Capítulo décimo cuarto.

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Dirás que
soy un soñador,
pero no soy el único.

John Lennon.



Capítulo Décimo cuarto: Desvanecida.

23 de Septiembre de 2010.

Mya.

Él se acercaba. Quería alejarse. Dar media vuelta y desaparecer del radio de su embrujo. Pero seguía allí, con la mirada perdida en sus grandes ojos de mercurio.

Dio un paso más hacia ella. Lo miró de nuevo. Era tan atractivo. Tan perfecto. Aunque apenas visible por la escasa luz, se sentía capaz de recitar con exactitud cada rasgo de su rostro, cada curva de su esbeltez.

Se oyó emitir un leve suspiro cuando por fin el cuerpo del Duque quedó al alcance de sus manos ávidas. Apretó los dedos contra la tela de la vaporosa falda para no tocarlo. Pero ambos notaron los temblores de su cuerpo cuando él posó la palma de la mano contra su mejilla.

- ¿Te encuentras bien?

Una nueva llamarada de deseo la hizo cerrar los ojos. Inclinó el rostro hasta apoyarlo contra su camisa entreabierta y respiró profundamente.

- No.- contestó en un susurro.

Él la estrechó contra su calidez. Ella agradeció con un gemido su arrope.

- ¿Qué te ocurre?

- Me... siento incapaz de comportarme cuando estás cerca...

Le oyó reír.

- ¿Y qué tiene eso de malo, mi vida?- preguntó el Duque con una ternura innata- Desde que te conozco me he acostumbrado a no poder pensar más que en tenerte entre mis brazos.

Intentó utilizar algo de racionalidad, pero ésta parecía perdida en la brumosa niebla de su encanto. Enredó los dedos en su cabello azabache y tiró de él para besarlo suavemente en los labios. Él la dejó hacer. La sostuvo firmemente.

Y ella se derritió en su abrazo.

- Mya... ¡Mya!

Con un gemido de queja, dio media vuelta y apretó los párpados con fuerza, esperando que él volviera, que aliviara con sus manos la quemazón de su piel y la besara con aquella habilidad suya tan sensual.

- Despierta de una vez, tonta.

Como cada vez que la tocaba, el foco de calor se instaló en su bajo vientre, haciendo que se removiera nerviosa sobre un costado.

El Duque la alzó en vilo y la depositó sobre la mullida cama de su habitación, echándose sobre ella. Guiada por un instinto que desconocía, guió sus pequeñas manos por su torso para desabotonar la camisa blanca. Él subió su falda por encima de las caderas. Suspiró.

- Ya es suficiente.- una mano la agitó por el hombro.- Vamos, arriba.

- Cállate.

Alzó la mirada hacia sus ojos al sentir cómo la realidad se desvanecía, aterrada. El Duque sonrió alegre y peligrosamente.

- No temas, mi preciosa Duquesa, volveremos a vernos.

Emitiendo un jadeo de ansiedad, se incorporó sobre la cama y abrió desmesuradamente los ojos.

- Por fin, ¿estás bien?

Sábanas rojas, Sangre azul © FINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora