Capítulo 28

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El silencio se instaló en la biblioteca, sólo roto por el sonido de sus respiraciones, por el latir de los corazones acelerados. Ofelia miraba a Salvador sin creer las palabras que había escuchado de sus labios unos segundos atrás. La solución a sus problemas estaba allí, un apellido, una posición social, protección, todo al alcance de su mano. El color se evaporó de sus mejillas; no sabía qué hacer. Un manto de nostalgia cubrió su cuerpo, tal como colocamos el abrigo sobre nuestros hombros, pero en lugar de darle calor, el frío la habitaba, corría por sus venas, invadía su ser. Contempló los rasgos del hombre parado frente a ella. Siempre le había parecido atractivo, con su cabello negro azabache que se resistía a peinar, el corte de su rostro, sus facciones duras que a veces suavizaba con una sonrisa corta. Se había quedado sin palabras, evaluando la situación, admirándole. Su mirada se posó en la nube blanquecina que cubría los ojos de Salvador y creyó adivinar que habían sido oscuros, de cualquier forma eso ya no tenía sentido porque las ventanas de su alma estaban cegadas.

Salvador apretó la mano de Ofelia entre las suyas con delicadeza. El silencio sepulcral de la joven estaba matándolo. Quería saber su respuesta, aunque fuese negativa.

—Ofelia —murmuró para llamar su atención nuevamente—; no estás obligada a aceptar y sé que he sido un poco brusco al decir esto... se acostumbra a cortejar a la dama, pero, considerando las circunstancias, pensé que era mejor ir al grano.

Sostuvo la mirada, analizándolo, él intentaba mantenerse con su porte de seguridad e indiferencia pero a pesar suyo, las manos le temblequeaban delatando sus nervios.

—No puedo aceptar—contestó en un susurro y luego aclaró su garganta—No quiero tu lástima Salvador.

Los matrimonios por conveniencia nunca le habían parecido una buena opción y aunque se sentía sola, no quería aceptar casarse sólo para tener una buena posición social. Él le ofrecía seguridad pero ¿le ofrecía amor?

—No es lástima —contestó él, rompiendo el silencio en el que sus pensamientos la habían inmerso.

Soltó la mano de la joven y dio un paso atrás. Su orgullo se vio más herido aún cuando, al intentar salir de la biblioteca, chocó contra una de las estanterías y el ruido sordo de los libros cayendo se sumó al sonido de su corazón que había comenzado a latir de manera desacompasada. Se mantuvo quieto unos segundos, hasta que la catarata de libros cesó, y entonces tanteó el picaporte para alejarse de Ofelia.

—¿Qué es entonces? —indagó.

La pregunta de Ofelia quedó en el aire unos segundos antes de que la puerta se cerrara y los pasos de Salvador se alejaran por el corredor. Se mordió los labios y sonrió. Una marea de sensaciones se desató en su interior; podía escuchar el aleteo de alas en su estómago, aturdiéndola, mientras levantaba los libros del piso y los acomodaba con esmero en su sitio.

*-*-*

Antonio Carrasco se movió incómodo en su cama cuando percibió los golpes en la puerta. No lo despertaron, llevaba noches sin dormir. El insomnio lo aquejaba, su mente invocaba imágenes de muerte y recuerdos de la promesa que había hecho a Samuel.

Cuando la Orden había amenazado a Herrero de muerte si no entregaba el dinero, Samuel le había pedido que protegiera a su familia. Juntos habían planificado que Ofelia fuese a estudiar con él e incluso había sido su idea después de jurar que no permitiría que nada les pasara. Sin embargo, él se había mantenido al margen todo el tiempo, velando por los intereses de la Orden, dejando de lado los valores, sucumbiendo ante el poder y las riquezas. Ya no tenía palabra, había fallado y lo más terrible era que su propia sangre había sido responsable de más muerte.

OfeliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora