Cuando los primeros rayos de luz solar iluminaron la habitación, Ofelia salió de la cama. No había podido pegar un ojo en toda la noche, urdiendo un plan que le permitiera confirmar su sospecha. Sabía que, por más que estuviera en casa de Dámaris, estaban siendo observados; cualquier movimiento fuera de su rutina no escaparía de la mirada de la Orden. Se vistió lo más silenciosamente que le fue posible y salió de puntillas rumbo al comedor donde solían desayunar. La casa estaba silenciosa, sólo se escuchaba un traqueteo en la cocina, propio de la cocinera llevando a cabo sus quehaceres. Caminó hasta la biblioteca y se sentó en la silla que ocupaba normalmente Salvador. Dejó sobre la mesa el cuaderno de su padre y comenzó a hojearlo nuevamente, intentando entender algo más.
—¿Por qué te levantaste tan temprano? —preguntó su suegra desde la puerta de la biblioteca—. Pensé que era la única que madrugaba en esta casa.
—Buenos días —cerró el cuaderno de Samuel e intentó disimular su sorpresa—. A veces suele sucederme, despertar temprano y no poder volver a dormir.
Dámaris asintió con la cabeza y sonrió.
—Conozco la sensación. En unos momentos estará listo el desayuno —dijo y se retiró, dejándola nuevamente sola.
Ofelia regresó a la habitación para guardar el cuaderno. Salvador aún estaba dormido y parecía ajeno a todo problema. Lo observó unos segundos, sólo el tiempo que él tardó en percibir su presencia y abrir los ojos.
—Buenos días —murmuró Ofelia, acercándose hasta él para acariciarle el rostro. Salvador sonrió y respondió con un sonido nasal—. Tu madre nos espera en el comedor para desayunar.
Salvador asintió y comenzó a prepararse. Le era fácil moverse en su antigua habitación, y Ofelia se había encargado de dejarle la ropa ordenada para que pudiera vestirse.
—¿Tienes alguna idea respecto a lo que hablamos anoche? —indagó mientras abrochaba los botones de su camisa.
—Aún no.
—Debemos tener cuidado, no sé quiénes en esta casa reciben órdenes además de las de mi madre.
—Lo sé. Esto me genera ansiedad porque creo estar cerca de la verdad, pero también me da miedo descubrir esa verdad y las consecuencias que traerá para nosotros.
Salvador se acercó hasta ella, la rodeó con sus brazos, apretándola con ternura.
—No temas, iremos con cuidado y encontraremos la solución.
En el comedor, el desayuno ya estaba servido. El aroma a pan caliente mezclado con café resultaba irresistible. Dámaris los esperaba sentada en la mesa. A su lado había un pequeño montoncito de sobres sin abrir.
—He enviado a buscar el correo. Hay una carta para ti, Ofelia.
Buscó entre los sobres y escogió uno que extendió hacia su nuera. Ofelia lo miró con curiosidad pero no lo abrió. No tenía remitente, sólo su nombre y la dirección de la casilla postal de su suegra, además del sello postal.
—¿De quién es la carta? —preguntó Salvador antes de morder una tostada.
—No lo sé, la abriré luego.
Él comprendió que se trataba de algo especial y no insistió.
—¿Hay alguna noticia de mi padre?
La pregunta tomó por sorpresa a Dámaris, que dirigió la mirada hacia su hijo.
—No, nada por ahora.
Dámaris había notificado a su marido sobre la cirugía de Salvador y sólo había obtenido silencio como contestación. También le había escrito para avisar que regresaba a la casa, pero ninguna respuesta llegaba de parte de Antonio Carrasco. Pensó que lo enfrentaría al regresar, sin embargo los empleados le anunciaron que el señor de la casa había partido en un viaje acompañado de Emilio, su cochero. Dámaris no esperaba más de él que la indiferencia, así que se había resignado a posponer la conversación con su esposo hasta que él llegara.
ESTÁS LEYENDO
Ofelia
Ficção Histórica¿Y si todo lo que creíste durante toda tu vida es una mentira? Luego de la muerte de su padre, Ofelia es enviada a la ciudad a estudiar hospedándose en la casa de un hombre amigo de su padre. Allí comienza una aventura donde nada es lo que parece...