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Felipe no era un príncipe de cuentos, no era ese que le sonreía a cualquiera, no era ese que dejaba su trabajo a los demás, no era ese chico egocéntrico que presumía de sus genes "azules" y denigraba a los que eran de menor esta...
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Estando frente a la puerta de mi propia habitación, veía la madera y el pomo de ésta como si fuese un lugar nuevo para mi. De mi garganta quería salir una risilla nerviosa, pero la evite a toda costa. Tenía que tranquilizarme, mantener mi postura y semblante, así que, tras respirar profundamente, toqué la puerta antes de abrirla. Me topé entonces con un muchacho que al parecer estaba más nervioso que yo, un chico que jugaba con sus manos mientras me miraba con atención. Decidí regalarle una sonrisa, algo ligero mientras me quitaba el antifaz del rostro, todo para terminar viendo como un par de mechones de mi cabello caían sobre mi ojo derecho. Había sido un desastre.
Por un momento pensé que mi seducción no había funcionado, pero noté pronto como el cuerpo del chico frente a mi se paralizaba, noté como sus mejillas se pintaron de rosado bajo el elegante antifaz, noté como tembló en cuanto cerré la puerta a mis espaldas. Como si se tratase de una presa, me acerqué lentamente a donde él estaba, a cierta distancia fue que pude darme cuenta de sus piernas temblorosas. En cuanto estuve a un paso del menor, tomé su mano y la besé tal y como había hecho a la hora de nuestro baile, él se limitaba a ver su mano para no ver mi rostro. Sin embargo, yo deseaba ver su rostro, así que con una caricia a su mejilla, quité con sutileza su antifaz: él me miraba impresionado, con ojos risueños y mejillas coloradas.
—Se-Señor...— Titubeó en voz baja, como si su voz repentinamente se hubiese esfumado, pero luego aclaró su garganta— ¿Cuál es el motivo de que yo esté aquí?— Preguntó mi querida presa, Maximiliano Bellamont. Él mantenía sus ojos fijos en los míos, demostraba ser fuerte ante mi, pero su mano temblaba entre mi agarre. Yo simplemente le dediqué una sonrisa sincera, una sonrisa que tenía tiempo sin mostrar.
—Usted, joven príncipe, ha formado parte de mi vida sin siqueira saberlo.— Le comenté, cosa que le dejó confundido— Sin embargo, desde la última vez que nos vimos, no puedo sacarle de mi mente.— Le confesé con total tranquilidad, y él abrió sus ojos un poco más que antes, sorprendido. Con cuidado peiné uno de sus cabellos hacia detrás de su oreja y él, por otro lado, no podía dejar de verme.
—Us-Usted... ¿Por qué alguien como yo ocuparía sus pensamientos?— Preguntó nuevamente en voz baja, pero esta vez su mirada se había suavizado un poco. Sus ojos eran dulces y muy expresivos, me pedía a gritos que le dijera mis verdades. Mi corazón no dejaba de latir acelerado debido a su mirada.
—¿Es inusual que me interese en una belleza como usted, joven?— Respondí a su curiosidad con otra pregunta, agregué una risilla baja y él de inmediato desvió su mirada de la mía. Sus mejillas cada vez se coloraban más y sus ojos se volvían más y más brillantes, tales como los de un niño.
No pude soportar mucho a que él se atreviese a responderme, por lo que decidí seguir mis impulsos y mi cuerpo reaccionó. Como si se tratase de un nuevo baile, halé su brazo, sus pies trastabillaron y alzó su mirada hacia mi, y en lo que rodeaba su cintura para evitar que cayese, robé sus labios en un beso suave y en el que contuve el aliento, pude sentir como el dejaba de temblar y como soltaba mi mano, fue como si nuestros sentidos se dejasen llevar.
Sus manos se posaron en mi pecho y aprisionaron mi chaleco, quise reír por sus nervios, pero deslicé una de mis mano hacía su rostro para calmarle. El beso se fue intensificando, su corazón palpitaba rápido, quizá tan rápido como el mío, pero era un momento muy conmovedor desde mi punto de vista. Aun así, en cuanto sus brazos rodearon mi cuello y sus pies estuvieron de puntillas debido a la altura, aproveché para tomar sus muslos y cargarle. Fue cuestión de segundos cuando todos mis libros fueron a parar al suelo y Max estaba sentado en mi escritorio, mirándome con vergüenza.
Sus brazos dejaron de rodearme para pasar a apoyarse sobre la madera del escritorio, su respiración estaba entrecortada y jadeaba en voz baja, buscando que sus pulmones volviesen a funcionar correctamente, todo sin siquiera mirarme e intentando tapar su rostro con uno de sus brazos. Pero, en cuando alzó la mirada, yo estaba demasiado cerca de sus labios, lo suficiente como para robarle otro beso, lo suficiente como para sentir su aliento caliente, lo suficiente como para que mi piel se erizara y la adrenalina se elevara.
—Es... Esto está mal...— Murmuró jadeante, casi tapando su boca para evitar otro beso de mi parte, tratando de regularizar su respiración y de calmar su desenfrenado corazón. Volví a tomar su mano entre la mía, así que podía sentir sus palpitares a través de sus venas.
—Max... No le veo nada de malo.— Murmuré cerca de su oído, él apretó mi mano y yo mordí el lóbulo de su oreja. Él se encogió en su lugar y mordió su labio inferior en busca de acallar su voz, pero esperaba que eso no volviese a pasar. Quería escucharle.
—Joven, usted está... comprometido— Se quejó en voz baja, y esta vez evitó mirarme. Sin embargo, yo no podía evitar mirarle con cariño y ternura, como si no quisiese lastimarle, como si lo que decía era mera mentira. Yo no me sentía comprometido.
—Estaré comprometido ante los ojos de todo el mundo, pero eso no quiere decir que mi corazón lo esté.— Murmuré con una ligera sonrisa en cuanto él se volvió a verme, di un rápido y pequeo beso en sus labios y al instante sus ojos se cristalizaron.
—Usted no se puede enamorar de mi— quiso apartar su mano de la mía, pero fue en vano—. Yo no soy de la realeza...— Terminó por susurrar en lo que bajaba la mirada. Noté su voz quebrada, sus manos empezaron a temblar y evitó que le alzara la mirada. Suspiré, le rodeé en una abrazo y acaricie su cabello con suavidad.
—Max, eso no importa realmente. La belleza que expresa tu alma y la sencillez de tu ser, son simplemente incomparables.— Murmuré suavemente mientras acariciaba su cabello, mientras jugaba con un par de sus cedosos mechones. Con cuidado me alejé de él, Max frotó su ojo derecho en busca de quitar todo rastro de lágrimas y en cuanto alzó la mirada, robé sus labios en un beso que me correspondió al instante.
Dirigí sus brazos hacia mis hombros, él rodeó mi cuello en lo que estiraba su espalda para estar más cómodo. Lamí entonces su labio inferior, Max entreabrió sus labios y yo aproveché para adentrarme en ellos, para iniciar una danza. Apenas rocé su lengua, su cuerpo tembló con ligereza entre mis brazos, su espalda se arqueó como movimiento instintivo y sus piernas se flexionaron un poco.
Con una sonrisa en mis labios, rompí el beso por algunos segundos, todo para ver como las mejillas rosadas de Max eran adornadas por lágrimas, para ver como sus labios titiritaban, para admirar su rostro de niño soñador. Esta vez sus brazos no se apartaron de mi, evitó que me alejara de él y eso me lleno de ilusión. Le miré comprensivo, besé con cariño su sien y tomé la corona que aún llevaba para dejarla sobre el escritorio, luego tomé sus piernas para volverle a cargar y encaminarme a la cama que estaba a unos cuantos pasos a mis espaldas.
"Era momento de ser feliz."
---Continuará---
¡¡Wuajajajajajajaja~!!
Soy tan mala que les quité el hot de este Capitulo, pero lamento que el Capitulo sea corto, ¿Les gustó? ¿Votaron? ¿Comentaron?
Prepárense para el siguiente Capitulo donde les regalaré limonada y azúcar.