CAPÍTULO 10

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-¿Qué quieres decir con eso de volver a Cádiz? ¡Ni hablar! -sentenció mi madre furiosa.

-¿Es qué no lo entiendes? Me sacaste de Cádiz para traerme aquí de un día para otro y no me quejé. Nunca estás en casa y no digo nada, ni me quejo. Pero yo ya no puedo más, quiero volver a estar con mis amigos, en mi casa.

-Aquella ya no es nuestra casa.

-¡Sí lo es! Todavía no la han comprando. Ahí he crecido, esa siempre será mi casa hasta cuando la compren -miré el techo buscando algo que decir para conseguir que me dejara ir-. Mamá tengo 18 años, me puedo independizar. Déjame volver a Cádiz, por favor. Lo necesito -dije con lágrimas en los ojos y ella respiró hondo.

-De acuerdo, puedes acabar allí el curso, pero en verano te quiero de vuelta, ¿vale?

-¡Gracias! ¡Te quiero! -dije abrazándola y llenándola de besos.

Por una vez llegué temprano al instituto y con temprano quiero decir a tiempo de la primera clase, ese día me iba a ir a la hora del recreo para preparar la maleta e irme a la tarde. En cuanto mi madre aceptó me puse a buscar como loca el primer tren a Cádiz y por suerte encontré uno para el día siguiente, es decir, hoy. Mentiría si dijera que no estaba ilusionada de volver. Si es verdad que necesitaba salir de hay, pero también es verdad que lo echaba de menos. Al fin y al cabo era allí donde había crecido y vivido la mayor parte de mi vida. No llevaba mucho tiempo en Madrid, pero parecía que hacía una eternidad que no veía a mis amigos.

Las tres primeras horas no hacía mas que pensar en cómo estaría la casa en cuanto llegara. Seguramente llena polvo porque aunque hiciera poco que nos hubiéramos mudado hacía el suficiente para que la casa estuviera llena de mierda. "Será raro ver a mi cuarto sin nada propio" pensé mientras finalizaba la tercera clase. Decidí que me llevaría algunas de mis cosas para sentir que nunca me había movido de ahí. Sólo había dos cosas en las que intentaba no pensar: en cómo será estar en casa sin mi madre y mi padre, y en cómo iba a decírselo a los chicos. Me dirigí a la taquilla lo más rápido posible para no encontrarme con nadie. Era una cobarde, y en cierto modo lo sigo siendo. Al llegar a la taquilla la abrí y cayeron varias notas con insultos. Las tiré por última vez en la papelera, esta vez sin leerlas. Me daba pena pensar que mi último recuerdo de Madrid iba a ser la pelea de ayer y el insulto hacía mi padre. Empecé a meter todos los libros en la mochila.

-¿Qué estas haciendo? -preguntó una voz a mis espaldas. Dylan.

-Nada.

-Entonces, ¿por qué estás recogiendo tus cosas?

-¿Si ya lo sabes para qué preguntas? -le espeté y respiré hondo-. Me voy, Dylan.

-¿Del instituto? -preguntó sorprendido.

-En parte. Me voy a Cádiz hasta verano -le expliqué.

-¡¿Cómo?! ¡No puedes irte!

-Tengo que hacerlo.

-Pero si todavía te tengo que demostrar que soy todo un caballero -bromeó desesperado. Sabía que lo decía para convencerme de que me quedara.

-Encontrará a otra que seguro que cederá a tus encantos -dije encogiéndome de hombros.

-Pero...

-Está decidido, Dylan -sentencié.

Comencé a alejarme por el pasillo hacía la puerta principal. Cuando llegué alguien me agarró del brazo.

-¿Qué hay con eso de que no eres una damisela en apuros, eh? Vas de dura, pero luego llega un problema y huyes -me reprochó. Me solté de su agarre y le abracé.

-Me ha encantado conocerte, Dylan y ojalá nos volvamos a ver -le susurré contar el hombro con lágrimas en los ojos. Me separé y empecé a alejarme del instituto. De las zorras. De los chicos. De él.

-¡No sabía que eras de las que se rendían tan fácilmente! -me gritó a mis espaldas.


No soy una damisela en apuros Donde viven las historias. Descúbrelo ahora