Tras aquella primera noche en casa de Maximiliano, Felipe se hizo la promesa de visitar seguido a su pequeño enamorado. El príncipe se había vuelto más responsable con sus deberes, la Reina lo había notado, pues todos los documentos que le encargaba estudiar, los terminaba antes del anochecer.
Sin embargo, aunque fuese una buena noticia que Felipe estuviese tomando en serio su puesto como príncipe, el muchacho había intensificado su negación hacia el compromiso con Lady Margaret. La Reina no hacía de ello una discusión, era una obligación de Felipe el casarse con quien ella ordenase, pero la actitud de negación ante el cariño de Margaret era cada vez más notorio, sin llegar a ser malo con ella.
Los días se volvieron semanas y las semanas meses, y la Reina notaba que su hijo estaba, por alguna razón, más centrado en sus deberes. Pero esos días en los que la Reina veía como su hijo se iba a dormir temprano, en realidad Felipe se preparaba para la huida nocturna hacia el pueblo, algo que nadie se imaginaba y que nadie sospechaba.
Cada noche en casa de la pequeña familia Bellamont, hacía que Felipe se sintiese en un verdadero hogar. Emely le trataba como un amigo, la niña era dulce y sabía cocinar muy bien, y qué decir de Maximiliano, quien había demostrado ser el ángel que Felipe tanto había deseado tener. Max se había ganado el cariño del príncipe con su sola personalidad y Felipe no podía creer que ese dulce muchacho se hubiese vuelto tan importante en tan poco tiempo.
Pasado quizás un mes, ya los Bellamont sentían a Felipe y a Zacarías como parte de la familia. Un par de muchachos que les visitaban por las noches usualmente para charlar y conocerse. Emely no podía sentirse más feliz de tener más personas en casa, pues desde que sus padres habían fallecido, la casa se sentía sola y a ello se habían acostumbrado.
Por otro lado, Maximiliano adoraba cuando Felipe le visitaba, le gustaba leerle algún cuento o contarle sobre su vida, le gustaba que el príncipe fuese tan atento y romántico. Hasta estar en silencio, los dos, abrazados, era suficiente para sentirse enamorado.
Felipe había descubierto lo feliz que podía ser con la persona correcta, lo lindo que era conocer a alguien tan bien hasta el punto de saber sus gustos y disgustos. Los sentimientos que Max le daba, eran el mejor regalo de cada noche; la inocencia del muchacho, sus gestos, sus expresiones, eran cosas que nunca aburrirían al futuro Rey. Felipe se había enamorado del sonrojo del niño, de su nariz roja, de su ceño fruncido y de sus diarias sonrisas.
Entonces, aquel enamoramiento, llevaba a Felipe hasta el punto de preguntarse cómo sería tener un hijo con Maximiliano. Cómo sería ser padres, estar juntos cuidando de alguien, que ese alguien tuviese la sangre de los dos. Maximiliano era bueno con los niños, y Felipe se enternecía con el simple hecho de verle reír con los hijos de sus vecinos.
Esas noches donde Felipe se sumía en sus pensamientos, en medio del silencio, Maximiliano se dedicaba a admirarle con una sonrisa ligera en sus labios. El doncel no podía creer que su tan anhelado sueño se estuviese volviendo realidad. Nunca imaginó que la sonrisa del frío príncipe fuese tan hermosa; nunca imaginó que el misterioso azabache tuviese tan poca experiencia en el amor y que al mismo tiempo, supiese cómo sonrojarlo con un par de palabras.
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No Eres Un Simple Doncel
Short StoryDISPONIBLE EN DREAME Felipe no era un príncipe de cuentos, no era ese que le sonreía a cualquiera, no era ese que dejaba su trabajo a los demás, no era ese chico egocéntrico que presumía de sus genes "azules" y denigraba a los que eran de menor esta...