—¿Qué quieres? —dije mirándole fijamente a los ojos. Tragué saliva e intenté no ponerme nerviosa.
—Simplemente venía a decirte que lo siento por haberte dejado allí en medio de la nada y eso —Sus palabras decían una cosa pero sus ojos decían otra distinta.
—Estás mintiendo, te han obligado a que vengas a pedirme perdón —dije mirándole fijamente a los ojos y notando como ellos decían que tenía razón.
—No. He venido por mi propia cuenta —dijo serio. Yo reí porque sabía que estaba mintiendo y no diciendo la verdad.
—Justin eres un cobarde por no decir la verdad —dije tranquilamente mientras sonreía.
—Te estoy diciendo la puta verdad, joder —aún seguía con aquel juego, entonces empecé a reírme y pude notar que se había enfadado —Mira vete a la mierda, no tendría que haber hecho caso a Mario, que te den —dijo dando la vuelta, vi como se marchaba de mi habitación mientras yo sonreía victoriosa.
—Por fin —dije cuando se había ido, no se porqué pero me sentía genial, así que decidí irme a dormir, hoy sabía que iba a dormir a gusto.
Desperté por el mismo ruido que ayer, los gemidos de una chica y los de Justin. ¿Esté chico no se cansa de follar? Cerré los ojos pero aún así seguía escuchándoles y no podía seguir durmiendo. Me levanté de la cama y bajé a tomar algo en la cocina. Saqué el zumo de naranja del frigorífico y fui a buscar un vaso.
Pegué un grito cuando se me cayó el vaso al suelo.
—Mierda —dije en voz baja. Cogí los pedazos de uno en uno, y cuando los iba a tirar llegó ese idiota de nuevo.
—¿Qué ha pasado? —preguntó alertado.
—Nada que te interese —dije en seco.
—Adivino, con lo torpe y boba que eres has tirado un vaso —dijo mirándome a los ojos mientras una sonrisa se dibujaba en su rostro.
—¡Justin vuelve a tu cama con esa fulana y déjame en paz! —grité cerrando mi mano, apreté mis puños lo más fuerte que pude, estaba tan enfadada con él, que ni yo misma sabía porque. Él no apartó su mirada de la mía, pero esta vez no me miraba con una sonrisa, sino con odio.
De repente cambió su odio por preocupación, pero no entendía porque. Se acercó a mi poco a poco, cogió mi mano y abrió el puño mostrando los cristales ensangrentados.
Ni si quiera me había dando cuenta de cuando me había cortado, estaba tan enfadada que ni me dolía, hasta que me quito los cristales y los tiró a la basura.
—¿Te duele? —preguntó mientras pasaba sus dedos por el corto. Yo hice una mueca de dolor, ya que ahora si que me dolía.
—¿A ti qué te parece? —le pregunté. Aparte mi mano y yo misma me toqué la herida. —Claro que duele —dije siendo una borde. Él simplemente se rió y se fue, después de unos minutos volvió con el botiquín.
Abrió el botiquín sacando un trozo de algodón, alcohol y unas vendas. Echó el alcohol en mi mano y noté como me escocía, cuando él lo noto empezó a soplar mi mano poco a poco, en ese momento sentí como mi corazón empezaba a latir cada vez más rápido y me iba poniendo nerviosa. Pasó el algodón delicadamente por mi mano para limpiar la sangre, y por último lo cubrió con una venda para que la herida abierta no se infectara.
—¿Por qué?—le pregunté mientras él estaba guardando todas las cosas.
—¿Por qué, qué?—preguntó confuso.
—¿Por qué te preocupas por mi, si ayer me querías matar?—cerró el botiquín y suspiro.
—Mira niñata, no te tengo porque dar explicaciones, y si te fastidia que yo te cure, pues para la próxima lo haces tú solita—me miró con odio y se marchó con el botiquín en las manos.