Capítulo tercero.

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La razón se compone de
verdades que hay que decir
y verdades que hay que callar.

Conde de Rivarol.


Capítulo Tercero: La identidad.

8 de Septiembre de 2010.

Mya:

Rápidamente, atravesó las puertas de la facultad y cambió la expresión sedienta por una desinteresada mientras seguía los letreros de las aulas.

Paró en seco ante el letrero donde se leía 13B, la clase de Historia Tradicional. Respiró hondo y repasó la lista de alumnos que colgaba del marco para asegurarse de que no hubieran incluido nada inadecuado junto a su nombre.

Mya Rosellin.

Suspiró con alivio, alivio que no sobrevivió más de un segundo antes de que su mirada incrédula se posara sobre el nombre de otro de los alumnos.

Alexander Rostler, Duque de Brokeville y Greenville - Oyente.

La ira bulló descontrolada bajo su piel, desterrando por completo el deseo que había sentido apenas unos minutos antes.

Debía haber un error.

- Ahora sí pareces asustada.

Dio un respingo al oír la voz grave y seductora a su espalda. Se giró lentamente, intentando controlar su malestar, para encarar su penetrante mirada gris. ¡Dios! ¡¿Cómo no se había dado cuenta antes?!

- ¿Eres Duque?- preguntó aún sabiendo la respuesta.

Una mueca de desagrado curvó los perfectos labios de Alexander antes de mirar por encima de su hombro la lista de alumnado, maldiciendo por lo bajo al comprobar su redundante título junto a su nombre.

- Así es.

Apretó fuertemente los puños contra los muslos, tensándose visiblemente.

- ¿Por qué no me lo habías dicho antes?

Su expresión se tornó indiferente.

- No lo creí un dato relevante para el asunto que teníamos entre manos.- dijo simplemente.- ¿Acaso importa?

A duras penas se contuvo para no estampar la mano contra su rostro socarrón.

- ¡Claro que importa!

- No entiendo por qué ha de molestarte, sinceramente.

¡Era el enemigo!

No podía decirle eso.

Dio media vuelta con dignidad y entró en el aula maldiciendo por lo bajo.

¡No podía tener más mala suerte!

Aún sentía los muslos firmes y cálidos cuando se sentó en una silla libre en la mitad del aula.

- Hola.

Dirigió una mirada a su compañero de al lado, reprochándose a sí misma no haberse percatado de su presencia.

- Hola.- estiró las comisuras de los labios en una media sonrisa.

¿Otro tío? Por dios.

Observo con poca atención sus entrecerrados ojos oscuros que parecían repasar cada detalle de su anatomía con un interés que no le pasó desapercibido, tenía una graciosa expresión, y se revolvió casualmente el cabello rubio cuando su mirada volvió de nuevo a centrarse en su rostro.

Sábanas rojas, Sangre azul © FINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora