CAPÍTULO 1

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Respiré hondo y empujé la puerta del instituto. El pasillo era amplio y con filas y filas a ambos lados de este. La gente iba de un lado a otro hablando con sus amigos o en solitario. Algunas personas se giraron al escuchar el chirrido de la pesada puerta de metal y me sonrojé. De momento mi plan de pasar desapercibida no iba muy bien. Agarré con más fuerza mi mochila y cuadernos que llevaba en la mano y me adentré en el pasillo. Recibí varios empujones nada mas dar un paso. ¿Realmente iba a sobrevivir? No llevaba ni dos minutos y ya echaba de menos mi antiguo instituto y a mis amigos.

Hace un mes me mudé a Madrid. Mi padre murió hace un año y a mi madre se le hacía difícil estar en casa, decía que le traía demasiados recuerdos y la entiendo. Un día vino a mi cuarto y me dijo que hiciera la maleta que la día siguiente nos veníamos a una casa nueva. Decía que no podía seguir en esa casa que se tenía que ir cuanto antes. Recuerdo que me enfadé muchísimo, no me dio ni tiempo de despedirme de mis amigos, pero poco a poco me iba haciendo la idea de que no los iba a ver más, al menos por el momento. Este último año ha sido para mi el mes de adaptación: a la ciudad, la gente y el ajetreo de la gran ciudad.

Estaba tan sumida en mis pensamientos que no me di cuenta de que me iba a chocar con un chico, hasta que caí de culo y todos los papeles que tenía entre las hijas del cuaderno se esparcieron a mi alrededor. Suspiré y levanté la cabeza.

-Podrías mirar por dónde vas -me quejé.

Cuando me fijé en el rostro que tenía delante vi que tenía los ojos azules, el pelo castaño y rapado. Su cuerpo estaba lleno de músculos, sin duda alguna practicaba algún deporte.

-Es que eres tan pequeña que no te he visto -sonrió mientras se agachaba para ayudarme, bufé. Cuándo acabamos de recoger todos lo papeles me ayudó a levantarme. Me sobé el trasero, me seguía doliendo-. Pues ya he hecho la buena acción del día.

-Sabes que tirar a una persona y ayudarla a levantarse no cuenta como nada, ¿verdad? -enarqué una ceja y rió.

-Claro que si -dijo mientras se levantaba y miraba lo había detrás de mí-. Me tengo que ir.

Le vi ir hacía un grupo de chicos, también lleno de músculos, y le oí decirles:

-He ayudado a una damisela en apuros.

-¡No soy una damisela en apuros, imbécil! -le grité y le vi sonreír. Varias personas se giraron a mirarme y me sonrojé. Mierda.

N/A:  ¡Hola! aquí os traigo una nueva historia que espero que os guste mucho y lo más importante que la disfrutéis.

No soy una damisela en apuros Donde viven las historias. Descúbrelo ahora