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Pepper 

Estoy en clase, y la verdad es que me muero de aburrimiento. Ahora sí llegué a tiempo, pero es porque no pasé por mi chocolate caliente, así que me quedé con ganas de uno de nuevo. 

Apenas entiendo lo que dice el ancianito, alias "mi profesor de historia del arte del siglo XVIII", por cómo habla arrastrando las palabras, y como pasa en los primeros días, ni si quiera es una clase como tal, si no una presentación y la explicación de lo que vamos a hacer durante el periodo y bla, bla, bla. 

Cuando termina, soy la primera en salir. Ayer ya no vi a Kaa después de que nos separamos para ir cada quien a su clase, y olvidé intercambiar números y esas cosas. Todavía falta media hora para la próxima sesión, así que decido buscarla. 

Empiezo a caminar hacia donde se supone que está su área cuando oigo que me llaman–. ¡Pepper! 

Giro para ver quien es y ¡ta dah! La encontré. Está bien, no, ella me encontró. 

–Hola, Kaa –la saludo contenta. Se ve tan sofisticada y elegante, con un bonito vestido morado sencillo y ajustado debajo de una chaqueta color chocolate, usa unos bonitos tacones dorados al igual que su collar, y su cabello lo trae amarrado en una trenza descuidada que cae sobre uno de sus hombros–. ¿Qué tal tus clases? 

–Las que faltaban de ayer, aburridas. Las de hoy no lo sé, otra vez llegué tarde. 

–¿Tu hermano? 

–¡Sí! Dastan y su maldito café. 

–Hay que comprarle una cafetera. 

–La tiene, pero prefiere el de Starbucks. No entiendo por qué, si pide un café que sabe exactamente igual al que sale de su cafetera.

Supongo que lo entiendo. Yo también tengo para hacerme un chocolate en casa, y sin embargo, prefiero comprarlo. 

–Ahora sí llegaste a tiempo, ¿no? –me pregunta.

–Sí. Pero es porque de nuevo me quedé con ganas de mi chocolate. 

Se dibuja una sonrisa en su cara. ¡Que sonriente es! Apenas me doy cuenta de que tiene un brazo tras la espalda. 

–Mmmm no, no lo creo –y saca lo que tenía escondido, un vaso de Starbucks–. Chocolate caliente a domicilio, o a la facultad, supongo –dice entregándome el vaso. 

–Gracias Kaa, no tenías que hacerlo. 

–No fui yo. 

–¿Qué? –pregunté y empecé a tomar, me derretí por el delicioso sabor del chocolate. Ella sonrió aún más y entonces otra vez me atraganté cuando entendí por qué sonrió–. ¿Dastan? 

–Ajá. Se acordó de que ayer mencionaste que preferías el chocolate caliente y te compró uno.

–No. Tú lo mencionaste. 

–Y tú lo confirmaste. 

Cierto. No pude evitar sentirme algo emocionada por el gesto de su hermano. ¿Qué  demonios? 

–Gracias. ¿Tú no pediste nada? 

–Sí. También me gusta el chocolate y me compró uno pero me lo terminé en el camino. Así que tómate el tuyo, porque me costó bastante aguantarme las ganas de tomármelo yo. 

–¿Quieres? –le digo, extendiéndole el vaso. 

Lleva su mano hacia su pecho–. ¿Acaso estás conspirando en mi contra para hacerme engordar? –dice de forma dramática. 

Huellas en la Piel ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora