Sin palabras

1.2K 76 37
                                    

- Claro que estaría genial. Pero no es el caso. Por supuesto que tienes un jefe. Yo soy tu jefe.

Su voz retumbó en mi cabeza e hizo que mi corazón latiera a mil por hora. Me giré poco a poco hasta tenerlo frente a mí.

- Hijo de puta... - susurré mirándole a los ojos.

- ¡Eh! Cuidado con hablarle así a tu jefe... - dijo señalándome con el dedo. 

Lo quería matar con mis propias manos. Quería estrangularlo poco a poco hasta que se quedara sin aire. Y cuando cayera al suelo abofetearle la cara y darle puñetazos hasta que se retorciera de dolor. Sí... eso estaría bien. Lo odiaba... lo odiaba con todas mis fuerzas. ¿No tiene suficiente con obligarme a trabajar en McLaren? Además resulta que es mi jefe. ¿Podría humillarme más? Por supuesto que sí... todavía tiene que pasearse con ella en mi cara. Incluso presentármela.  Es capaz de eso y de más. 

La rabia se estaba apoderando de mí y normalmente, cuando eso me ocurre, la saco llorando. No podía permitir que me viera hacerlo. Así que intenté relajarme. Pensé en mi padre. En su caja, la que teníamos que llenar de recuerdos. En mi tatuaje. Lo tenía escrito en mi piel y era para siempre. Y pensé en mí, en la nueva Diana, Fer aún no la conocía. Y era hora de hacerlo.

- No te conformas con obligarme a vestir esta camiseta ¿no? Además, voy a tener que obedecerte... 

- Formas parte de mi equipo ¿recuerdas? Lo firmaste. Y en tu nuevo contrato pone claramente que trabajas para mí. Eres mi asistente Diana. ¿Qué pasa? ¿Qué no lo has leído tampoco?

Lo mato, es que lo mato. ¿Me va a venir a mí ahora con prepotencias? ¿A mí? Que lo conozco mejor que nadie... Que lo he visto hundido por la impotencia de no tener un coche a su altura... Que lo he visto llorar rogándome que no me fuera... Está muy equivocado. 

- ¿Y de qué me serviría leerlo? ¿Acaso iba a cambiar algo? Te recuerdo que estoy trabajando aquí obligada por ti. Mi puesto está en Ferrari. Y tu lo sabes. - lo dije sabiendo que eso le iba a doler. Y seguro que lo hizo, porque enseguida se tensó. A pesar de la barba, más abundante desde que no lo veo, se le notaba claramente como apretaba la mandíbula más de la cuenta. 

- Tampoco se han movido mucho en Ferrari para que conservaras tu puesto. 

A estas alturas de la conversación, Eric ya se había marchado, la cosa se estaba poniendo fea y no querría estar presente. Mejor así, un testigo menos en caso de que mi ansia por asesinarle causara efecto.

- Por supuesto que no. Porque yo no he querido. Es mi problema y yo debía solucionarlo. 

- A la larga te darás cuenta que has salido ganando. 

- Bueno, déjate de rollos. ¿Qué hago? Venga, que llevo casi una hora sin hacer nada.

- Tranquila, tranquila... primero háblame con respeto.

- Te hablaré como me da la gana y si no te gusta... - dije acercándome a él desafiante - me despides -  susurrando esto último casi en sus labios.

- Sabes que eso no va a ocurrir... - sonrió de medio lado con los brazos cruzados sobre el pecho. Y casi me da algo... todavía despierta en mi (¡¡y en mis bragas!!) sensaciones que tenía un poco olvidadas. No, Diana. Reponte. Tienes que ser fuerte en todos los sentidos. 

- Ven, sígueme. Vamos al hospitality. Te voy a enseñar mi habitación. Bueno, nuestra habitación. - dijo dirigiéndose al pasillo que conectaba el box con el Paddock.

Le seguí, ¿que remedio me quedaba? Vestía el pantalón negro de la escudería y la misma sudadera blanca que yo. Llevaba un gorro de lana con el logo de McLaren en lugar de su inseparable gorra. Estaba guapo. Sí, lo reconozco.  A pesar de hablarme tan mal y con tanto despotismo, lo veía guapo. Guapísimo. También se le notaba algo más delgado y su expresión transmitía tristeza, igual que la mía. Me apetecía abrazarlo... ¡pero no! ¡No, no y no!

El Corazón en Boxes IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora