Capítulo décimo noveno.

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Cuanto más
atrás puedas mirar,
Más adelante verás.

Winston Churchill.




Capítulo Décimo noveno: La vuelta de los Sutherland.

27 de Septiembre de 2010.

Mya:

Se había comprado un escandaloso vestido blanco a juego con unos altísimos zapatos de tacón. Iba a dar todo un espectáculo.

Se vistió con cuidado de no estropear la costosa tela.

Mike emitió un largo silbido de admiración.

- Si no fuera tan feliz con Oliv, te arrancaría ese vestido con los dientes.- le escuchó decir con una risita- Es eso lo que pretendes que haga tu querido Duquecito, ¿eh?

- Deja de decir chorradas, ni siquiera sé si irá.

Se maquilló con especial esmero, haciendo resaltar con una gruesa línea negra sus extraños ojos. Seguro que verlos les recordará a Sophie y el rechazo que sufrió.

Sonrió, satisfecha, al mirarse al espejo.

Había ido aquella misma mañana a la peluquería para que arreglaran sus indomables rizos en preciosas ondas alrededor de su rostro, sujetando algunos mechones para dejar al descubierto el largo cuello. El vestido era una bomba. Se ajustaba en un corsé desde el pecho a las caderas, donde descendía una larga falda de un blanco brillante que resbalaba por el suelo de mármol. Los zapatos tornaban sus piernas especialmente largas, y el corte vertical que el vestido poseía en el lado derecho daba una imagen bastante clara de ello.

- Si lo que querías era dar la nota, lo vas a conseguir.

Le dedicó una carcajada a su amigo y éste la acompañó hasta la puerta, donde un largo Mercedes del mismo color que su ropa la esperaba. Todo un despliegue de medios.

- Dales una lección, belleza.- dijo Mickey antes de dar un beso en su mejilla e irse.

Había pasado con ella todo el día, como si quisiera compensar el poco tiempo que la dedicaba desde que tenía que atender a Mall y salía con su inocente prima. Y se lo agradecía. Su compañía siempre era un alivio.

Un hombre le abrió la puerta trasera del vehículo que la llevaría hasta Roseland Palace y, en seguida, se encaramó frente al volante.

- ¿Sobre qué hora cree que llegaremos?- le preguntó.

- Pues, lo siento, señorita, pero no estaremos allí a las ocho, supongo que tardaremos media hora más.

Se sorprendió a sí misma por la sonrisa maquiavélica que escapó de su control.

- Perfecto, gracias.

Durante el largo camino hasta la finca, no pudo evitar pensar en Alexander. ¿Iría? Estaba bastante segura de que sí, su doble ducado le impedía escaparse de aquellas absurdas reuniones plagadas de falsedad e hipocresía.

Se preguntó si la saludaría al verla. Desde luego se sorprendería, pero dudaba que se atreviera a causar un alboroto saludando a una Sutherland como si lo acontecido entre sus familias no hubiera ocurrido en realidad.

Deslizó los dedos, nerviosa, alrededor de la larga cadena que colgaba de su cuello. Al final de ella, el brillante anillo de oro blanco con el escudo del Ducado de Northwood grabado parecía arder al contacto con su piel. Hubiera preferido no llevarlo.

Sábanas rojas, Sangre azul © FINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora