Parte de mí

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Fernando Alonso P.O.V.

Escuché como la pequeña canasta de baloncesto que Fabio y yo tenemos tras la puerta, la golpeaba varias veces después de cerrarla tan bruscamente. 

Tuve que pararme antes de bajar las escaleras, intentar controlar mi respiración y concentrarme en hacer desaparecer aquella imagen de mi cabeza.

Bajé poco a poco, llevándome las manos a la frente y apretando mis dedos sobre ella. Esa expresión de Diana... ese calor en sus mejillas... Maldito alemán. 

Llegué a la cafetería directo a la barra.

- Un café sólo, por favor. 

Con la taza entre mis manos busqué donde sentarme, iba tan inmerso en mis pensamientos que no me di cuenta que Fabio me llamaba.

- ¡¡Fer!! ¡Qué estamos aquí! Siéntate con nosotros.

Estaba junto a Silvia, sentados en una mesa al lado de la gran cristalera. Con pocas ganas me acerqué a ellos.

- ¿Qué ocurre? - me dijo Fabio.

- Nada. - me senté, dejé el café sobre la mesa y apoyé mis codos en ella, dejando que mi cabeza reposara sobre mis manos.

- ¿Seguro? - insistió.

- Diana está despedida - dije levantando la cabeza y mirando a ambos. 

- ¡¿Cómo?! -dijo Silvia.

- Esta es su última semana en Mclaren. 

- Pero ¿por qué? ¿qué ha ocurrido? - preguntaba Silvia sin poder ocultar su sorpresa. Fabio, sin embargo, negaba con la cabeza mientras seguía con su desayuno. 

- La he... la he encontrado en una situación... digamos que comprometida - tuve que tragar, no me salían las palabras - con Vettel. Arriba, en mi habitación. 

Fabio me miró, serio. No dijo nada, pero me lo dijo todo. Sabía que cuando estuviéramos solos me esperaba una bronca de las suyas. 

- No sé a qué situación te refieres... pero bueno... es su chico ¿no? O eso tengo entendido. Y es normal... se ven poco. A veces la pasión llega en cualquier momento. Tampoco es para tanto. No serán los últimos ni los primero que hayan hecho esto aquí... - rió Silvia. 

Pero al ver mi cara de pocos amigos, se lo pensó mejor, dio el último sorbo a su café y se levantó.

- ¿Dónde está Diana? - me preguntó.

- Arriba. 

- Voy a ver como se encuentra. Luego nos vemos.

Fabio y yo nos quedamos solos. Volví a apoyar la cabeza sobre mis manos. Me dolía. Me iba a estallar. Mi amigo no decía nada. Sabía que necesitaba su silencio. Sabía que si me hablaba en ese momento no iba a escucharle. Sólo podía oír mis pensamientos. 

Joder Diana... No me podía quitar esa imagen de mi cabeza. Cuántas veces había visto esa expresión en su cara... Sus mejillas sonrojadas, su respiración agitada... Cuántas veces he sido yo el que ha provocado esa reacción en ella... 

Y me volvía loco verla así. A ella le gustaba el sexo, pero le avergonzaba reconocerlo. Nunca daba el primer paso cuando le apetecía, pero se las ideaba para darle la vuelta a la tortilla y hacerme creer que siempre era yo el que la buscaba. Me encantaba su juego... Y ella lo sabía. 

Conocía sus puntos débiles, cómo su cuello. Tan solo con respirar cerca del lóbulo de su oreja hacía que se estremeciera. Susurrarle lo preciosa que era, hacía que perdiera el control. Y cuando mis caricias se volvían más intimas, sus manos agarraban mi pelo intentando reprimir sus gemidos... Pero lo que ella no sabía es que yo necesitaba escucharla. Necesitaba saber que mi cuerpo provocaba esa reacción en el suyo.

El Corazón en Boxes IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora