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Dastan 

Quinientos mil. Es la segunda cantidad más grande que donaron para la fundación. Y viene de Pepper. Un cuarto ella y el otro cuarto de parte de sus padrinos. 

Estoy sentado frente a mi portátil, revisando el informe de las donaciones de la fundación, en  el patio trasero en la casa de mamá. Es domingo, día de comida familiar. Pero estoy más lejos, apartado de todos. 

Hace dos semanas que no la veo y no está aquí. Tampoco lo estuvo el domingo pasado. Kaa la invitó, sin embargo, pero no quiso venir, y no estoy seguro de que yo quisiera que estuviera aquí. 

Tampoco sé que hacer con ese medio millón. No puedo aceptarlo. Intenté regresarlo pero no lo aceptó de vuelta. Dijo que no era para mí al final de cuentas y esa fue la única vez que he hablado con ella después del baile en Nueva York, y fue por teléfono. También me regresó a los agentes, alegando que ya no los necesitaba, y quiso regresarme los autos pero no lo permití. Si ella no aceptaba su dinero yo no aceptaría los autos de vuelta, ni siquiera si acepta su dinero. No estoy seguro de querer algo de ella, de alguien que es capaz de traicionar así a su hermana, su familia. 

–Dastan, tienes que hablar con ella. 

–No empieces, hermanita. 

Kaa se sienta a mi lado. Se ve un poco molesta, pero sobre todo, me doy cuenta de que está triste. 

No pude evitar cabrearme. Odio verla así. 

–¿Qué te hizo Lex? –pregunto molesto. 

–No puedes dejar así las cosas –dice, ignorando mi pregunta. Al parecer no tiene nada que ver con Lex. 

Pongo los ojos en blanco y la ignoro. No estoy de humor para hablar de eso. 

–No sé que pasó entre ustedes y si no me quieren decir está bien –continúa–. Pero te estás comportando como un niñito. La forma en que la dejaste no es de un caballero, aunque nunca lo has sido. 

Sigo sin decir nada, con mi vista plantada en la pantalla del portátil y moviendo el cursor sin ningún destino en concreto. No estoy prestando atención a lo que estoy haciendo en realidad. Sólo quiero que deje de hablar de ella. 

–Dastan... 

–Ya es suficiente, Kaa –replico, poniendo mi atención en ella de nuevo.

–No me vengas con tus ordenes, Dastan. Compórtate como un hombre y arregla las cosas como un adulto. 

–No hay nada que arreglar. 

–¿Entonces por qué parecía un inferi la última vez que la vi? 

Frunzo el ceño–. ¿Un qué? 

Ella suelta un bufido y niega con la cabeza–. No importa. El punto es que se está mal. Y aunque no me hable, eso no quiere decir que no me dé cuenta de que ella está hecha un desastre. Ni siquiera ha ido a la facultad. 

–¿Cómo que no te habla? Esto no tiene nada que ver contigo. 

–Ya lo sé. Pero resulta que tengo tu estúpida carota en mi rostro, supongo que le recuerdo a ti –murmura poniéndose de pie de nuevo. Después toma mi brazo y lo acerca a ella–. Por lo menos termina las cosas de una forma adulta –coloca algo en mi mano y se va a donde están los demás. 

Al fijarme en mi mano, veo los pendientes que le regalé a Pepper aquella noche. 

Recuerdos de ella vienen a miente: lo hermosa que se veía con su vestido purpura, la forma en que contrastaba con sus ojos y lo contenta que se puso cuando se los regalé. Recuerdo que no podía despegar los ojos de ella en toda la noche. Después recuerdo lo que me dijo el idiota del bar, y la forma en la que Pepper se puso cuando le pregunté, confirmándomelo todo. 

Huellas en la Piel ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora