El secreto de los árboles:

1.9K 258 53
                                    

En un pequeño claro del bosque se encontraba en el suelo, no una fogata, sino una solitaria vela. Paula se quedó perpleja mirando el objeto. ¿Qué hacía aquello allí?

La absurda vela se encontraba rodeada de pequeñas piedras, colocadas a su alrededor formando un círculo con ella en el centro. Fuera de eso, no había nada más extraño allí. De todos modos, a la joven le pareció evidente que recientemente alguien (o más personas), había estado allí y había, abandonado la vela probablemente al escuchar ruidos. No obstante, ¿para qué? ¿Qué habrían estado haciendo? Una respuesta invadió su mente, causándole un escalofrío, ¿sería brujería?

Paula miró a su alrededor intentando descubrir a cualquiera que podría haberse escondido en la oscuridad de la noche... Pero no vio nada, sólo árboles y ramas, y más ramas. La oscuridad era una plaga en ese bosque. No podía ver nada más allá del pequeño círculo de luz. Ese detalle le llamó la atención, ¿cómo había sido posible que ella viera aquella luz desde la casa? Era tan extraño que por un momento dudó de su cordura.

De pronto, se oyeron risas a su alrededor... Paula se sobresaltó mucho y, dando vueltas de un lado hacia otro en torno a ella, comenzó a buscar a las personas que se burlaban... Estaba furiosa.

— ¿Dónde están cobardes? —le gritó al bosque oscuro, mientras su corazón latía con fuerza.

No obstante ya no se oía nada, sólo sus pasos al aplastar las quebradizas hojas. Pasó un minuto, luego dos. Paula pensó si a lo mejor su mente no le estaría jugando una mala pasada otra vez. Pero... ¿qué tenía que ver eso con su pasado? De todos modos, no tuvo que esperar mucho más porque los ruidos se reanudaron.

— ¿Hola? ¿Hay alguien allí? —dijo la chica, su voz sonó temblorosa.

Algo en el aire la hizo temblar y el miedo volvió a ella. Una brisa helada se levantó y la luz de la vela que estaba a su espalda se apagó súbitamente. Paula quedó en la completa oscuridad. Su pechó comenzó a latir con fuerza, mientras sus ojos comenzaban a acostumbrarse de nuevo a la falta de luz.

Apoyándose en el tronco de un árbol trató de calmarse. Fue en vano, una idea la horrorizó. Había estado tan furiosa al correr por el bosque que no se paró a fijarse por dónde caminaba ni en qué dirección. No tenía idea cómo volver y en la oscuridad era imposible orientarse. Allí los árboles estaban más juntos y sus copas ocultaban la luna.

—Dios. ¿Dónde estoy? —susurró aterrada.

Esta vez algo respondió. Una risa se oyó muy clara frente a ella y la joven pudo advertir una sombra pequeña que se escurría por unos matorrales.

— ¡Te vi! ¿Quién eres? —le dijo, recuperando el valor.

Comenzó a caminar con rapidez hacia la sombra y, antes de que llegara a dónde estaba, alcanzó a ver cómo se escondía detrás de unos árboles, hacia la derecha de dónde había estado antes. Se había movido muy rápido.

— ¿Qué quieres? ¿Por qué no nos dejas en paz? —le gritó molesta.

Aquel juego de niños le estaba molestando mucho. ¿Por qué no la enfrentaba?

Cuando llegó a donde se encontraban los árboles ya no había nadie allí. Paula, algo confundida, se estaba preguntando a dónde habría ido cuando creyó ver la sombra otra vez y comenzó a seguirla con determinación.

— ¡Ven aquí! ¡No huyas! —le dijo y luego agregó—: ¡Pudiste quemar la casa! ¿Por qué no nos dejas en paz?

En un momento la pequeña sombra desapareció tras una poca pronunciada pendiente y Paula la perdió de vista. En ese entonces la luz de la luna se filtró por las ramas de los árboles y por unos segundos pudo ver más que una sombra. Era un niño de espalda... o quizás un adolescente. Esto hizo que la joven cambiara de estrategia.

PasitosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora