Llegó al comedor confundida, había dejado el pétalo justo en el lugar donde lo había encontrado. Tomó asiento en una de las sillas vacías alrededor de la mesa cuadrada que tenía ocho puestos disponibles a pesar de ser una familia de tan sólo tres integrantes, ahora cuatro, contándola a ella.
Levantó la vista hacia un cuadro que decoraba la pared justo frente a ella. Lo miró con detenimiento mientras esperaba; representaba a una mujer de cabellos rojizos, sentada frente a una ventana desde donde ingresaban los rayos del sol. Vestía un precioso vestido morado y detrás de ella, en segundo plano, un espléndido piano de maderera oscura, cuyas teclas eran bañadas por la luz. La mujer tenía las manos cruzadas sobre la falda y su mirada perdida en el exterior que contemplaba a través de la ventana. Por alguna razón el cuadro le recordó a su madre y extrañó a Elena, llevaba pocos días lejos de casa pero en ese momento decidió que escribiría una carta para ella.
Escuchó pasos que se acercaban al salón, el familiar golpeteo en el piso y la pared del pasillo la preparó para recibir a quien se aproximaba; no se sorprendió cuando en la abertura del comedor apareció Salvador. No llevaba sus gafas oscuras pero sus párpados estaban cerrados. Ofelia lo miró sin decir palabra, su presencia la ponía nerviosa.
—Buenas noches Ofelia —dijo él, sorprendiéndola.
—¿Cómo sabe que estoy aquí? —preguntó incómoda.
—¿No le han enseñado modales?, debe responder cuando se le saluda, señorita. —Su tono de voz era áspero y algo le decía que disfrutaba humillarla.
—Buenas noches Salvador, ¿Cómo ha sabido que me encontraba aquí? —reformuló la pregunta y blanqueó los ojos, aprovechando que él era incapaz de ver el gesto.
—Su perfume señorita—contestó, y Ofelia se sintió halagada por unos segundos—, toda la habitación apesta a su perfume y me irrita la nariz.
Allí la caballerosidad murió y Ofelia lo miró ofuscada, sintiendo que la ira, mezclada con humillación, crecía dentro de ella. Prefirió no responder y dejó que una sonrisa de triunfo asomara por los labios del joven mientras se encaminaba hacia su silla y tomaba asiento.
Isabela apareció en el comedor, con su atuendo y el delantal. Traía en una bandeja un recipiente con sopa de arvejas que humeaba. Detrás de ella ingresó Dámaris que luego de dedicarle una sonrisa a Ofelia, tomó asiento en su lugar de siempre e Isabela comenzó a servir.
Ofelia observaba a Salvador con detenimiento. Él midió con el ancho de su mano, contando dos dedos desde el borde de la mesa hasta dónde se ubicaba el plato que Isabela había colocado frente a él con el líquido caliente, luego buscó la cuchara entre los cubiertos ordenados a su lado y comenzó a comer, con tal precisión como si pudiese ver.
—¿Cómo ha sido tu primer día de clases querida? —preguntó Dámaris obligándole a mirarla.
—Bien, gracias, ha sido muy bueno la verdad —sonrió a la dueña de casa mientras disfrutaba la deliciosa sopa.
—¿Te han dado la lista de libros que necesitarás?
—Sí señora. Pensaba pedirle a Pablo, si no es mucha molestia, que me llevara hasta la ciudad mañana para comprarlos.
—Seguro querida, no habrá problema. ¿Necesitas dinero para comprarlos?
—No señora, he traído dinero conmigo. Muchas gracias.
—No te preocupes Ofelia, quizás quieras guardar ese dinero para comprar otras cosas que puedan ser necesarias para ti. No es problema comprar los libros, correrán por cuenta nuestra —Ofelia sintió sus mejillas enrojecer.
ESTÁS LEYENDO
Ofelia
Historyczne¿Y si todo lo que creíste durante toda tu vida es una mentira? Luego de la muerte de su padre, Ofelia es enviada a la ciudad a estudiar hospedándose en la casa de un hombre amigo de su padre. Allí comienza una aventura donde nada es lo que parece...