Capítulo vigésimo segundo.

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Donde hay cuchicheos
hay mentiras.

Proverbio español.


Capítulo Vigésimo segundo: Cartas y rumores.


1 de Octubre de 2010.

Mya:

Ya habían pasado tres días y ni ella ni Alexander habían intentado contactar con el otro.

- ¡Mall ha tenido un niño!

Apartó el teléfono de la oreja al oír el grito de su amigo.

- Micky, cariño, casi me dejas sorda.- se quejó con un jadeo.

- ¡Es que estoy muy emocionado! ¡Soy tío!

Esbozó una gran sonrisa.

- Me alegro muchísimo, esta tarde me pasaré a ver al cachorrín

- Ya verás lo precioso que es, es igualito que Mallory.- seguía parloteando Mike- Y yo que pensaba que el primer sobrinito que tendría sería el tuyo.

Sólo de pensarlo, sintió una leve arcada.

- No bromees.

Le oyó reír al otro lado de la línea.

- Tengo que colgar, ¡acuérdate de recoger a Oliv, preciosa!

- No te preocuuuuupes- contestó con una risita.

Según colgó a su amigo, llamó a su madre para informarle de la feliz noticia y a Olivia para recordarla que pasaría a por ella a primera hora de la tarde.
Acto seguido, sus dedos volaron solos, marcando el número de Alexander. Lo borró al instante y tiró el teléfono al cajón.

Abrió los libros de cuentas y repasó mentalmente lo que Liam le había repetido mil veces qué tenía que mirar, "haber, deber, haber, deber" repitió para sí. Los números danzaban vacilantes ante ella, como burlándose de su ineptitud.

Totalmente descentrada, alzó la mirada de los documentos para mirar a su alrededor. El despacho de Northwood seguía tal y como recordaba haber estado cuando su padre trabajaba allí. Solía estar encerrado en aquella sala horas y horas; y cuando Davis se hizo mayor, se acostumbró a acompañarle algunos días. Nunca ella. Nunca nadie se molestó en pensar que la herencia de Northwood pasaría a sus manos. ¿Quién se imaginaría que a alguien tan querido y amable como Davis le pasaría algo tan horrible?

Exhaló un suspiro cansado y volvió la vista hacia los papeles de la mesa.

Ya pasaba la una del mediodía cuando, inesperadamente, una de las empleadas de la casa la informó de una visita. Alexander se adelantó antes de poder presentarle. Esbozó una leve sonrisa mientras le daba las gracias a la chica al retirarse.

- ¿A qué se debe su agradable visita, Alteza?- preguntó, remilgada.

Él continuó con su teatro avanzando lentamente y tomando su mano para depositar un casto beso.

- Tenía unos deseos indescriptibles de verla de nuevo, señorita Sutherland.

- Sois un zalamero, señor Rostler.

Con una risita, la atrapó con sus brazos, alzándola con facilidad del suelo.

- Sólo con vos, querida.- susurró, seductor, en su oído.

Su mano voló sola a golpear cariñosamente el duro pecho de él.

- ¡Has hecho trampa! Ningún duque que se precie llamaría "querida" a una señorita.

Sábanas rojas, Sangre azul © FINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora