03. Gemidos y apodos

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—Hola muñequita —Dijo el alcalde con su despreciable voz cuando paré en frente de él— ¿Estás cansada?, parece que sí, ¿Por qué no te sientas?

Hice un ademán de sentarme en el sillón qué estaba de su lado derecho pero me tomó bruscamente de el brazo izquierdo y me sentó en sus piernas.

—Aquí princesa —Añadió mientras me sobaba el trasero.

Yo permanecía callada, y al poco tiempo callada e incómoda al notar un bulto crecer en medio de su pantalón. Él seguía sobándome el trasero y se había atrevido a introducir su mano en la mini falda que usaba y rozaba con impudor mi intimidad.

Yo solo me concentraba en mi respiración, tratando de dejar de lado como estaba empezando a apretar mi clítoris.

—Dame un beso —Dijo mientras estiraba su boca como un pato.

Yo simplemente me acerqué y deposite un casto beso en sus labios. Me daba tanto asco besarlo. ¿Cómo me ponía optimista, y pensaría que saldría de aquí?, si el mayor de todos los hijos de puta de esta pequeña cuidad estaba aquí, besándome, tocándome.

—Así no perra qué no tengo 12 años —Me reprocho mientras me tomaba de el cabello y ejercía bastante fuerza— Ahora hazlo bien, si quieres qué tenga un poco de piedad contigo más tarde.

Él abrió su boca y yo con repugnancia me acerqué y abrí la mía, dándole paso a su vieja lengua viscosa, él empezó a saborear como loco mí cavidad bucal.

—Ay perra me pones a mil, vamos al cuarto —El viejo se paró con una rapidez impresionante para su edad.

Bueno, no sabía su edad pero me imagino que tiene entre ochenta y la muerte.

—Señor alcalde, no se sí le hayan dicho, pero yo soy una de las más caras de este lugar —Me atreví a decir sin pensar.

¿Cómo no tendría dinero para pagar a una simple prostituta?, si en todos los años que tenía de alcalde, lo único que había hecho era robar.

—No me digas alcalde, dime papi, y claro que me dijeron, yo necesito carne de la mejor calidad, ahora mueve tu sensual trasero.

Emprendimos camino a la habitación subiendo por las escaleras. Ojalá la diarrea llegara ahora, para que me salvara por al menos una vez de la desagradable situación qué vivía de lunes a sábado —El domingo era mí día libre—. Entre en la habitación más cara, el viejo se sentó en la cama con los brazos estirados hacia atrás.

—Quítate la ropa —Ordenó. Empecé a desabrochar mi pantalón—... bailando.

Llevaba años trabajando aquí, y aún no me terminada de acostumbrar, muchos clientes me pedían eso, y tenía muchas ganas de vomitar, pero si Karina se enteraba que no satisfacía a los clientes me azotaría.

Él ya se estaba quitando su ropa. Empecé a bambolear mis caderas y quitarme la ropa —O las dos mini prendas qué tenía— hasta quedar en ropa interior. Luego el palmeó su muslo y yo entendiendo su señal me senté a horcajadas encima de él sintiendo su erección palpitante.

Empezó a quitarme el sujetador y a masajear mis senos chupando y mordiéndolos, y yo gimiendo con el contacto de su lengua en mi pezón, luego nos puso de pie y se deshizo de mis bragas con encaje. Cuando introducio un dedo en mi feminidad se me salió un sollozo, ¿Cuándo acabaría esto?. Me empujó en la cama, y se quitó su bóxer dejando su miembro erecto al aire.

—Ábrete para mí, princesa —Lo hice entre sollozos.

Y luego se lanzó encima de mí, realizando el coito, mientras de su boca salían gemidos y apodos.

Mí GemaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora