6: Primera desgracia.

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Quiero informarles que de ahora en adelante los capítulos serán narrados en primera persona, desde el punto de vista de Oliva. Aquí va.
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El auto de Nathan era muy cómodo, incluso tenía mejor aspecto que su cara en estos momentos.
Presiento que no le caigo bien.
Supongo que es hora de dejar de hablar y esperar a que lleguemos.

—Hay un par de cosas que te debo aclarar—interrumpió el silencio, con el tono de voz más árido que había escuchado. Lo miré a los ojos.—Primero, debes hacer todo lo que te pida; segundo, no pierdas el tiempo informándole a las autoridades; tercero, podrás ir al instituto, con la condición de no decir nada. Y cuarto, si le cuentas a alguien, ya estarás muerta.

Las palabras salían de su boca con odio y frialdad, una combinación que proporcionaba temor a mis entrañas.

—¿Si alguien me pregunta qué debo decir?

—Que te mudaste con un familiar. Punto.

—¿A dónde vamos?—pregunté de nuevo. Es que en serio quiero saber. Nathan no respondió.

El camino a no sé dónde transcurrió en silencio, no me atreví a seguir preguntando. La oscuridad arropaba el auto en el que íbamos y cada vez nos alejabamos más de la ciudad.

Mi estómago rugió. Planté mi mirada en Nathan. Él conducía sin desviar la vista, con sus ojos clavados en la carretera y sus manos pegadas al volante.

—Tengo hambre—dije. Se supone que él está a cargo mío, debe alimentarme de ahora en adelante. —Tengo mucha hambre.

—¿Y qué quieres que haga?—replicó—¿que haga aparecer un McDonald's?

—¿Iré mañana al instituto?—asintió en respuesta—¿Tú me llevarás?—repitió la acción.

Pasados 15 minutos, llegamos a una casa bosque adentro. El ambiente era tenebroso y el viento helado golpeaba mi piel.

La casa era algo vieja, construida mayormente de madera, lo que le daba un olor molesto a las fosas nasales.
Lo que parecía ser la sala (me refiero a un sofá viejo, una mesa y un aparato de radio encima de ésta), daba la impresión de ser un lugar para hacer ritos satánicos o, en mi caso, maltratar mujeres.

Nathan entró, como siempre con su rostro serio gracias a sus facciones tensas.

—¿Olvidaste mi maleta?—le sonreí.

—¿Qué maleta?

Bufé. ¿Por qué los hombres tienen que ser tan... Hombres?

—Se supone que los chicos siempre sacan del auto el equipaje se las chicas.

Olivia aún tenía plasmadas en su cabeza, todas aquéllas películas y novelas románticas, donde no existían chicos como Nathan. Es demasiado ingenua.

Nathan me ignoró, como siempre. ¿Será que me odia? Yo trato de ser lo más amistosa posible, pero él siempre me responde tan cortante. ¿Qué sucederá dentro de su cabeza?

..

No puedo negar que por un instante se cruzó por mi mente la idea de escaparme, pero si quiero seguir con vida o al menos seguir teniendo algo parecido a una vida, debo obedecer a Nathan.
Recuerdo, ayer, haber escuchado su conversación con el hombre que me hizo estar en calzones frente suyo.
He analizado y analizado estás 4 horas que llevo en esta casa, y llegué a la siguiente conclusión:
Nathan me compró para abusar de mi.
Y no lo ha hecho y estoy feliz por ello.

Salí de la habitación que me asignó. Necesito hablar con él y preguntarle un par de cosas. Estoy muy nerviosa con todo esto.

Estando parada detrás de la puerta de su habitación, tomo el valor de tocar dos veces. Respiro profundo. Sé que se va a enfadar cuando me vea.
La puerta se abre de golpe, él parece estar adormilado, pestañea un par de veces y revuelve su cabello oscuro.

—¿Qué quieres?—sus ojos recorren mi cuerpo.

—Quiero hablar contigo—intento entrar. Me detiene.

—¿Para qué?

—Lo sabrás si me dejas pasar.

—¿Sí sabes por qué y para qué estás aquí?—pude ver sus puños cerrarse con tensión. ¿Qué le pasa a éste chico?

—Creo que sí—respondí algo intimidada.

—Pues ya es hora.

Algo dentro de mi explotó. Sentí el mundo venirne encima. No no no no no no no, esto no puede suceder. Mis ojos no tardan en llenarse de lágrimas.  Por inercia me alejo, pero su mano no tarda en agarrar mi brazo y hacerme entrar en la habitación.

—¡Déjame en paz!—grité cuando me empujó y caí directo sobre el piso de madera. Sus ojos reflejaban lujuria maliciosa. Mi corazón quería correr.

—Desnúdate—ordenó. Lloré aún más. —¡QUE TE DESNUDES ESTÚPIDA!

Antes de recibir algún golpe, me deshice del pijama que llevaba. Quedé desnuda ante sus ojos. No podía parar de llorar.
Sus ojos miraban cada una de mis partes.
Debo escapar.

Nathan puso una silla frente a su cama. Abrió unas gabetas y finalmente sacó un cinturón que parecía ser de cuero.

—No me hagas nada, por favor. Prometo no llamar a la policía...no, no lo hagas—supliqué.

Su mirada se relajó. Dejó el cinturón en la cama. Se acercó a mí. Mi respiración se aceleró. ¿Qué va a hacer?
Las lágrimas no cesaban, yo nisiquiera hacía esfuerzo alguno, simplemente resbalaban por mis mejillas.
Su mano se acercó a uno de mis cenos, apretó el pezón con fuerza. Me estremecí un poco. Es una sensación rara.

—Seré bueno contigo ésta vez—me empujó y caí en su cama. Comencé a llorar de nuevo, ésta vez con más fuerza, mis sollozos hacían eco en la habitación. —Mañana no irás al instituto.

Sus manos empezaron a toquetear mi abdomen. No estoy segura de lo que Nathan está haciendo. Me da miedo, mucho miedo.
Pasa su lengua por mis costillas, hasta que sus labios tocan mis senos. Mis lágrimas sólo salen, como cuando dejas la llave del grifo abierta. Su boca hacia succión en mis pezones, tan fuerte que llegó a doler.

—Me estás lastimando—aparté su cara de mis senos.

—Deja de llorar. Me molesta.

—No puedo.

—No es excitante para mí.

—¿Y a mí qué mierdas me interesa si tu pene se para o no?—no sé de dónde acabo de sacar esta grosería.

—Perra—su mano se estampa en mi mejilla, se siente como el mismísimo fuego impactando mi piel.

Nathan: Un Mundo Sin Color Donde viven las historias. Descúbrelo ahora