Capítulo vigésimo noveno.

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Hoy sé que todo arde, se quema el amor;
se abrasan los huesos, se inventa el dolor,
se pierde el deseo.

'Todo arde', La Vieja Morla.


Capítulo Vigésimo noveno: Humo y cenizas.


13 de Octubre de 2010.

Mya:

Ni siquiera sentada en su despacho escuchando a Liam narrando las nuevas propuestas recibidas podía apartar la mente de lo que había leído la tarde anterior. Miles de preguntas se acumulaban en su cabeza y le hacían imposible la tarea de atender a lo que su administrador le estaba contando.

- Mya...

¿Por qué seguían manteniendo William y Alexander esa amistad tan estrecha? ¿Por qué hablaban de Sophie?

- Mya...

¿Qué es ese cometido del que habla William en su última carta? ¿Y qué tiene que ver con Sophie?

- ¡Mya!- exclamó Liam.

- ¿Qué? ¿Qué? ¡¿Qué?!

Alzó los ojos, asustada.

- No estás prestando atención.

- Perdona, perdona, Liam.- se disculpó, deslizando los dedos entre sus rizos castaños.- No sé dónde tengo la cabeza.

- Quizás en algún duque...

Le lanzó una mirada furibunda y avergonzada al mismo tiempo, sintiendo cómo la sangre caliente se acumulaba en sus mejillas.

- No seas ridículo.

- En las revistas se dice que en la fiesta del otro día te prometiste.- replicó él con una leve sonrisa divertida.

- ¿Y crees que si acabara de prometerme estaría aquí sentada?

Su administrador rió, recogiendo los papeles que había extendido sobre su mesa casi dos horas antes y que ella ni siquiera había mirado.

El teléfono sonó y pulsó el interruptor para escuchar a Margaret.

- Excelencia, le paso a la policía, dicen que es urgente.

Abrió la boca para contestar, pero un pitido le señaló que ya había cambiado de línea.

- ¿Señorita Sutherland?- preguntó una voz claramente masculina, dura y áspera- Debe venir ahora mismo a Brokeville, ha pasado algo en su casa...

- ¿Qué ha pasado?

Sentía que el corazón se le iba a salir del pecho.

- Está ardiendo.

Entonces, se inclinó sobre la papelera y no pudo reprimir las arcadas.

En cuanto recorrió los últimos kilómetros, el fuerte olor a humo impregnó el coche y de sus ojos empezaron a resbalar las primeras lágrimas. El Palacete Sutherlad, su casa, apareció ante ella y sintió ganas de volver a vomitar, pero apretó fuertemente los músculos de su garganta y aparcó de cualquier forma para poder ir hacia aquel enorme caserón de piedra negruzca que parecía escupir humo por cada rescoldo abierto.

Algunos curiosos observaban el grotesco espectáculo desde la acera contraria mientras una docena de bomberos trataba de enfriar el caserón una vez extinguidas las llamas. La policía tomaba nota junto a un coche patrulla. Alexander estaba hablando con ellos.

Sábanas rojas, Sangre azul © FINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora