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Pepper 

Un agradable sonido de los acordes de una guitarra acústica entra por la habitación, lo que me despierta de mi sueño, aunque sigo con los ojos cerrados, disfrutando de la melodía. Que extraño, nunca había despertado con música, en mi casa sólo vivimos Nicole y yo, y hasta donde sé, Nicole no sabe tocar... Entonces recuerdo que no estoy en mi casa, ni mucho menos en mi habitación y obviamente Nicole no está aquí. Hace bastante tiempo que no dormía fuera de mi casa, cinco años más o menos. Desde que todo cambió. 

Abro los ojos y distingo la enorme habitación del hombre que últimamente ronda en mis pensamientos. Ayer, cuando entré en la noche, no me dio tiempo de distinguir nada, sólo me preocupaba despertarlo y hacer que dejara de sufrir por su pesadilla, así que no me di cuenta de que su habitación es súper elegante y majestuosa. Las paredes están cubiertas con madera de lo que supongo es ébano, y aunque su habitación es oscura por la madera, es bastante luminosa, debido a que en una pared hay una enorme ventana del piso al techo. 

Extiendo mis brazos y piernas para estirarme y despabilarme del sueño y no siento la orilla de la cama, ni a Dastan, entonces me levanto sobre mis codos y me doy cuenta de que estoy sola, en una cama king-size, cubierta con unas suaves sabanas de seda negras. Con razón dormí como un oso. 

Después, escucho que se abre la puerta, y lo único que veo entrar es una cola peluda moviéndose de lado a lado que va rodeando la cama, se detiene en uno de los lados y luego suelta un ladrido. 

–Hola, Rush –saludo al perro cuando me acerco a la orilla de la cama y me levanto–. ¿Sabes dónde está Dastan? 

Él inclina la cabeza y se me queda viendo con cara de que no entendió nada. ¿Por qué estoy hablando con un perro? Entonces, suelta otro ladrido y se dirige a la puerta de la habitación, dispuesto a salir. Me doy cuenta que vino a levantarme. Se detiene en la puerta, voltea a verme y suelta otro ladrido, entonces comprendo que quiere que lo siga, así que lo hago. 

Cuando salgo de la habitación, escucho la música un poco más fuerte, y en lo que sigo a Rush a través del pasillo, me doy cuenta de que en las paredes hay más fotografías. Ayer estaba tan embobada con Dastan cargándome que no me di cuenta de nada. De cierta forma, su casa es como la mía. Mis paredes están decoradas con mi arte, las de Dastan con el suyo. 

Rush entra en una habitación donde la puerta está entreabierta. Entonces, extiendo mi mano para abrirla me doy cuenta de que la música proviene de aquí. Cuando me asomo, veo una enorme sala, hay un piano de cola negro, miles de guitarras acústicas y eléctricas, y en las paredes cuelgan muchísimas tablas de skateboard y longboard, unas nuevas y otras rotas, supongo que son recuerdos, y a Dastan, sentado de espaldas a mí en un banco, viendo hacia la enorme ventana que igual ocupa toda una pared de la habitación, tocando la guitarra que he estado escuchando. Trae puestos unos pantalones deportivos y ya, su torso está desnudo y veo su espalda cubierta de tatuajes, aunque todavía hay mucha piel virgen, no está tan cubierta como sus brazos. 

Rush se acerca a él. 

–¡Hey, amigo! –lo saluda Dastan, sin dejar de tocar. 

Al perecer Rush sí entendió lo que le pregunté. Suelta un ladrido y Dastan deja de tocar y se da cuenta que su perro está viendo hacia otro lado, después voltea y me ve. Una enorme sonrisa se dibuja en su rostro. 

–Lo siento, no quería interrumpirte –dije apenada, o impresionada por el arsenal de instrumentos que tiene. ¡Qué mentira más grande acabo de decir! La verdad es que estoy bastante cohibida por su escultural cuerpo, que me derrite desde adentro. 

Huellas en la Piel ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora