Mi ansiedad e ilusión solo yo podía notarla, solo yo podía sentir como la piel se me erizaba por recordar su rostro, solo yo podía sentir el frío en la nuca por el hecho de que en unas horas le conocería. Las ganas de sonreír me atacaron, las ganas de saltar como si fuese un adolescente otra vez, el sentimiento de que conocería a la persona indicada, era vivir nuevamente la época de cuando tenía 16 años. Sin embargo, todos mis deseos se vieron interrumpidos en cuanto alguien me devolvió a la realidad.
Había sido Margaret, la doncella con quien estaría comprometido en unos meses. La joven muchacha era hermosa, su cabello caía en hondas por debajo de sus hombros, el color rojizo de éste era algo que toda chica envidiaría, su sonrisa era dulce y su mirada encantadora, pero no era la chica que yo deseaba, que nunca deseé. Ella acababa de entrar a la alcoba, vestía un elegante vestido rosado que combinaba con el broche en su cabello; caminó a paso tranquilo hasta estar a mi lado, besó con suavidad mi mejilla y terminó por sonreír animada. Ver su ilusión hacia mi me afectaba, pues esa chica estaba enamorada y yo no podría corresponderle.
Eso me hacía pensar en que posiblemente no sería correspondido por mi querido Maximiliano, que pasaría por la llamada tristeza del corazón, que sentiría lo que Margaret va a sentir en cualquier momento en un futuro cercano. Mantuve mi expresión neutral por dicho motivo, me obligué a ignorar su muestra de afecto, queriendo excusarme en que las bucamas seguían arreglando mi traje y eso me era más importante.
A ningún ser humano se le puede obligar a amar a alguien más. Es un sentimiento de libertad, después de todo.
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El galope del caballo era lo único que Max escuchaba en el camino hacia el castillo. La luna alumbraba el sendero, los ojos color avellana del joven brillaban, su corazón palpitaba por la emoción que cada vez crecía más en su alma, que cada vez le llenaba más de nervios e inseguridades. Pronto las luces del gran castillo sustituyeron la luz de la hermosa luna, Max pudo divisar las enormes puertas del palacio y al cruzar las rejas blancas con los sellos reales, temió al ver un par de guardias en cada peldaño de las escaleras.
Sus manos se aferraron al cuero de las riendas, las haló hasta que Bobby suavizó su trote, hasta quedarse quieto frente a las escaleras. El hermoso monumento le dio la bienvenida, le dejó sin palabras. Max se deleitó detallando las columnas y estatuillas del alrededor, hasta que un joven de finos rasgos erinianos le ofreció la mano para que bajase del caballo. Con curiosidad le miró al instante y aceptó su mano para bajar del animal, y en cuanto llegó al suelo, acomodó un poco su traje con nerviosismo después de agradecerle al coqueto joven que le había ayudado. Este, casi al segundo, le sonrió en lo que se encargaba de llevar el caballo hacia los establos.
El de cabellos rubios ceniza, luego de acomodar su antifaz, subió los escalones que llevaban a las inmensas puertas del palacio. Con la frente en alto, miró a cada guardia, fijándose en como le miraban con intriga y mantenían su postura. Al estar al borde las puertas, mostró su invitación al mayordomo que se encargaba de la movilización de invitados; éste miró a Maximiliano con neutralidad, quiso intimidar al chico, pero al ver que el menor no se inmutó, revisó la invitación. El mayordomo se mostró ligeramente impresionado pues la carta había sido escrita a mano y llevaba el sello real, así que sin pensarlo dejó entrar a Max a la velada tras devolverle la carta.
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No Eres Un Simple Doncel
Short StoryDISPONIBLE EN DREAME Felipe no era un príncipe de cuentos, no era ese que le sonreía a cualquiera, no era ese que dejaba su trabajo a los demás, no era ese chico egocéntrico que presumía de sus genes "azules" y denigraba a los que eran de menor esta...