Capítulo décimo sexto.

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La mejor manera
de librarse de la tentación
es caer en ella.

Oscar Wilde.



Capítulo Décimo sexto: Pasta para dos y una cama doble.

23 de Septiembre de 2010.

Mya:

Se encontraba tan agotada que había decidido quedarse en el Palacete aquella noche. No tenía demasiadas ganas de conducir hasta Nothwood. Aunque lo que realmente aborrecía era el ambiente de su antiguo hogar. Sin Davis, las inmensas habitaciones parecían vacías y tristes. Y el que su madre también hubiera decidido trasladar sus cosas a un pequeño adosado a pocos kilómetros de la casa familiar no ayudaba en absoluto a su adaptación.

Estaba a punto de empezar a hacer la cena cuando escuchó los golpes contra la puerta.

- ¿Qué haces tú aquí?- protestó- ¿Vuelves a llamarme loca de nuevo? Puedes largarte.

Intentó cerrarle en las narices, pero sabía que no lo conseguiría. Su amplia mano se interpuso.

- Vengo a ayudarte.

Abrió los labios un instante en una mueca de asombro. ¿Era una trampa? ¿O una broma?

Por si acaso, dejó que pasara y cerró tras él, apoyándose en la pared para observarlo.

- Explícate.- exigió.

Alexander clavó su mirada platinada en ella antes de empezar a hablar.

- Les voy a dar el un voto de confianza a tus chifladuras. Si no conseguimos esclarecer nada nuevo, me retiraré.

- No son chifladuras.

- Lo son para mí.- replicó el arrogante Duque- Cuando me demuestres lo contrario, dejaré de llamar así a tus conspiraciones.

Bueno, menos era nada.

Se fijó en que sus ojos ya no se dirigían a ella, sino al suelo, y siguió la trayectoria de su mirada. Otro de esos sobres anónimos.

Ya ni se molestaba en abrirlos. Iban directos a la basura.

Era curioso. Las notas habían pasado de advertencias a amenazas en el momento en que se hizo pública su identidad.

Alexander la recogió y abrió. Le vio fruncir el cejo a cada línea más y más. Estaba muy atractivo con aquel gesto.

- ¿Por qué no me habías dicho que te seguían amenazando?

- No tiene importancia.- se limitó a contestar, encaminándose hacia la cocina.

- Claro que la tiene.

Dejó que siguiera hablando solo mientras se servía un vaso de agua, que fluyó por su garganta reseca como seda.

- ¿Cuántas de éstas has recibido?

- Una docena al día, más o menos.

- ¡¿Una docena al día?!- estalló él, golpeando con rudeza la encimera- ¡¿Por qué cojones no me has avisado?!

Una seca carcajada carente de felicidad escapó de sus labios antes de tener tiempo de detenerla y se volvió a mirar su rostro con seriedad.

- Sólo soy la tía a la que te follas, no sabía que te interesaran tanto esos papelitos.

Sábanas rojas, Sangre azul © FINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora