Conclusiones:
Daiana no podía creer lo que había hecho Erika en un arrebato de furia y egoísmo. Sin embargo, no tenía tiempo que perder en ira, rencores y problemas ajenos. En aquella conversación había salido a la luz una posible solución. Tenía que averiguar cuáles eran los rituales de expulsión. Recordó la carta de la monja... ella también había visto la solución, había pedido informes de ello. No obstante, no llegó a saberlo. En las dos cartas no cursadas estaba plasmada su desesperación. Pedía a un obispo permiso para el ritual, con los detalles del caso. En la otra rogaba a la hermana Celestina que le explicara con detalle cómo llevar a cabo la ceremonia y le hablaba de la urgencia de ésta. Nada más de información útil contenían aquellas dos últimas cartas.
Esa mañana, Daiana fue a hablar con Erika otra vez. Quería pedirle ayuda para averiguar todo lo que pudiera ese día sobre esos rituales. Lamentablemente no podía quedarse más, su madre la necesitaba. Ella sola no sabía ni por dónde comenzar a buscar. Jamás había creído en hehos sobrenaturales y siempre pensó que no eran reales, sólo cuentos para vender amuletos y libros. Hasta se había reído de ellas.
Paula le había dicho durante mucho tiempo sobre lo que veía en su casa, sobre tantas cosas que la atemorizaban, no obstante ella no la escuchó, siempre pensando que eran tonterías. ¡Si la hubiera escuchado con más atención sin burlarse de sus creencias!
Cuando llegó hasta donde vivía Erika, se llevó una desagradable sorpresa. Había dos autos de policía estacionados fuera del edificio y la puerta del mismo estaba custodiada por un oficial, que no la dejó pasar ni quiso darle información alguna. Por suerte, la dueña del lugar llegó a verla desde una ventana del primer piso y comenzó a llamarla a los gritos:
— ¡Oh! ¡Señorita! ¡Señorita!
Algo muy grave había pasado...
Un par de horas después, Daiana caminaba como hipnotizada por las calles del centro de Pico Alto. Su cuerpo temblaba descontroladamente y no se debía al frío. Tuvo que entrar a un local y tomarse un fuerte café para poder recuperar el dominio de sí misma y asimilar lo que había ocurrido.
Erika Ara se había suicidado...
La dueña que rentaba los departamentos (o cuartos) le explicó con detalle lo sucedido. La noche anterior, cuando ella se retiró, Erika bajó a cenar al pequeño comedor que tenía en la planta baja y que solían usar los inquilinos de vez en cuando. Parecía normal, nada en su semblante evidenciaba la terrible decisión que estaba por tomar o que ya había tomado. Incluso parecía más tranquila, como si el peso que llevara se hubiera hecho más ligero. Luego, aquella noche, la dueña la escuchó gritar tres veces, en tres ocasiones diferentes. Dormía justo encima de su departamento y dijo que le gritó para que se callara la boca.
— ¿Le respondió? —preguntó un hombre, vestido de civil, que se paseaba por todos lados. Era el investigador asignado al caso.
—No, pero parecía hablar sola.
— ¿Cómo lo sabe?
—No escuché ninguna otra voz que no fuera la suya. De todos modos, eso era "normal", solía hablar en sueños —dijo la señora, encogiéndose de hombros.
El policía a cargo de la investigación se preocupó al oírla y no comprendió por qué no había acudido a ver qué le ocurría a la joven, si ni siquiera le había respondido y había seguido gritando. La dueña se movió inquieta en la silla en la que estaba sentada y le dijo que no tenía tiempo para andarse cargando de los problemas de sus inquilinos y que era frecuente que la joven gritara de noche.
Erika Ara solía gritar sin motivo real (la mujer lo atribuía a una adicción con alguna fuerte droga que solía consumir), pero ni Daiana ni el policía lo creyó. En el departamento de Erika no se encontraron drogas ni nada que evidenciara su consumo.
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Pasitos
HorrorLa vida de Paula parecía perfecta, tenía un esposo que la amaba y un pequeño y dulce niño. El futuro de la joven familia parecía próspero pero luego de sufrir un gran accidente, donde perdió a su pequeño, las cosas cambiaron drásticamente para ella...