Espejismos:

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Era un frío día de otoño y pronto entrarían de lleno en el invierno. La gente del pueblo usaba sus más gruesos sobretodos contra la ventisca helada, pero nunca era suficiente. Aquella mañana Paula se levantó casi congelada. La temperatura había bajado considerablemente durante la noche y su abrigo de cama no había sido suficiente. Lejos quedaban atrás los días más cálidos de verano, cuando el destino la llevó hasta el umbral de la puerta de aquella vieja casa. Reflexionando sobre ello, la joven no sabía si prefería el clima allí de verano, donde hacía demasiado calor, o de invierno, donde la helada nocturna caía como hielo y transformaba la casa en un congelador.

— ¡Paula! —Una voz de mujer se escuchó, amortiguada por la lejanía.

Paula, un poco entumecida por el frío, se sentó en la cama, frotándose los pies para aumentar la circulación de la sangre. 

—Ya voy —respondió a los gritos.

Cinco minutos más tarde, se encontraba en el piso inferior. Había notado que se le había hecho tarde y pensó que seguramente su tía necesitaba de su ayuda. Por lo general, no solía despertarla en las mañanas. Se había quedado dormida, el reloj que estaba en la mesita de luz de su habitación se había detenido la noche anterior. La pila, al parecer, había llegado a su fin.

Estando en el vestíbulo lamentó no haberse puesto los guantes, a pesar de que la casa estaba cerrada, una brisa helada había logrado colarse por alguna grieta. Ese día hacía demasiado frío.

Buscando a su tía estaba cuando, detrás suyo, escuchó susurros. Se dio la vuelta.

— ¿Tía?

De pronto, sintió un ruido fuerte y se sobresaltó. Casi de inmediato apareció su tío, proveniente del corredor que daba al sótano y desembocaba en el patio. Pasó al lado de ella con rapidez, apurado y refunfuñando de mal humor, como de costumbre. Luego abrió la puerta de calle.

—Tu tía no está en casa, ha ido a misa —dijo al pasar, sin detenerse.

—Pero si recién me llamó.

—Recién, no. Te habrá parecido. Se fue hace una hora —replicó el hombre y salió de la casa.

Paula corrió tras él.

— ¡Espere, tío! ¿Se va?

—Luego vuelvo —le gritó el hombre, agregó algo más, sin embargo la chica no pudo entender qué decía, ya que iba alejándose de casa.

Paula volvió a entrar a la casa y se quedó allí en el vestíbulo, se sentía inquieta, por algún motivo estar sola en casa no le gustaba mucho. Era extraño, muchas veces se había quedado sola, no obstante ese día en especial podía advertir que allí había algo... infectando el mismo aire que respiraba. Estaba segura que había oído a su tía llamarla.

—A lo mejor lo soñé —susurró. Se estremeció, su voz le sonó extraña, como lejana.

Luego de pensarlo unos momentos más, se enojó consigo misma, su mente estaba otra vez jugándole juegos sucios. No había nada diferente o extraño en la casa que temer. Entonces lo que quedó de la mañana se dedicó a sus tareas diarias.

No obstante, su tranquilidad no iba a durar mucho. Estaba lavando los platos, mientras pensaba en dónde estaría su tía que se demoraba en volver, cuando sitió otra vez el olor nauseabundo de antes. Se dio la vuelta, arrugando la nariz. Estaba sola, obviamente, pero el olor se incrementó. Cerró el agua y se dirigió hacia la ventana para cerrarla... Sin embargo, descubrió que ya lo estaba.

— ¿Qué demonios? —susurró perpleja.

En su oído izquierdo percibió una brisa y el sonido inconfundible de una respiración. Paula saltó del susto, dándose la vuelta... No había nadie. Sin embargo, el olor era tan pero tan fuerte que le provocó arcadas y tuvo que salir precipitadamente de la cocina. Llevándose por delante una de las sillas. Fue al mirarla cuando se detuvo en seco.

PasitosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora