Rumores:

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Llevaba una semana en la nueva casa, que se había tornado bastante extensa en sus pensamientos. De todos modos, pronto se acostumbró a ella, a las extravagancias de sus tíos, a sus silencios, a sus reglas absurdas y desconsideradas. Los días aún no se habían transformado en monótonos para Paula, ya que siempre había algo que hacer o que arreglar en la vieja casona. No podía negar que su tía la mantenía ocupada, desde que se levantaba hasta que se iba a dormir, tan cansada, que no podía pensar en nada de su borroso pasado.

La llegada de la oscuridad no la atormentaba como en los primeros días. Se acostaba tan agotada que por lo general se dormía de inmediato, y si alguna vez un ruido la despertaba en la madrugada, ya no se alteraba. Aprendió a conocer cada uno de los ruidos "normales" de aquella enorme casa.

La presencia de su tío, que llegaba junto con la oscuridad, no la atemorizaba tanto como antes y, si bien el hombre seguía manteniendo la misma actitud distante con ella de los primeros días, al menos aprendió a conocerlo mejor... Y todo ocurrió una noche en que se clavó una astilla, al pasar su mano por el pasamanos de la vieja escalera. Había sufrido con el dolor y al verla el hombre se apiadó de ella y le sacó la astilla con una aguja. Sin dejar que su mujer interviniera. Desde entonces Paula no lo consideraba tan mal como antes y su miedo hacia él había disminuido considerablemente.

Lamentablemente sus viejos temores despertaron con la llegada del día domingo. Ese día era muy especial para su tía, una devota mujer católica, que desde la mañana temprano comenzaba a prepararse para asistir a la misa en la iglesia del pueblo.

Paula se sorprendió al bajar temprano a desayunar y encontrarse con la señora Parker con su mejor vestido, ruleros en la cabeza y unos bonitos zapatos. Preparaba el desayuno, mientras tarareaba una melodía.

— ¡Ah, hola cariño! No te había visto. El desayuno estará listo en unos momentos. Sabes, hoy vamos a ir a la iglesia, así que me gustaría que te vistieras más... formal —dijo mirándola de reojo.

Paula entendió, su tía deseaba que se cambiara sus pantalones ajustados, sin embargo aquello no le molestó... ya se había acostumbrado. A sus tíos no les gustaba su ropa demasiado moderna.

— ¡Oh! Pero... yo... Bueno, está bien —titubeó la chica.

La verdad era que ella no era muy devota, ni siquiera recordaba la última vez que pisó una iglesia. De todos modos, decidió ir ya que no quería por nada del mundo quedarse sola allí y mucho menos darles un motivo de enojo a sus tíos.

—Siéntate, aquí tienes el té —le dijo la mujer, mientras le pasaba una taza.

Pasó un largo rato y Paula se sorprendió de que su tío no apareciera. Nunca solía dormir hasta tarde y, por lo general, era el primero que se levantaba en aquella casa. Refunfuñando y arrastrando los pies por las escaleras con sus pantuflas. Ese era el primer ruido que despertaba a Paula.

— ¿Y el tío? —se animó a preguntar la chica.

—Está durmiendo... creo —titubeó la señora Parker, un extraño rubor apareció en su rostro—. De todos modos, él no viene con nosotras.

— ¿Por qué? —se sorprendió Paula.

—Porque... ¡Oh! ¡Hola, cariño! —dijo la mujer, mientras pegaba un respingo.

Paula se dio vuelta y también lo saludó. El hombre llegaba con su habitual mal humor y... no parecía haber estado durmiendo, ya que un polvillo lo cubría. La joven se preguntó en dónde habría estado y por qué su tía le había mentido.

El hombre se sentó a la mesa a desayunar y poco después, Paula se levantó para cambiarse.

Estaba por subir las escaleras, pensando en qué se pondría, ya que tenía una selección muy limitada de ropa, cuando advirtió que la puerta del sótano que quedaba casi debajo de las escaleras estaba entreabierta. Entonces, supo que el señor Parker había estado allí abajo, no obstante... ¿por qué tanto misterio? ¿Por qué le mentía su tía?

PasitosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora