7. -Juntos.

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Llegamos al hospital, entramos por las transparentes puertas automáticas y un olor a café me revolvió el estómago, pudiendo observar una tienda a la izquierda y una cafetería a la derecha de donde estábamos.

Charlie me hizo parar en medio del pasillo, entró a la cafetería y, a los pocos minutos, salió con dos vasos plásticos tapados, dándome un chocolate caliente como desayuno para reponer unas pocas fuerzas.

Ya era la una y media del mediodía pero, por lo que me había dicho Charlie, en Tenerife, o en las Islas Canarias generalmente, era una hora menos que en la propia península ibérica.

Eso quería decir que nuestro estómagos estaban acostumbrados al otro horario, aunque fuera una hora de diferencia nada más, y a esta hora había bastante hambre ya.

Seguimos el pasillo de frente bordeando un enorme tragaluz en medio que estaba lleno de plantas y árboles muy grandes, recordándome uno de ellos al del jardín de casa.

La diferencia estaba en que esta especie de jardín estaba cerrado por los lados con cristaleras para que no se pudieran tocar, sin embargo tenía una puerta, también transparente, para poder ser regado o algo así supuse yo.

A la izquierda había un mostrador con un hombre, así que nos paramos a preguntarle por mi padre, aunque fue Charlie el que lo hizo todo mientras yo me terminaba el café y lo tiraba a un pequeño cubo de basura.

—Vamos, Katie. Está en la habitación 236. —Me agarró de la mano y seguimos el pasillo.

Giramos a la derecha, luego a la izquierda y subimos en el ascensor hasta el piso correspondiente. Odiaba los ascensores, pero ni siquiera me di cuenta que estaba en uno porque estaba pensando en otras cosas.

Aún así, mis manos estaban temblando, mis piernas me fallaban y mi piel sudaba por todos lados.

A pesar de estar en diciembre, ser invierno y estar a punto de entrar en víspera navideña, hacía mucho calor, pero el mío propio se debía a los nervios de lo que podría pasar en a penas los diez minutos próximos.

Nos bajamos del ascensor cuando emitió un ligero pitido y las puertas se abrieron, permitiéndonos adentrarnos por un pasillo a la derecha y cruzar una enorme puerta doble de madera.

En otro mostrador lleno de enfermeros y enfermeras, mi amigo volvió a preguntar por mi padre, asintiendo todos y señalando con el dedo índice al final del pasillo a nuestra izquierda.

Miré hacia ahí con el estómago encogido, sin saber cómo iba a reaccionar él o cómo iba a reaccionar yo al verlo después de ocho años sin vernos mutuamente.

No estaba preparada para este momento a pesar de que había estado intentando estarlo.

Cuando parpadeé, ya estaba frente a una puerta blanca medio azulada y una chapa dorada serigrafiada con los números 236 estaba siguiéndola. Charlie estaba a mi lado con una mano entrelazada a la mía y la otra en mi hombro en señal de apoyo.

Lo agradecía como no tenía ni idea.

Toqué la puerta con los nudillos de forma muy suave y en ese momento una enfermera abrió desde dentro, nos saludó con una sonrisa y se fue dejando abierto para que entráramos.

Charlie me hizo una seña con la mano de que fuera yo delante, pero no podía moverme. Estaba completamente congelada en el sitio y no podía borrar la enorme sonrisa de mi cara. Solo nos separaban unos metros.

Necesitaba hablar con alguien, contarle esto que estaba a punto de vivir así que, fugazmente, le mandé un mensaje a Mike con un "estoy tan emocionada que me va a dar un ataque al corazón", guardando el teléfono sin esperar una respuesta de su parte.

Kay.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora