Capítulo sexto.

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Poder disfrutar
de los recuerdos de
la vida es vivir dos veces
.

Marco Valerio.


Capítulo Sexto: Recuerdos ajenos.

13 de Septiembre de 2010.


Mya:

Miércoles de nuevo. Llevaba menos de una semana de clase y ya aborrecía acudir.

Adoraba la historia, amaba todo lo relacionado con su pasado, con el pasado de su hogar y el de sus antecesores. Pero había llegado a odiar acudir a la facultad.

Por supuesto, tuvo que reconocer que el hecho de que Mirella, una muchacha diminuta y flacucha, fuera pregonando cada detalle de sus encuentros sexuales con el Duque no ayudaba demasiado a mejorar su incomodidad. Eso, unido a las miradas y murmullos que recibía cada día, por haberse mudado al Palacio Sutherland, había supuesto, estaban convirtiendo sus días en un infierno, del que no escapaba hasta que no tenía ocasión de salir de allí y encerrarse en el viejo caserón con una taza de café en las manos y el diario de Sophie Sutherland frente a sus ojos. Se sabía cada página de memoria y, sin embargo, no podía dejar de leer. Una y otra vez. Recordándose porqué estaba allí.

- Busco una buena razón para no meterme en la cama del imbécil de Alexander...- reconoció en un murmullo.

Increíble. Hasta ella misma se traicionaba.

Se levantó de la cama con un retraso premeditado. Había decidido darse un día de descanso. Hoy no acudiría a las clases. Una tregua.

Con esa idea en mente, se preparó una gran taza de café, cogió el cartón de galletas y lo llevó todo de vuelta a la cama para tumbarse de nuevo.

Estaba cansada. Cansada de aquella estúpida situación. De la estúpida abstinencia sexual.

Con un bufido, engulló un par de galletas y abrió el diario que reposaba sobre la mesilla de noche por una de sus primeras hojas.

"27 de abril de 1730.

Se me acabaron las palabras. Por primera vez en mis veinte años me siento incapaz de describir algo.

Hoy se celebró un pequeño almuerzo en la villa de los Duques de Highfort, grandes amigos de nuestra familia desde hacía años, seguido de un baile de Sociedad.

Acudí acompañada del Tío Larry y su prometida, Lady Emma Fraiser. Madre está cada día más débil y no quería separarme de su lado, es mi responsabilidad al fin y al cabo, pero ella misma me instó a acudir recordándome lo unidos que había estado Lord Myrror, el Duque, y Padre. Tuve que ceder.

Verdaderamente no deseaba ir a aquella recepción. Sabía que querían que lo hiciera para encontrar por fin un marido. Eso era lo único que Madre y Tío Larry querían de mí. Era mi obligación casarme y dar un heredero al título. Sólo de esa forma ellos podrían seguir viviendo en el lujo y la riqueza que supone el Ducado.

Con el ánimo decaído, dejé que me vistieran con uno de mis mejores vestidos. Era blanco con ribetes plateados y violetas alrededor de las mangas largas, el escote en forma de barco y el bajo que acariciaba los paneles de mármol del suelo. El apretado corsé me dejaba sin respiración, pero, ¿qué importaba?

Iba hermosa. No considero una falta de humildad reconocerlo. Porque es la verdad.

Me habían recogido el cabello castaño en lo alto de la cabeza, dejando escapar casuales rizos indomables sobre los hombros, y con ese atuendo mis ojos resaltaban como nunca.

Sábanas rojas, Sangre azul © FINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora