Capitulo 8

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   Una noche inolvidable, he de admitir

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   Una noche inolvidable, he de admitir. Una noche mágica, hermosa, un sueño, pero imposible de repetir. Mi moralidad me gritaba que había cometido un grave error, pero mi corazón no dejaba de latir acelerado por recordar la mirada de Felipe ante mi despedida. Mis sentimientos estaban dirigidos a la persona equivocada, y por un momento quise creer que esa persona igual me amaba, pero era simplemente una locura.

   A pesar del dolor en mis caderas, agité las riendas de mi caballo en busca de llegar rápido a mi casa. Me regañaba mentalmente por la mala persona que había sido, por haber caído ante los deseos de mi cuerpo, por todas las tonterías que había hecho, pero los regaños no eran suficiente pues no me sentía arrepentido. No pasó mucho cuando el caballo se detuvo, me sentí confundido y Bobby relinchó para indicar que el camino a casa no era tan largo como yo esperaba, porque ya estábamos frente a la puerta.


—Se suponía que tenías que llegar anoche...— La voz de mi hermana me trajo de regreso a la tierra, ella se veía enojada pero al verme, suavizó su mirada— ¿Qué paso, Max?— Murmuró preocupada y, sin haberlo pedido, ella se acercó a mi para ayudarme a bajar del caballo.


   Sabía que estaba perdido, que algún gesto en mi expresión me delataba, pues Emely no había tardado en abrazarme sin decir alguna palabra. Entre los brazos de mi hermana, mi nariz empezó a arder más que antes y sentí por fin que mis mejillas se empapaban con mis lágrimas. Me estaba preparando para las preguntas de Emely, sabía que debía estar preparado.


—¿Te fue tan mal...?— En la cocina y sentándose a mi lado en una silla, ella acarició mi cabeza en lo que buscaba mi mirada. Ese gesto solo me llenaba de nostalgia, ese gesto era característico de nuestra madre y ahora sentía que la necesitaba.


   Negué con una triste sonrisa en labios, la noche había sido todo lo contrario a mala. Quise desviar mi atención del llanto y la tristeza, y fue como el olor a comida caliente llegó a mi nariz y alcé la mirada hacia la estufa, cosa que hizo reír a mi hermana menor. Momentos de tristeza me alzaban el apetito.


—Siéntate derecho— Ordenó la menor y yo me acomodé frente a la mesa en lo que ella servía un par de platos; el desayuno constaba de huevos revueltos con jamón y pan tostado, los cuales me quería devorar, y cabe resaltar que el olor a café dulce era embriagador—. ¿Qué paso?— Me interrumpió antes de que empezara a comer.


   Suspiré y sequé mi rostro con una servilleta que tenía al lado. Preparado y con las manos sobre mis rodillas, alcé la mirada para hablar ante los ojos curiosos de mi hermana. De mi boca salió toda la información de la noche anterior, desde la llegada al castillo, hasta el baile privado con el enmascarado, desde el mayordomo que me dejó en una inmensa habitación hasta el hecho de que Felipe me confesó que me conocía. Todo, hasta mis pensamientos de regreso a casa.

No Eres Un Simple DoncelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora