el techo se había venido abajo, había demasiado polvo y no podía ver mucho que digamos.
—¿Kate?— tosí, me acerqué a donde supuse que ella seguía atrapada pero solo vi un montón de escombros —¡Kate!
   Aparté los escombros desesperadamente con ojos llorosos y hablando entre dientes.
—Ella no... por favor, a ella no...
   Una mano cubierta de polvo y cenizas asomaba entre los escombros, aparté varios bloques de cemento hasta poder ver su rostro, sus pulmones exigieron oxígeno al poder volver a respirar.
—Sam...— murmuró débilmente mirando el vacío.
—Kate, no... mírame, mírame, Kate, mírame, mírame...
   Sus ojos quedaron fijos en mí, y al final, sólo veía una mirada perdida, sosteniendo una mano fría.

   Había una vez cuatro semillas en un plato, cada una era una persona diferente. La más grande era el chico de los ojos azules, la más pequeña era la chica del corazón roto, la más alejada de todas era la chica de la mirada asesina y la última era la rubia de la mala suerte.
   La vida es una serie de eventos aleatorios, una ruleta que no deja de dar vueltas.
   Y la mía varias veces se ha detenido en calaveras.
   Porque al final, siempre fui la última semilla.

Time to let goDonde viven las historias. Descúbrelo ahora