Ofelia se las arregló para entrar a la biblioteca con los brazos cargados de libros, una pluma, tinta y papel. Debía hacer tarea para el señor Maldonado y necesitaba con urgencia un momento a solas y tranquilo. La casa había sido un verdadero ajetreo desde que el señor Antonio había partido.
Al atravesar la puerta vio a Salvador sentado con un libro sobre la mesa, acariciaba sus páginas y a pesar de que no podía ver, su rostro estaba inclinado hacia el papel. Ofelia suspiró porque esperaba que en ese lugar no hubiese nadie, pero luego simplemente se resignó a la presencia de aquel hombre que a veces solía tratarla con respeto y hasta dulzura, mientras que la mayoría de las veces lo hacía con desprecio. Caminó sigilosamente y separó de alrededor de la mesa una silla para sentarse. Salvador había girado el rostro hacia ella y tenía una sonrisa dibujada en los labios.
- ¿No sabes que es de mala educación ingresar a un lugar y no saludar? – la sonrisa seguía en sus labios y el tono de su voz era una mezcla de reproche y burla.
- Lo siento... pensé que preferiría no ser interrumpido en su lectura – usó un tono pomposo para dirigirse a él, haciendo que Salvador lanzara una carcajada al aire.
- Es más divertido hablar contigo que leer estos libros – la sonrisa se acentuó mostrando sus dientes y Ofelia se contagió, sonriendo ella también.
- Gracias por el halago... ¿es un buen libro?
- No hay muchos libros traducidos al Braille y es la cuarta vez que leo éste...
- ¿Cuál es tu libro favorito? – Salvador volvió a sonreír
- Me gustan mucho las obras de Shakespeare, mi favorita es Hamlet – un dejo de resignación y nostalgia tiñeron su voz.
- ¿Lo tienes en la biblioteca? – Salvador negó con la cabeza.
- Está, pero no en Braille – dijo con pesar al tiempo que su rostro volvía a ser serio.
- ¿Quieres que te lo lea? – preguntó Ofelia sin pensar demasiado en todos los libros que había llevado hasta allí para hacer su tarea.
- Me encantaría - Salvador se enderezó en su silla y la sonrisa regresó.
Se puso de pie y mirando los libros acomodados prolijamente encontró el que buscaba, entonces con delicadeza lo sacó de su sitio y volvió a sentarse, pero esta vez al lado de Salvador. Abrió las tapas duras y pasó algunas páginas, no pudo resistir la tentación de llevar las hojas hasta su nariz y aspirar el aroma de la tinta y el papel. Recordó a su padre reprendiéndola por hacer eso cada vez que le entregaba un libro en sus manos y suspiró con nostalgia.
- ¿Sucede algo? – preguntó él cuando escuchó el aire que se escapaba por la boca de la jovencita.
- No... sólo recordaba – Ofelia concentró su mirada en las letras del libro y comenzó el relato antes de que él pudiese preguntar qué recordaba.
"Escena I
Salen el rey CLAUDIO y la reina GERTRUDIS, seguidos de HAMLET, POLONIO, LAERTES y OFELIA."
- No sabía que en la obra había también una Ofelia – dijo ella levantando la vista y mirando a Salvador que tenía la cabeza girada hacia ella pero sus párpados cerrados.
- Continúa por favor – le pidió con tono suplicante mientras asentía con la cabeza.
"CLAUDIO.––Querida esposa, caro hijo y sobrino, amigos todos: todavía conservo viva en la memoria la imagen de mi amado hermano Hamlet, muerto en agraz. Mi corazón, saturado de dolor, sigue de luto y quiere que lo esté también la faz del reino. [...]"
La tarde pareció esfumarse ante sus ojos mientras leía las palabras que Shakespeare había escrito. Salvador continuaba con el rostro girado hacia el lugar de donde provenía su voz y en su rostro tenía una expresión extasiada al oírla leer su obra favorita... Ofelia... Sí, había pensado en la obra al escuchar su nombre por primera vez y no podía evitar relacionarla con la historia que se contaban en las páginas de aquel libro.
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El carruaje se detuvo en una posada del camino. El cochero se bajó y abrió la portezuela.
- Señor, iré a pedir alojamiento por la noche, cena y comida para los caballos.
Se alejó dejando al hombre sentado en el carruaje. Antonio Carrasco llevó un pañuelo a su cara y enjugó la transpiración de su rostro. No era por el calor, los nervios estaban azotándolo desde aquella visita del Señor.
El cochero regresó y le hizo un gesto afirmativo, entonces él bajó con dificultad del carruaje y alisó su traje.
- Prepara los caballos y luego acompáñame a cenar – le dijo mientras se encaminaba hacia el interior de la posada.
Lo recibieron un par de mesas con sillas desvencijadas a su alrededor y un plato de comida desde la cual el vapor ascendía formando figuras. Se sentó en una de las sillas que crujió al soportar su peso. Tomó la cuchara y comenzó a comer del guisado que le habían servido. No era la gran cosa pero al menos confortaba el frío que sentía en su interior.
En una esquina de la sala algunos troncos crepitaban mientras eran consumidos por el fuego que lanzaba una luz anaranjada a los rostros de los hombres sentados a su alrededor quienes reían y levantaban jarras de alcohol, brindando. Carrasco les lanzó una mirada fugaz mientras llevaba la cuchara a su boca una vez más, no quería ser reconocido porque podría tener problemas, pero todos ellos estaban aparentemente demasiado borrachos para pensar más allá del líquido embriagador que había en sus vasos.
La habitación que le asignaron para descansar se resumía en una cama con un colchón bastante incómodo pero un buen fuego para calentarse. Se quitó la ropa y lavó su cara con el agua fría que había en la palangana, luego apagó la lámpara de aceite y se recostó observando las sombras que se formaban en el techo por la luz de las llamas.
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Ofelia despertó sintiendo un aire frío en su rostro. Abrió los ojos de par en par y se sentó en la cama justo a tiempo para observar la silueta oscura de una persona que saltaba por su ventana. Se frotó los ojos tratando de enfocar la mirada pero no pudo ver más que las sombras y un papel sobre la mesa de su cuarto que estaba aplastado por un libro y cuyos extremos libres se levantaban levemente por la brisa que ingresaba al cuarto. Se puso de pie y corrió hasta la ventana para mirar hacia el exterior, pero no vio nada más que las siluetas negras de los árboles perfilándose en el horizonte y el césped del jardín que cubría todo como una alfombra negra en la noche.
Su corazón latía y sentía sus entrañas estrujarse y enredarse como si formaran nudos en su interior. Tragó saliva y sintió su garganta seca, entonces cogió un vaso con agua de su mesa de noche y bebió un trago mientras volvía a mirar por la ventana tratando de descubrir algo. Frustrada la cerró y regresó a la cama. Sus ojos se fijaron en el papel sostenido por el libro que ahora estaba quieto sobre la superficie de madera y con el corazón saltando en su pecho, volvió a ponerse de pie y caminó hasta la mesa.
Era un trozo de papel blanco que tenía un dibujo: una planta con tres tallos, los cuales estaban coronados con una flor cada uno. Ofelia conocía bien esa planta y a pesar de que el dibujo estaba hecho en tinta negra, casi podía ver las flores de azul oscuro que su padre tanto había amado. Escrito con una caligrafía apurada había una palabra, sólo una palabra y nada más "Hyacinthoides".
Fruncióel ceño y miró el papel una vez más, tratando de sostenerlo con sus manos quetemblaban por la impresión. Volvió a dejarlo sobre la mesa y sólo entonces se diocuenta de que el libro que lo había estado sujetando era aquél que su padre le habíaregalado cuando niña. El libro de botánica de Samuel Herrero.
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Hola a todos!, perdón por tardar tanto en actualizar... estoy algo ocupada últimamente, espero que disfruten el capítulo y me gustaría leer sus comentarios y saber qué se les está cruzando por la cabeza mientras van leyendo =) ¿les gusta?, ¿les parece interesante?, ¿tienen alguna teoría que quieran compartir? =)
Saludos a todos!! que tengan una linda semana =) y espero actualizar pronto!
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Ofelia
Historical Fiction¿Y si todo lo que creíste durante toda tu vida es una mentira? Luego de la muerte de su padre, Ofelia es enviada a la ciudad a estudiar hospedándose en la casa de un hombre amigo de su padre. Allí comienza una aventura donde nada es lo que parece...