Capítulo trigésimo noveno.

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La duda es uno de los
nombres de la inteligencia.

Jorge Luis Borges.


Capítulo Trigésimo noveno: Tarjetas de visita.

1 de Noviembre de 2010.

Mya:

Una vez más, el olor a desinfectante y comida insulsa se coló a través de sus fosas nasales y profirió un leve gemido de disgusto.

- ¿Mya?

- ¿Por qué estoy aquí otra vez?- musitó con voz ronca.

La risa clara de Mike sonó muy cerca y abrió los ojos para mirarlo apoyado sobre el lado derecho de su cama.

- Tú siempre queriendo llamar la atención.

Estiró los labios en una sonrisa, intentando incorporarse a pesar del dolor de su costado.

- Tengo que buscar el modo de hacerlo sin pasar por el hospital.- bromeó.

Michael aún reía cuando el doctor que la había atendido durante su accidente de coche entró en la habitación con una sonrisa amable contagiosa.

- Señorita Sutherland, de nuevo aquí.- la saludó con cierta diversión

- ¿Qué me ha pasado?

Recordaba haber discutido con George y notar cómo la herida del torso se abría. Recordaba a Alexander hablándola, pero no el contenido de su conversación.

- Se le saltaron los puntos y una de las costillas magulladas se movió lo suficiente para volver a acercarse peligrosamente a los pulmones.

- Recuerdo que no podía respirar...-murmuró.

- Sí, eso es normal.

Se llevó la mano izquierda a la cabeza, pero un pinchazo de dolor le atravesó la muñeca y profirió un grito.

- Ah, sí, también agravó su esguince- apostilló el médico mientras se acercaba a examinar sus vendajes-, parece que tuvo una buena fiesta.

- ¿Se puede?- dijo alguien al otro lado de la puerta.

Mike se adelantó para abrirla y dejar pasar a Kyle, que se tapaba el rostro con un enorme ramo de flores silvestres.

- ¿Cómo está mi Duquesa favorita?

Dejó las flores en una mesa auxiliar junto a su cama y entonces pareció reparar en la presencia del médico a su lado.

- Oh, lo siento, Doctor, continúe.

Sonrió.

- Sólo le estaba diciendo que había tenido una velada muy entretenida...

- Yo no lo llamaría entretenida- gruñó por lo bajo-, más bien horrible.

El doctor sonrió amablemente antes de mover lo suficiente su camisón para comprobar los apósitos del costado.

- ¿Le duele?

- Bastante.- contestó, apretando los dientes al sentir sus dedos muy cerca de la cicatriz.

Sábanas rojas, Sangre azul © FINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora