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Me encerré en mi cuarto. Mi mamá me había preguntado si había estado llorando, tenía los ojos rojos; le dije, no quería mentirle, menos a ella.
Había cerrado la puerta, salido por la ventana del departamento y había subido por las escaleras de incendios hasta el tejado. Me senté en el bordillo, como hacía siempre que necesitaba aire fresco.
Hacía frío pero no me importó. Le daba vueltas al celular entre mis manos, mirando la calle bajo mis pies descalzos unos siete pisos más abajo.
Había mucho tráfico, como siempre, aunque no tanto como en Main Street. Las luces de los autos proyectaban sombras en los edificios; mis ojos se llenaron de lágrimas.
Miré el cielo, no había estrellas, solo la bella luna creciente. El sol aún podía verse en el horizonte: una delgada línea luminosa entre el día y la noche.
Ahí nadie me vería llorar, nadie subiría y escucharía mis sollozos, estaba sola...
El celular vibró entre mis manos, le di la vuelta para ver la pantalla, estuve a punto de responder la llamada pero antes de eso vi su nombre y su fotografía en la pantalla.
Henry...
Mi dedo vaciló aunque luego no dudé en presionar el botón de Ignorar. Me levanté, el viento me revolvía el cabello, metí las manos en los bolsillos y di vueltas por el techo, el cemento se sentía bastante frío bajo mis pies. Quería gritar, romper algo, lanzar lo que estuviera a mi alcance y ver cómo se hacía trizas... estaba molesta, conmigo por ser tan estúpida pero sobretodo con él.
El teléfono volvió a vibrar, dejé que sonara todo lo que quisiera, no me importaba. Después de vigésimo tercer timbre, dejó de vibrar.
Llamada perdida se leía en la pantalla. Y volvió a sonar. Esa noche, me llamó cuatro veces.
Lloré, lloré y lloré. No había llorado tanto desde que tenía dos años.
Comencé a bajar las escaleras con la intención de volver a mi habitación, quería dibujar, tenía que dibujar.
Me acabé lo que quedaba de tinta china, no dormí mucho que digamos, pero tampoco puedo decir que yo quisiera dormir, simplemente no podía.
Lo dibujé a él, envuelto en sombras, desapareciendo entre un mundo lejos de mis manos, donde no podría hacerme daño... nunca más.

—Hice otro— mencioné cabizbaja, aún sin tocar la comida en la bandeja.
—¿Puedo ver?— preguntó Blake frente a mí. Lila no estaba, había tenido que salir a Boston un par de días por el trabajo de su padre por lo que se había cancelado lo de ir a su casa hoy, así que ahora solo éramos Blake y yo. Blake era la única que podía interpretar mis dibujos, Lila los veía y para ella solo era un dibujo bonito, pero Blake lograba traducir mis bocetos en las palabras que yo no lograba expresar.
Le pasé el bloc, ella lo abrió en la página que contenía más tinta que ningún otro dibujo en el cuaderno.
—Es otro de tus demonios ahora— señaló con una mueca.
—Me acabé la tinta,— comenté —a menos que me compres otra no podré dibujarte.
Ella sonrió por un momento aunque luego me devolvió el bloc de dibujo.
Aquella era mi forma de evadir las cosas, le sacaba la vuelta por así decirle o le ponía un poco de humor. Siempre funcionaba, pero no para Blake.
—Te compraré otra— dijo cruzándose de brazos —Conociéndote no vas a dejar de dibujar en unas semanas.
Eso lo deduje fácilmente: «Vas a dibujar hasta que lo olvides».
—O puedo usar carboncillo... tampoco tengo pero la intención es lo que cuenta.
Le di una miserable mordida a mi miserable burrito. El silencio se alargó hasta que Blake volvió a hablar en un murmullo.
—¿Estás bien?— preguntó con aquella mirada de preocupación.
—Quiero dibujar, Blake— murmuré mirándome las manos vacías —Sabes que eso significa que no estoy bien.
Ella asintió. Lo sabia mejor que nadie, incluso mejor que Lila.
—Vamos a mi casa después de la escuela— no era una pregunta, era más bien una propuesta —Y así podrás dibujar a esta belleza.
Me dirigió una sonrisa, tal vez esperando a que me opusiera o yo qué iba a saber.
—Ok.
Sonó el timbre, me eché a la boca lo que quedaba de mi burrito masticando como pude, Blake me acompañó al pasillo, ambas teníamos comida en la boca cuando nos fuimos a nuestras clases, a ella le tocaba química y a mí Arte. Oh yeah.
Era mi clase favorita. Aunque el hecho de dibujar a color era algo del otro mundo para mí. Yo tenía la costumbre de dibujar a banco y negro, me gustaba más el efecto en las sombras y en el matiz, además, agregarle color lo hacía menos profundo.
Tocaba teoría (la parte más aburrida de una clase tan dinámica), así que solo me sentaba a escuchar sobre las técnicas, los pinceles y todo eso. Van Gogh era mi pintor favorito, adoraba la técnica de los espirales que solía usar, claro está que yo nunca intenté utilizarla excepto la vez en que Henry me había retado a hacerlo... rompí la pintura anoche. Ups.
El resto del día fue igual que los otros, supongo. La única diferencia era que al regresar a mi casillero, él y Megan tenían una escena. Me daban asco.
Aún lo miraba sentarse frente a mí en Inglés, no lo podía evitar por más que apartaba la vista un millón de veces.
Llamé a mi mamá saliendo de la escuela, me dejó irme con Blake después de insistirle un par de veces, aunque dejó en claro volver antes de cenar. Lo que significaba que tenía hasta las siete.
La casa de Blake estaba un poco más lejos que la mía, cruzamos varias calles, unas con más tráfico que otras.
—Creo que yo tengo un poco de tinta en mi casa— dijo pensativa.
—A estas alturas con cualquier pluma que raye me basta— bromeé aunque una parte de mí llegaba a creer que era cierto.
—Entonces te prestaré la primera que me encuentre— sonrió.
Minutos después llegamos al vecindario, su casa era de un marrón opaco, el sol se había comido la pintura con los años y comenzaba a caerse poco a poco pero si ignorábamos aquel diminuto detalle, era una casa bastante bonita. Dos pisos y un jardín atrás, la señora Adams me sonrió amablemente al abrir la puerta.
—Kate, es un gusto verte— dijo limpiándose las manos en el delantal —¿Cómo está tu madre?
—Muy bien, gracias.
—Pasa— Blake pasó primero y con la cabeza me señaló las escaleras.
—Un gusto verla igual, señora— dije devolviéndole la sonrisa y siguiendo a Blake escaleras arriba.
Su cuarto me recordaba a un fuerte. La cama en medio de la habitación, las ventanas semi abiertas y las cosas "acomodadas". Cerró la puerta y dejó la mochila en el suelo, la imité.
—Adivina— dijo tirándose en la cama, me tiré junto a ella con las piernas colgando del borde.
—¿Qué?
—David me invitó al cine.
—¿El pelirrojo de la clase de Geometría?
—Sí...
—Uhhhh— le di un leve codazo.
—Oh, cállate.
—¿Y crees que tu mamá te deje?
—Tengo 15... es normal— declaró.
—¿Y tu papá?
—Umm... ya me idearé algo, quizá improvise.
Me reí, miré el techo, y las sombras comenzaron a fluir... como la tinta...
—Hey— Blake pasó su mano frente a mis ojos —¿Otra vez?
—Sabes que cuando mis sentimientos se alocan sucede más seguido.
Cerré los ojos, hasta que se me aclaró la vista otra vez.
Empezamos a hablar de tonterías, del pelirrojo con el que iría al cine, de la estupidez que hice en matemáticas (larga historia que prefiero no narrar), y del hecho de que Lila seguramente estaría teniendo más diversión que nosotras en esos momentos.
La madre de Blake nos ofreció galletas y sin darme cuenta eran harto para las siete.
—Me tengo que ir— tomé mi mochila y el bloc de la mesa, no sin antes arrancar el último dibujo —Ahí tienes.
Blake tomó el boceto, dibujarla a ella fue más sencillo de lo que pensé que sería.
—Gracias— con un alfiler, colgó el boceto debajo de su calendario —Será mi nuevo espejo.
Volví a mi departamento, me dolían los pies y la mochila pesaba en mis hombros. «Ya quiero llegar» pensé distraídamente. Deslicé la llave sobre el cerrojo y la puerta se abrió, olía a nuez moscada y a canela.
—¡Mamá, ya llegué!
—Hay pastel en el horno, cariño, puedes servirte— dijo desde su habitación.
Después de cenar, volví a encerrarme en mi cuarto con la música a todo volumen, Paramore sonaba desde las bocinas mientras tarareaba.

Y así pasaron los días. Cada vez que llagaba a mi casillero me lo encontraba, me mordía el labio y seguía caminando, intentando fingir que no me importaba. Varias veces estaban él y Megan, tomados de la mano, abrazados, besándose... pasaba de largo, los ignoraba, o al menos lo intentaba. No podía olvidarlo...
Él había seguido con su vida y yo solo miraba como lo hacía.

Time to let goDonde viven las historias. Descúbrelo ahora