El secreto del señor Parker:

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La señora Parker lloraba sobre la mesa de la cocina presa de una crisis nerviosa, mientras que Paula trataba de calmarla. La bolsa con la compra de esa mañana estaba esparcida por el suelo y una de las papas había rodado debajo de la mesa. La mujer había perdido el dominio de sí misma y su sobrina al contemplarla se arrepintió de haberlo hecho... No debió bajar al sótano, no debió hacerlo.

—Por favor, tía, cálmese —le dijo apenada y sin saber en realidad qué hacer. Se sentía culpable de tanto dolor.

La mujer sólo le respondió con un sollozo que intentó ahogar, sin embargo fue en vano. El lamento escapó de su garganta como un gorgoteo.

Más temprano, al dirigirse al sótano y bajar por la escalera hacia la oscuridad, la joven jamás se imaginó lo que iba a pasar. ¿Y cómo iba a sospecharlo? Estaba llegando al fondo del sótano cuando tuvo que detenerse para prender la luz. Si bien era casi pleno medio día, la única ventana que daba al exterior estaba tan sucia que poca claridad entraba por allí.

Palpó la pared buscando el interruptor de la luz y por poco no cae al suelo cuando tropezó con algo que estaba tirado en el piso, aparentemente un tacho vacío, a juzgar por el ruido. Cuando logró al fin encontrarlo, la luz se esparció por el lugar. Entrecerró los ojos, temblando entera y esperando que al abrirlos algún niño saliera a su encuentro desde un rincón del sótano... pero no fue así.

El sótano de la vieja casona resultó ser como cualquier otro, aunque más pequeño de lo que se había imaginado Paula. Era una habitación cuadrada donde en uno de los cuatro rincones había dos sillas apiladas, una encima de la otra, y por lo que se podía observar estaban rotas. Cerca de ellas se encontraban un par de tablas apoyadas contra la descolorida pared, vestigios de alguna reparación que los Parker le hicieran a la casa. Además había otro mueble antiguo que parecía haber sido un ropero, pero tenía tantos diarios delante y dentro de él que la chica no pudo saberlo con certeza.

Paula dio unos pasos más hacia el centro del lugar dejando atrás la seguridad de la escalera. Estaba desconcertada, ya que no notaba nada extraño allí y pronto se dio la vuelta observando con curiosidad todo el sótano. En el otro extremo del lugar estaban apilados tachos de pintura, pinceles usados, un banco astillado y una pequeña mesa en donde posaban diversas herramientas esparcidas sin un orden claro. De un clavo que había en la pared a su izquierda colgaba una gruesa manguera de color verde. A Paula le dio escalofríos ya que le pareció una enorme y asquerosa serpiente dormida. ¡¿En qué estoy pensando?! Se reprochó. ¡Como si una manguera fuera a atacarme!

Había muchas cosas más esparcidas por todos lados en las cuales no reparó y telas de araña que colgaban del techo, al igual que ese polvillo que parecía infectar la casa entera... No obstante, nada fuera de lo común. Entonces se dirigió hacia la puerta que había visto junto con Daiana desde el jardín. Estaba casi frente a la sucia ventana. Colgaba de ella una cadena, sí, y también un candado que hizo que la chica se desanimara un poco. Pero cuando lo tomó en sus manos para verlo mejor, se dio cuenta que en realidad no estaba cerrado y poco después las cadenas estaban en el piso. Había hecho demasiado ruido, sin embargo no se dio cuenta, ya que estaba desesperada por sacar al niño de su prisión. Sus manos temblaban por la ansiedad.

El minúsculo cuarto que ocultaba la puerta estaba en penumbras y necesitó abrirla por completo para poder ver mejor lo que había dentro. El olor penetrante que saltó a su rostro era asqueroso y tuvo que llevarse la mano a la nariz para poder mitigarlo, antes que la atacaran las náuseas, no obstante lo que vio dentro le paralizó los latidos del corazón. No era lo que estaba esperando, no había allí ningún niño encerrado sino una larga mesa con un banco de madera astillado (parecido al que estaba frente a la mesa con herramientas), y sobre la mesa una cantidad alarmante de botellas de alcohol. Había descubierto el secreto del señor Parker.

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