El ruido de la pala al caer sobre la tierra, hizo que Isabela parpadeara. La mirada clavada en el lugar donde el mango de madera se tambaleó un par de veces antes de quedarse quieto. Sus labios tiritaron unos segundos, estaba presa del miedo.
La espalda de Pablo se tensó, apretó los dientes con fuerza, hasta que la mandíbula le dolió y se vio obligado a disminuir la presión. Tomó uno de los jacintos que yacían con los bulbos expuestos y lo arrojó en la misma dirección que había lanzado la pala unos momentos atrás. Tomó tierra con sus manos, la aventó al aire, frustrado, y lanzó un gruñido que paralizó aún más a Isabela.
—¡Maldito viejo! —otro puñado más de tierra voló y cayó esparcido en todas direcciones— ¡Maldito viejo maniático!
Avanzó aplastando las plantas, pisoteando sus flores azules. Caminó hasta perderse de vista. Isabela estrujó el delantal entre sus manos, se mordió los labios consciente de que necesitaban encontrar el dinero porque Pablo cada vez era más difícil de contener. Apenas dormía por las noches; no era el interminable balbuceo de Pablo, ni tampoco el incesable tarareo de la misma melodía. Lo que le quitaba el sueño a Isabela era el escalofrío que recorría su espalda cada vez que escuchaba el silbido melodioso que escapaba entre los dientes apretados de Pablo, siempre la misma canción. Suponía que era una nana, pero su forma de entonarla hacía que los pelos se le pusieran de punta, que el sueño la abandonara y el insomnio se adueñara de su mente, en un instinto de mera supervivencia.
Parpadeó un par de veces antes de agacharse para recoger las plantas que estaban sanas. Acomodó sus hojas, sacudió un poco la tierra que las había tapado mientras Pablo rebuscaba el dinero, las colocó en un costado y luego levantó la pala para ponerse en la tarea de intentar reconstruir el cantero de los jacintos. No quería imaginar la cara de la señora Ofelia cuando al regresar del viaje, contemplara el desastre que habían hecho con las preciadas flores de su padre.
Siempre se había sentido atraída por el antiguo chofer de los Carrasco, desde que don Antonio apareció una tarde acompañado del joven y, después de anunciar que trabajaría para la familia, se habían encerrado con la señora Dámaris durante bastante tiempo en su estudio. Begoña y ella se habían mantenido pendientes de la puerta, anhelando que los señores pidieran café o algo que les permitiera conocer un poco más de lo que sucedía entre aquellas cuatro paredes, pero no lo hicieron y el silencio reinaba en la casa. Mientras tanto, Pablo había esperado paciente en el jardín, con una pequeña maleta que parecía tener más años que su dueño. En aquel momento Isabela pensó que parecía confundido y un tanto perdido. Se acercó hasta él para ofrecerle algo fresco para tomar, negó con la cabeza y una sonrisa que desarmó por completo a la jovencita afloró de sus labios. Conversaron. Él dijo su nombre y parecía contento ante la posibilidad de trabajar para la familia Carrasco. Isabela recordaba cada detalle de aquella tarde veraniega, había sido tan sólo unos días antes de que la señorita Ofelia llegara también a la casona.
Dámaris había abierto la puerta luego de un rato bastante prolongado. Sus mejillas estaban rojas, el labio inferior le temblaba. Cuando Isabela fue a llevarle una infusión de tilo a su habitación, la encontró sentada mirando por la ventana hacia la nada. La señora giró, los ojos estaban secos, pero tenía un dejo de nostalgia en ellos.
—Nunca acaban su labor de destruirnos —dijo con voz lúgubre—, no les basta con arruinarnos las entrañas, no, necesitan estrujarnos hasta que caiga la última lágrima, hasta que el corazón se nos seque del dolor y hasta que los huesos crujan.
Isabela no había entendido entonces, pero ahora sí lograba comprender un poco mejor esa sensación.
—Deja la taza y márchate —. Había sido la orden y ella obedeció en silencio. Sin emitir palabra.
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Ofelia
Historical Fiction¿Y si todo lo que creíste durante toda tu vida es una mentira? Luego de la muerte de su padre, Ofelia es enviada a la ciudad a estudiar hospedándose en la casa de un hombre amigo de su padre. Allí comienza una aventura donde nada es lo que parece...