Capítulo 52

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Tres meses más tarde...

Necesitaban mano de obra para trabajar la pequeña plantación que habían comprado con el dinero que Antonio Carrasco le había entregado a Salvador. Era una casa bastante espaciosa, rodeada de unas pocas hectáreas preparadas para el cultivo de café. Salvador se había mostrado entusiasta ante la idea de poder tener tierras para trabajar, ya que habían contratado además a un eficiente capataz que se encargaba de todas las tareas que él mismo no podía realizar.

Valente, el capataz, golpeó la puerta de la casona mientras Salvador, su madre y Ofelia desayunaban en la sala. Dámaris se puso de pie y abrió la puerta, dejando pasar al hombre que se había ganado la confianza de su jefe en poco tiempo. Valente se quitó el sombrero y sacudió la tierra de sus botas antes de entrar a la casa.

—Buenos días, señora Dámaris —saludó, inclinando su cabeza.

—Buenos días. Mi hijo se encuentra en la sala.

—Gracias, señora.

Caminó con paso decidido hasta el lugar indicado y se quedó de pie en el umbral de la sala, con el sombrero entre los dedos.

—Valente, por favor pasa. ¿Ofelia, podrías traer una taza más de té, por favor?

—No es necesario, señora. No se moleste —replicó él al ver que Ofelia se paraba para dirigirse hacia la cocina.

—No es molestia, si gusta puede ser té o café —Ofelia sonrió, pero él volvió a negar la propuesta, excusándose con que había desayunado antes.

Ocupó una silla cercana a Salvador y comenzó a explicar que las plantas estaban listas para la cosecha del grano, tarea para la que necesitarían mucha mano de obra. Ofelia escuchaba en silencio.

—Comprendo la necesidad de mano de obra especializada en la tarea, Valente, pero no tenemos aún dinero para pagar por ella. Hemos gastado lo que teníamos en la compra de las tierras.

—Señor, necesitamos gente para la tarea. Si usted no cuenta con el dinero suficiente para pagar —Valente bajó un poco la voz —, conozco un lugar donde podría adquirir un par de hombres.

Ofelia levantó la mirada y contempló al capataz. Estaba segura de que estaba interpretando correctamente a lo que él se refería.

—¿A qué te refieres? —preguntó Salvador, frunciendo un poco el ceño, mostrándose confundido pero interesado.

—Bueno... los nativos de aquí no sirven para trabajar en la tierra, señor, las horas de trabajo duro bajo el sol los cansan y debilitan. No está permitido, pero si uno sabe dónde buscar, podría obtener un par de negros que ayudarían con las tareas. No serán tan caros. Mi familia también ayudaría, señor.

—¿Estás hablando de esclavos? —Ofelia interrumpió, mostrándose sumamente interesada en lo que Valente estaba explicando. De ser así, podría encontrar la manera de invertir el dinero de su padre que tanto la atormentaba.

—Sí, señora. Hay un lugar, sólo se necesitan los contactos adecuados.

—Nos interesa —contestó finalmente Salvador, ante la mirada horrorizada de su madre. Ofelia apretó su mano con ternura, segura de que él había respondido eso a sabiendas de sus pensamientos—. ¿Puedes asegurarnos un contacto con los vendedores?

—Me pondré en eso hoy mismo, señor.

*-*-*

Las irregularidades del camino implicaban que el carruaje se zarandeara sin cesar de un lado a otro, eso, sumado a los nervios y la incertidumbre de lo que pasaría a continuación, hacían que Ofelia se viese inmersa en un mar de emociones encontradas. Salvador, a su lado, sostenía su mano, intentando, sin mucho éxito, tranquilizarla.

OfeliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora