Capitulo 21

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   La rapidez en la que pasaban los meses, era algo impresionante

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   La rapidez en la que pasaban los meses, era algo impresionante.

   Cada vez se acercaba el anhelado día y gracias a una privada charla con el doctor, el cual le había dicho que no debía comer tantos postres, Maximiliano descubrió que no tenía un bebé en su vientre, sino dos; dos sanos corazones que contaban las semanas para salir y ver la luz del día. Ante tan maravillosa noticia, Maximiliano decidió que aquello sería una sorpresa para Felipe.

   El ambiente del castillo, luego de muchos años de luto y penumbra, volvía a sentirse como el alegre lugar que era cuando el Rey Camilo seguía con vida. Tras su amistad con el castillo y su gente, Maximiliano empezó a ver aquella gran estructura como un hogar y los que vivían allí como parte de su familia, incluso a la Reina. Gracias a Maximiliano, cierta tranquilidad había envuelto el enorme castillo.

   Felipe, sin embargo, se había vuelto algo posesivo con el pequeño y redondo joven de ojos caramelo. Hacía lo posible por no dejarle a solas con nadie, por ayudarle en todo lo que necesitaba, por mimarlo, y Maximiliano no hallaba problema en la suma atención que Felipe le daba a diario, porque era lo que él quería, era lo que más le gustaba.

   De todos modos, el príncipe no podía evadir sus deberes. Y cuando era hora de irse y dejar a su querido Bellamont, las mucamas no dudaban en quedarse con el doncel para consentirlo y llevarle sus postres, quizá distraerle de que su esposo se había esfumado. Varias de las jóvenes se emocionaban con el doncel y varios de los jóvenes se mostraban tímidos ante el esposo del futuro Rey, pues era cautivador sin siquiera intentarlo y eso podría traerles problemas.

   En cuanto los meses fueron avanzando, los síntomas relacionados con las hormonas eran los que preocupaban al príncipe, porque Maximiliano se volvía vulnerablemente adorable, cosa que le hacía perder la cabeza. El irritante y coqueto médico real le había comentado que aquello era normal, y Felipe, luego de muchos días viendo los cambios de humor de Max, terminó acostumbrándose a ellos con cariño.

  De entre tantas noches de Otoño, Felipe, tras una agotadora junta con el Comité del estado, se topó con la puerta de su alcoba, sintiéndo com osu cuerpo le pedía a gritos algo de descanso mental. Tomó un profundo respiro, era hora de dejar el trabao y pensar en que Maximiliano le esperaba al otro lado de la puerta.

   Abrió pues la puerta y frente a sus ojos, Maximiliano sollozaba tal cual infante sentado en la cama, cosa que pasaba cada que llegaba demasiado tarde. El rubio tomó de forma instintiva una almohada y Felipe esperó el golpe, pero éste nunca llegó, porque Maximiliano se había arrepentido y ahora se abrazaba a la almohada que había tomado como arma. Felipe se vio confundido y preocupado.


—¿Dónde está mi beso de bienvenida?— Quiso bromear con dulzura el príncipe al acariciar el rostro suave del menor, y Maximiliano, con cierta aura de tristeza, le dio un beso en la mejilla con timidez.

No Eres Un Simple DoncelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora