Conocer a los padres de Sam no era la gran cosa. La gran cosa era agradarles. Y el asunto de la gran cosa era que no parecía que les agradara mucho.
No le solté la mano a Sam mientras cenábamos, el señor Miller fue un poco (solo un poco) más agradable conmigo cuando toqué el timbre.
—Hola— saludé tímidamente cuando abrió la puerta.
—Así que tú eres Kate, es un placer— estreché su mano firmemente mientras seguía dirigiéndole una sonrisa.
—El placer es mío, señor— intenté ser formal aunque no era muy fácil ocultar el sarcasmo. Con un ademán, me indicó que pasara.
—¡Sam!— gritó a las escaleras en las que segundos después bajó el chico de ojos azules.
Me sonrió, no se podría decir que ninguno de los dos iba exactamente formal, yo llevaba jeans oscuros, botas que llegaban hasta las rodillas y un suéter azul, mi excusa para no ir formal era que hacía frío.
La señora Miller asomó su cabeza desde la cocina. Tenía los ojos de Sam y el cabello de un rojizo zanahoria. La saludé, sus ojos me examinaron de pies a cabeza, me sentí incomoda. Sam me rodeó los hombros, supongo que sabía que me sentiría extraña.
—Mamá, ella es Kate— me presentó esperando a que su madre dijera algo.
—E-es un placer, señora Miller— tartamudeé nerviosa.
—Igualmente. Pasa, querida— señaló la cocina con la cabeza.
De pequeña cuando yo me imaginaba teniendo novio, él era el que se presentaba con mis padres e intentaba dar una buena impresión. El punto era que ya no había padres que impresionar. En cambio yo tenía que impresionar a los suyos con el encanto con el que no fui dotada.
—Siento mucho lo de tu madre— dijo la mujer sin mirarme a los ojos —Sam dijo que ahora estás con tu abuela.
—Sí, bueno... en realidad ella solo está viviendo ahí, yo puedo cuidarme sola... supongo que es lo que siempre he hecho.
Mentiras no eran y se me daba bien decir la verdad en momentos indicados. ¡Genial! ¡Descubrí que tengo talento para algo!
—¿Kate viene de Kaitlin o de Katherine?— preguntó su padre con voz calmada.
—De Katherine, señor— respondí —Pero en realidad nadie me llama por mi nombre completo.
Mis padres habían decidido ponerme Katherine Josephine McAfee por alguna razón que no pude entender ya que mi madre quería ponerme Jennifer y mi padre Susan así que no sé de dónde rayos sacaron Katherine.
—¿Te gusta el estofado, Kate?— preguntó la señora Miller.
—Eh... en realidad soy vegetariana— dije tímidamente. Me había hecho vegetariana a fuerzas pero eso no cambiaba el hecho de que era vegetariana. Pero tampoco cambiaba el hecho de que extrañaba el tocino.
—Oh, no hay problema— dijo la señora Miller con una media sonrisa. Comenzó a servir la comida, yo solo tomé puré de patatas y ensalada con poco aderezo.
Comenzaron a hacerme preguntas, que si tenía hermanos, como me iba en la escuela, voleibol, cómo conocí a Sam... cosas así, hasta que la madre de Sam preguntó sobre mi salud.
—Jocelyn— le advirtió su marido.
—Bueno...— me quedé en blanco, miré a Sam por un momento —Sigo... buscando un donador.
—¿Donador?— preguntó la señora.
Miré a Sam, «¿Ella no sabe?» pregunté con la mirada, él solo negó con la cabeza débilmente.
Al parecer su padre sí sabía del tema.
—Yo... esto...— dije aunque no encontraba las palabras adecuadas para decir que la novia de su hijo se estaba muriendo.
—Tiene un problema en el corazón— dijo Sam interrumpiéndome (salvándome) —Y necesita un donador.
Eso dejó sin palabras a su madre, su expresión me recordaba a la de mi mamá cuando se preocupaba, sus ojos se abrían y sus pupilas se dilataban, los labios se le curveaban y tenía aquella mirada de sorpresa.
—¿Y... desde cuando... buscas un donador?— preguntó.
—Desde diciembre— declaré mordiéndome el labio inferior. Nadie dijo nada sobre el tema, eran cerca de las siete y comenzaba a oscurecerse; cambiaron de tema, aunque podría decirse que Sam era el que menos ponía atención en la mesa.
Después de cenar, Sam y yo salimos a su patio, a ninguno le importó que estuviera haciendo frío o que prácticamente no pudiéramos ver mucho.
—¿Crees que les agradé?
—Nah, te amaron— respondió —No tanto como yo pero aún así.
Reí y lo busqué en la oscuridad aunque no lo encontré hasta que sentí que un par de brazos me alzaban del suelo mientras soltaba un pequeño grito de sorpresa y comenzaba a reír junto con Sam quien me daba vueltas como si bailara conmigo en una noche sin estrellas.
Me robó un beso. Mariposas... y todo un maldito zoológico.
—Te amo— dijo cuando se separó de mí, sus ojos resplandecían con las débiles luces del interior de la casa.
—¿En serio?— pregunté sonriendo.
—De aquí a la Luna y de vuelta— bromeó, diciendo lo que siempre me decía antes de dormir, se había convertido en nuestra forma de decir adiós sin tener que decir adiós.
—Y yo de aquí a Plutón.Sam me daba pequeños empujones en aquellos columpios oxidados del parque. Lila y Liam habían ido al cine y nosotros nos quedamos allí, bromeando un poco mientras Sam correteaba, daba vueltas y demás porque yo estaba bastante débil como para hacer eso así que yo solo lo veía desde el columpio sin dejar de reír.
—¿Qué es esto?— me quitó el gorro gris de la cabeza y se lo colocó sobre su cabello rizado cubriéndole los ojos —¿Es para dormir en clase? Porque quiero uno de estos.
No pude evitar reír, se sentó junto a mí en el columpio de al lado colocándose el gorro de una mejor manera. Me miró a los ojos y yo le devolví la mirada.
—¿Qué?— pregunté.
—Nada— dijo, respiró hondo y luego añadió: —¿Cómo te sientes?
—Débil— en realidad no quería darle detalles, no quería preocuparlo pero no debía decir mucho para saber que estaba muriendo.
Podía escuchar los latidos de mi débil corazón palpitar en mis oídos, intenté sonreír, ignorar lo evidente.
Miré el suelo a mis pies y aquella extraña cosa verde también conocida como césped, extrañaría ese parque, esos columpios, extrañaría a Sam.
—¿Qué tal si te doy un empujón?— propuso poniéndose de pie, no esperó a que respondiera y tiró de las cadenas para darle impulso y luego soltarme.
Después de un rato, estaba cansada.
—¿Estás bien?— preguntó Sam preocupado.
—Sí, solo... estoy cansada— respondí.
—Te traeré agua— se alejó caminando hacia su auto, me recargué sobre el tubo del columpio y lo miré alejarse trotando, esperando a que con su torpeza no se tropezara.
De un momento a otro, me faltaba el aire, caí de rodillas contra la tierra. El dolor era demasiado fuerte, más que cualquier otro que hubiera sentido en toda mi vida, se me nubló la vista.
—¡Kate!— Sam corrió hacia mí, me tomó en sus brazos levantándome del suelo mientras un chico junto a él llamaba a emergencias.
—Sam...— fue lo único que logré decir, sentía que me oprimían el pecho, no podía moverme, me pitaban los oídos y escuchaba a Sam decir mi nombre frenéticamente mientras me tomaba la mano.
Y todo desapareció.
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Time to let go
RomanceLa vida es una serie de eventos aleatorios. Supongo que la muerte es uno de ellos. Al igual que el resto de mis días contados. ¿Me han roto el corazón? Una pregunta bastante estúpida. Es como si me preguntaran si sé respirar. Dicen que el tiempo a...