Epílogo.
Chad.
43 años después.
—Abuelo, ¡No vas a creer cómo le empezaron a apodar a Sly por tu regalo adelantado de Navidad que le diste! —comentó burlesco mi primer nieto, Cameron Frelyns, en la reunión familiar por la víspera de navidad.
Despegué mi vista de dos estrellas relucientes en el cielo nocturno, me sequé las lágrimas que se me habían escurrido por mis un poco arrugadas mejillas y cerré la ventana ante el inmenso frío que se filtraba y estorbaba a mis nietos e hijos presentes en la sala inmensa de la casa que diseñé y construí hace cuarenta años ante la llegada de nuestros primeros tres hijos, ¡Porque habían salido trillizos! Tales como mis hermanos menores. Al ser cosa de familia.
Intenté recordar que le había regalado a mi primera nieta mientras me sentaba en mi sillón negro y reconfortarle, quedé viendo al sillón a juego en el otro extremo de la cálida sala por la elegante chimenea, recordando con una sonrisa las veces que Maddie se había sentado ahí hace tantos años.
—¿Mis audífonos preferidos? —contesté con una sonrisa de lado. O más bien de los únicos que habían sobrevivido al paso de los años.
Los ojos verdes de Sly Frelyns brillaron del reconocimiento, se acercó a mí y se sentó a mis pies, enseñándome a los mismos dichos en su cuello. —Son grandiosos, ¡Mejores que los que tenía!
—Le dicen "Audífonos", porque solo pasa con ellos todo el tiempo, hasta duerme con ellos, no me sorprendería que terminara con sordera tan joven, eh —explicó Cameron, nombrado así por su madre en homenaje a su abuelo y hermano (mi padre y mi cuarto hijo, que en paz descansen), le revolvió el cabello castaño a su hermana melliza y le arrebató los viejos audífonos blancos—. Si con los inalámbricos era insoportable, ni te imaginas como lo es con estos.
—Ya me imaginó de quién heredó eso —comentó con una dulce sonrisa, mi primer hijo, Xander Dante Gedemer Adkins, había salido idéntico a mí, y al verlo era como ver un espejo que me rejuvenecía decenas de años.
—¡Del Abuelo Chandler! —gritaron emocionadas Grecia y Katriss. sentadas en frente a la televisión, eran gemelas e hijas de mi último hijo, uno de los gemelos para más ironía, William Jem.
—¿Sabes qué? "La chica de los audífonos" suena mejor, así que diles que, en vez de Audífonos, te llamen así —respondí con nostalgia, a pesar que mi memoria iba de mal en peor con la edad, no podía olvidar esas cosas, toda mi juventud—. Te lo digo por experiencia.
—Qué lástima que no te gusta leer obsesivamente como a tu madre Sly, el tío William o el abuelo mismo, prima —comentó Madison, de catorce años, sus ojos azules y cabello rubio siempre me recordaba a mi hermana Cloe cuando ésta tenía su edad, además de su característica perspicacia—. Ya hubieras salido como una fotocopia de ambos. Pero saliste como mi madre, repelando a los libros.
—No digas "Tu madre", que es tu tía. ¡Y no los repelo! Sencillamente no congenio con los libros, eso lo saqué de la abuela Maddie, de mamá —Le riñó mi hija, Katriss Ginny (Una de los trillizos), saliendo idéntica a su madre, los mismos ojos de ese tono pistacho y cabello castaño oscuro, facciones similares y hasta un poco en sus gustos por lo retro. Los que salieron como mezcla de ambos fue Sly Lynn (La primera que salió de los trillizos) y los gemelos (Cameron Kai y William Jem).
—Lo siento —susurró Madison con un pequeño puchero y regresando su atención a su libro. Ella sí que era una adicta a los libros, y yo era su fuente principal de los mismos.
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El chico de los audífonos. [Borrador].
Novela JuvenilNunca se quitó esos malditos audífonos. Ni cuando por primera vez en toda mi vida, me atreví a hablarle, los tenía puesto y me ignoró. Nadie antes lo había hecho. Siendo algo irónico, ÉL es el marginado, y únicamente a MÍ me ignora. Como si...