Capítulo 6

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Pablo, el cochero de la familia Carrasco, se acercó hasta la biblioteca de la casa donde Ofelia leía sentada. A su alrededor se encontraban abiertos diferentes libros de texto y su cabeza reposaba sobre una de sus manos mientas sus ojos acariciaban las palabras.

- Disculpe señorita – dijo Pablo en un susurro. Ofelia se enderezó en su asiento y levantó la vista.

- Dime Pablo – respondió con una sonrisa

- El señor Salvador debe ir a realizarse unos exámenes médicos y me temo que no podré llevarla a sus clases hoy.

- No te preocupes Pablo, hablaré con la señora y veré que se puede hacer. Muchas gracias por avisarme.

- De nada, permiso – se alejó nuevamente dejándola sola con los libros.

Tomó algunas notas y luego cerró todos los ejemplares que había utilizado y los dejó apilados en una esquina de la mesa. Caminó hasta el estudio del señor Carrasco donde Dámaris se encontraba y golpeó la puerta con suavidad antes de abrir.

- Permiso – susurró. Dámaris tomaba té de una taza humeante que dejó reposar sobre una mesita a su lado.

- Pasa querida, ¿necesitas algo?

- Señora... Pablo me ha dicho que no podrá llevarme hoy a clases porque debe llevar a su hijo a hacerse unos exámenes médicos. Me preguntaba si usted podría decirme cómo puedo ir a clases hoy.

- Qué extraño... no recordaba que Salvador tuviese exámenes hoy... - dijo más para ella que para Ofelia – No te preocupes querida... ¿sabes andar en bicicleta?, hay una guardada, es mía pero hace muchísimo que no la utilizo. Si no puedes ir montando caballo pero creo que la bicicleta es una mejor opción, ¿qué dices?

- Me parece bien – Ofelia sonrió y su mente evocó una imagen de su padre enseñándole a montar en bicicleta en los terrenos de su casa de campo, ayudándola a mantener el equilibrio, sacudiendo la tierra de sus rodillas y secando con dulzura sus lágrimas cada vez que se caía – Muchas gracias – se despidió de Dámaris y caminó hasta la biblioteca para continuar con su tarea.

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Se subió a la bicicleta, tenía un pequeño canasto de mimbre atado al manubrio donde colocó su morral con los libros y comenzó a pedalear por el camino que llevaba hacia el centro de la ciudad. Dejó atrás las puertas de hierro de la casa y respiró el aire puro mientras disfrutaba del viento que acariciaba su pelo al pedalear.

Llegó a la ya conocida casa y golpeó la puerta. Su profesor abrió y le indicó que pasara porque la clase comenzaría pronto. Tomó asiento junto a Sonia quien le sonrió al verla entrar.

- Ofelia, ¿te gustaría compartir con nosotros tu poesía? – El profesor le sonrió detrás de sus gafas mientras ella asentía con la cabeza y buscaba su cuaderno.

- Sí señor, sólo deme un segundo... - aspiró hondo y luego comenzó a leer el corto poema que había hecho, los nervios la consumían por dentro mientras leía y pensaba en las palabras de Salvador.

- Gracias Ofelia – dijo Maldonado mientras le pedía a otra alumna que leyese la suya.

- ¿Estás bien? – Sonia le había llamado la atención con un pequeño golpecito en el pie.

- Sí... - susurró mientras llevaba un dedo a sus labios indicándole a la otra que se callara porque los ojos del profesor estaban fijos en las dos.

OfeliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora