5. -Tenerife.

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A las seis y media de la mañana, Charlie y yo salíamos del motel con nuestras mochilas y buscamos un cajero automático para sacar el dinero que nuestros adultos nos habían ingresado mientras veíamos la ciudad.

Cuando vimos la cantidad que figuraba en el banco, nos dimos cuenta de que no íbamos a necesitar pedir más dinero en bastante tiempo, en muchos meses, y para ese entonces esperaba que ya estuviera todo arreglado.

—¿Charlie? —Le llamé de camino a tomar un autobús.

—¿Sí? —Él iba mirando en su teléfono la parada que nos quedaría más cerca de la dirección del supuesto trabajo.

—¿Qué va a pasar cuando encuentre a mi padre? —Me miró.

—¿A qué te refieres? —Nos sentamos en un banco a esperar el bus.

—Volveré a Los Ángeles con él y mi gente. —Asintió.

—Sí, ya lo sé. —Sonrió.

—¿Y tú? ¿Qué harás? ¿Volverás a Madrid? —Pregunté despacio.

Me apartó la mirada para mirar al cielo y pensar durante unos largos segundos. Suspiró, se pasó la lengua por los labios, dejando expuesto su piercing momentáneamente, y me miró con una sonrisa.

—Tal vez te siga molestando por un tiempo. —Se encogió de hombros.

—¿Vendrías conmigo...? ¿Con nosotros? —Le pregunté incrédula.

—¿Por qué no? Hace muchos años que no voy a Los Ángeles. Estaría bien pasarme por ahí y visitar a unos amigos que tengo. —Se rió y el autobús llegó, permitiéndonos subir, pagar y sentarnos.

—¿Por qué haces todo esto? —Me miró sin entender.

—¿El qué? ¿Ayudarte? —Asentí.

—Y querer seguir conmigo después. —Mencioné ese dato importante.

—Porque nunca había sentido esta conexión con nadie en mis veintitrés años, ni esta sensación de querer cuidar a alguien con tanta necesidad o querer sentirme responsable de todo lo que tenga que ver con una persona. Te veo como si fueras mi hermana pequeña y, ya te digo, no me había pasado antes, menos con alguien que a penas conozco de unas semanas. —Me emocionaron sus palabras.

—Yo también te veo como un hermano mayor, ¿sabes? Y te estoy muy agradecida por todo lo que estás haciendo por mí, Charlie, de verdad que sí. —Pasó un brazo por mis hombros.

—Seremos los hermanos aventureros, ¿qué te parece? —Con la mano libre hizo una especie de línea curvada en el aire, como anunciando algo.

—Que estás idiota... —Nos reímos.

—Puede ser. —Me enseñó la lengua.

—Yo también quiero uno. —Señalé su piercing.

—Si quieres, puedes. —Nos reímos cuando señaló su bolsillo con la cartera dentro.

Como era obvio, no llevábamos todo el dinero encima, pero las tarjetas sí, así como algunos billetes y monedas sueltas para poder pagar algunas cosas, como el autobús del que nos acabábamos de bajar.

Caminando un buen tramo hablando, llegamos hasta una especie de descampado enorme con unos pocos edificios en el medio, como unas fábricas, lo que nos hizo comprobar repetidamente la dirección, pero no había duda, era aquí.

Comenzamos a caminar hasta encontrar alguna puerta abierta o, en su defecto, a alguien con quien poder hablar para preguntarle por mi padre y enseñarle la foto, pero no parecía haber nadie a la vista.

Kay.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora