Maximiliano

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   Érase una vez, un niño de no más de 9 años que jugaba junto a su hermana menor

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   Érase una vez, un niño de no más de 9 años que jugaba junto a su hermana menor. La pequeña nena reía gracias a las cosquillas que su hermano le hacía, y éste se sentía contagiado por la dulce risa de la niña. Sin embargo, el niño intentaba, con juegos y risas, distraer a su hermana para que olvidara el hecho de que sus padres aún no habían llegado, que seguían buscando algo que comprar para comer. Evitaba a toda costa que su preocupación se notara mientras jugaba con su hermana.


—¡Primos! ¡Ya llegaron!— Como si su súplica hubiese sido escuchada, otro niño entró a la habitación con plena alegría para dar la noticia. En su rostro se veía la emoción y el alivio de que sus tíos hubiesen llegado preparados para cocinar, no importaba que fuese tarde o que el sol se estuviese escondiendo, lo que importaba era que ellos habían vuelto.


   La alegre niña y su hermano se dirigieron a la sala principal de la pobre casa y recibieron a sus padres con entusiasmo, viendo como estos se mostraban felices por haber comprado varios ingredientes para cocinar. La feliz pareja de casados, con los ahorros de su trabajo diario, había traído tanta comida que los menores pensaron que la alacena estaría llena por un buen tiempo, eso era simplemente emocionante. Luego del abrazo familiar, la madre de los niños más pequeños y tía del niño mayor, se encaminó a paso veloz a la cocina para empezar a cocinar, un buen guisado con arroz quizá, esperando satisfacer a todos con sus deliciosas recetas.


—Huele muy rico— Comentó alegre la niña. Se encontraba sentada en uno de los banquillos de la sala, esperando a que la llamaran para comer, viendo como sus cortar piernas aún no tocaban el piso. Un ligero bufido salió de sus labios.

—Que suerte— Un murmuro salió de labios del niño mayor, Esteban, esperando que nadie le hubiese prestado demasiada atención. Tras la muerte de sus padres, sus tíos le habían acogido a pesar de sus dificultades económicas, y vivía feliz con sus primos menores, a los cuales consideraba como hermanos. Olvidando casi del todo su preocupación, se dedicó a leer uno de sus libros de fantasía y mantuvo una casi invisible sonrisa en sus labios.


   El niño del medio, Maximiliano, decidió mantener el silencio y descansar un rato del agitado día de juegos, su estómago pedía algo de comer pero el sueño igualmente le pedía un poco de descanso, cerrar los ojos un momento mientras esperaban a que el olor a carne y papas inundara la sala principal. Pronto el llamado de la madre, una dulce voz, les invitó a que se acomodaran en el comedor donde la comida estaba servida. En cada plato se podía ver una pequeña montaña de arroz bien acomodado, tres trozos de papa y varios pedazos pequeños de carne remojados en salsa, una comida ideal.

   Al terminar su comida y sentir el estómago lleno junto al corazón feliz, Maximiliano y Esteban se encargaron de lavar los platos y dejar que sus padres fuesen a tomar una siesta. Ambos niños podían verse felices, pero Esteban sabía que algo malo estaba pasando con sus tíos y Maximiliano tampoco podía ignorar el hecho de que los adultos tuviesen más cansancio del que usualmente tenían.

No Eres Un Simple DoncelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora