Cuando los primeros rayos de luz solar comenzaron a teñir de anaranjado el cielo en el horizonte, Ofelia salió de su cama y se vistió. Recogió el papel que el extraño había dejado en su cuarto y tomó, también en sus brazos, el ejemplar de botánica de su padre.
El aroma a pan horneándose invadía parte de la casa. En la cocina, Begoña lavaba los trastos que había ensuciado mientras Isabela pasaba un trapo húmedo por la mesa de madera y limpiaba los restos de harina.
- ¿Qué debemos preparar hoy para el almuerzo? – preguntó la más joven enjuagando el trapo para volver a repasar.
- Cazuela de pollo. Necesito que vayas hasta el huerto y me traigas algunas verduras frescas. Y también papas y cebollas de la despensa – Isabela asintió con la cabeza.
- ¿No te parece que todos actúan raro desde que la señorita llegó?
- No te corresponde hablar de eso Isabela.
Begoña reprendió a la joven que se encogió de hombros y a regañadientes salió de la cocina hacia el huerto para juntar las verduras que la cocinera le había pedido. Entonces la vieja se secó las manos en su delantal y suspiró resignada. Ella también se daba cuenta de que todo había cambiado desde la llegada de aquella muchachita. Algunas cosas para bien y otras cosas simplemente no tenían explicación.
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Se sentó en la mesa de la biblioteca y alisó la hoja de papel para volver a leer la palabra en latín, no le hacía falta conocer aquella lengua para saber qué significaba.
Abrió el libro de su padre y buscó en el índice la página donde hablaba de los jacintos azules. Allí, entre paréntesis y con letra cursiva decía "Hyacinthoides non-scripta". Ofelia acarició la hoja que tenía un dibujo representando la planta con su flor. No decía nada interesante, nada nuevo para la jovencita a quien su padre le había contado todos los secretos de aquella planta.
Frustrada, cerró el libro de un golpe y se puso de pie. Examinó los libros en las estanterías de punta a punta, buscando alguno de botánica o algo que pudiese ayudar a entender, porque estaba segura de que aquel extraño que había dejado pétalos azules y ahora el nombre de aquella planta, sabía algo que ella desconocía y que, quizás, se relacionaba con la muerte de su padre.
- ¿Qué hace levantada tan temprano señorita? – preguntó la cocinera desde la puerta de la biblioteca.
Ofelia contuvo la respiración unos segundos porque no esperaba encontrarse con nadie allí.
- Disculpe si la he asustado...
- No se preocupe Begoña, me desperté y pensé que sería una buena idea leer.
- ¿Desea que le sirva el desayuno?
- Por favor, gracias.
Begoña salió de la biblioteca y Ofelia decidió continuar con su tarea de búsqueda. Pero aunque registró tres veces los libros buscando alguno que pudiese ayudarla, terminó sentada en la misma silla, volviendo a abrir el libro de su padre. Suspiró mientras pasaba las hojas y leía las letras una y otra vez, sin comprender. Y finalmente, resignada, recogió sus cosas y fue al salón donde Salvador y su madre desayunaban sin dirigirse palabra.
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Pablo aguardaba como cada tarde al lado de los caballos para llevar a Ofelia hasta la casona nuevamente. La jovencita salió de clases acompañada por Sonia que cuchicheaba tomándola del brazo mientras caminaban. Hablaba ensoñadoramente de Álvaro del Castillo, un joven soltero que había asistido al cumpleaños de su hermana y que, últimamente, visitaba de forma regular su casa porque su familia tenía negocios con el padre de Sonia, quien además se mostraba a gusto dejando que los dos dieran paseos, con Claudia como dama de compañía. Quien a criterio de Sonia, resultaba bastante aburrida.
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Ofelia
Ficción histórica¿Y si todo lo que creíste durante toda tu vida es una mentira? Luego de la muerte de su padre, Ofelia es enviada a la ciudad a estudiar hospedándose en la casa de un hombre amigo de su padre. Allí comienza una aventura donde nada es lo que parece...