7: Hospital

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Los mosquitos dejaron marcas en mi piel. Eran alrededor de las 7:30 de la mañana, recuerdo haber despertado gracias a una pesadilla.
Sin hacer ruido alguno, entro a un pequeño cuarto de baño, me miro al espejo. Mi rostro está pálido, mis labios secos, mi pómulo izquierdo está hinchado y se torna de color rojo oscuro. Hay moretones en mi brazo.
Dejé el agua correr por mi cuerpo, sintiendo escalofríos con sólo imaginar ver su rostro una vez más.
¿Qué he hecho para merecer esto? ¿Dónde está mi madre? ¿Mi hermano?

Peiné mi cabello con una raya en medio, sin ánimos de hacerme aunque fuese una trenza. Me puse una blusa rosa de mangas largas, un short blanco, y me dejé descalza.
Hoy comienza el primer día de mi vida en éste lugar, con un hombre malo y sin nadie a quien pedirle ayuda.

Él se encontraba en la sala, comiendo algo parecido a un sándwich, con el aparato de radio en su regazo.
"...es un caso terrorífico, los estudiantes y profesores y todo presente se vieron en la necesidad de abandonar las instalaciones. El grito de la muchacha fue el anuncio de la... "

—¿Qué haces ahí atrás?—apagó el aparato de radio. Creí que no me estaba viendo. Mi corazón se aceleró.

—Buenos días—dije cabizbaja y caminé unos pasos sin mirarle.

—En el mesón de la cocina está tu desayuno—indicó sin mirarme, sus palabras eran dirigidas a la pared.—Come todo.

—No tengo hambre, lo siento—respondí seria. Arrugó la frente y bufó. 
Lentamente, logré sentarme en una silla de madera que no lucía segura.

—¿Qué haces vestida así?—recriminó, mirando mi ropa con desprecio. Tragué saliva.

—A-a-así visto—sentí mi estómago retorcerse.

—Ve y ponte algo con escote—ordenó. Respiré y tomé el valor.

—No—dije con seguridad—Y sabes... La verdad es que no entiendo para qué quieres que use un escote, no tengo mucho que mostrar.

—¡Que te pongas un maldito escote!—el aparato de radio quedó hecho añicos contra la pared.
Ya no me daba miedo, algo en mí tomaba valor.

Noté como luchaba por no levantarse y darme un buen golpe. Escuché su suspiro pesado y cargado de ira.
No hice más que observarlo. Su cabello oscuro y lacio estaba algo revuelto, sus cejas levemente fruncidas, los ojos verdes le daban un toque bonito a su rostro, su nariz recta, sus labios carnosos... Simplemente era atractivo de una forma imposible.

—Come—se paró, caminó e hizo ademán para que lo siguiera.

Nathan es mucho más alto que yo, mis brazos son tan delgados y los suyos tan gruesos y duros. Me asusta en cierto modo.

—¿Tu estatura?—me preguntó.

—¿Qué hay con mi estatura?

—¿Que cuál es tu estatura?

—1.63—me siento—¿por?

—¿Cuánto pesas?

¿Qué pretende hacer? ¿Un registro médico?

—No lo sé... Como 55 o 57 kg.

—Espero ver el plato vacío. Regreso en 5 minutos.

¡5 minutos! Este chico está loco.
Se dio ka vuelta para irse.

—¡Espera!—lo detuve. Me miró raro, bueno, más raro de lo normal. —No te vayas.

—¿Eres así de estúpida o te haces?—río sin gracia. Algo dentro de mí se arrugó.

—Cuando termines, subes a mi habitación. Cuando entre quiero verte desnuda, con las piernas abiertas.

No puede ser. Mis ojos se cristalizaron. Limpié la lágrima que se me escapó y asentí en respuesta.

Y así hice, cuando terminé el sándwich (obviamente después de lavarme los dientes) fui a su habitación y cerré la puerta. Tengo la certeza de que no me haga nada porque mi cuerpo no le excite. Bueno, siendo realista, yo no tengo grandes curvas. Soy delgada, normal, y a los chicos no les gustan las chicas así.

«Dios, ve por mi» fue lo que pensé antes de quedar sólo en ropa interior y cubrirme con la sábana de Nathan. Se va a enojar mucho cuando me vea. Pero no puedo ser tan ingenua.

Cerré los ojos cuando escuché la perilla ser girada. Nathan entró y se detuvo en seco al ver sólo mi rostro fuera de la sábana.

—Oye, escúchame—me atreví a hablarme, antes que él dijera algo. Espero que mi plan funcione. —Ven aquí—se acercó. Se sentó en la orilla de la cama, con la mirada confundida. Me quité la sábana, quedando sólo en ropa interior—Mírame—entre lágrimas, le mostré los moretones en mis brazos—¿Crees que no duele?—toqué mi mejilla golpeada—Duele terrible ¿sabes?—me quité el bra y esté se sorprendió—Mira—se acercó más—Mis sábanas están manchadas de sangre.

—¡Yo no hice eso!—se levantó de la cama con frustración.

—¡Claro que lo hiciste! Me lastimaste, me mordiste y eso que ves es una jodida herida.

—¡YA BASTA! NO ME IMPORTA SI TE DUELE O NO.

No pude percibir el reflejo, sólo sentí su puño en mi abdomen. Grité por el impacto, sentí mis costillas crujir. No pude más, comencé a llorar y a gritar al mismo tiempo, el dolor era terrible. Levanté la mirada. Él estaba sentado en la orilla de la cama, con ambas manos puestas en su cabeza.

Vi como recogió mi ropa del suelo y me la puso. Yo no hacía nada, no entiendo por qué mi cuerpo no reaccionaba.

—Vamos—dijo en tono de desesperación. No respondí, las palabras no me salían. —Joder—me cargó en sus brazos hasta llegar al auto.
Literalmente me tiró contra el asiento del copiloto. Subió él y luego me puso el cinturón de seguridad.

—Di algo, Olivia—empezó a conducir a toda velocidad. Cerré mis ojos. —No te duermas.

Cuando desperté, no estaba en el auto, miré a mi alrededor. Parece una habitación de hospital. Siento mi parte abdominal algo apretada. Parece que estoy vendada. ¿Nathan me trajo al hospital?

—Venga, ya despertó—escuché decir a alguien. Percibí varios pasos acercarse.
Vi venir a Nathan, un hombre que supongo que debe ser el doctor, y una enfermera.

—¿Me puede explicar con detalles qué fue lo que pasó?—le preguntó el doctor a Nathan.

—Tuvo una riña con una chica. La otra chica era mucho más grande y pesada, Olivia terminó en el piso y ésta la golpeo en el abdomen.

Definitivamente esto es una gran mentira.

—¿Las otras lesiones tienen explicación?—preguntó ésta vez la enfermera.

—Olivia se mete en muchos líos, ayer en la tarde terminó a golpes con su vecina.

—Bien, todo concuerda—asintió el doctor. —Dinos tu nombre completo, chica.

—Olivia Clark Dallas.

—¿Cuántos años tienes?

—16.

—¿Sabes por qué estás aquí?

—¿Porque esa chica me golpeo la panza?

—Exacto. Señor Nathan, debe permanecer con ella hasta que se estabilice por completo. Probablemente le demos dr alta mañana.

—Ok, gracias.

Nathan: Un Mundo Sin Color Donde viven las historias. Descúbrelo ahora