Las horas transcurrieron y Paula no podía dormir. Cuando descubrió que sus tíos la habían encerrado se enfureció mucho. El miedo le dio paso a la ira y con ella llegó también la impotencia. ¡No podían hacerle eso! ¿Y si tenía ganas de ir al baño?
Comenzó a caminar de un lado al otro de la habitación, sin importarle mucho el ruido que hiciera. Sin embargo, no había transcurrido mucho tiempo antes de que sus sentimientos se aplacaran y sus pasos se detuvieran ante otro ruido extraño. Un claro portazo se escuchó desde el piso inferior. Luego pasos fuertes que subían por las escaleras y se detenían en el corredor.
No terminó todo allí. Paula comenzó a sentir temor cuando escuchó que estos pasos, en vez de dirigirse a la habitación de sus tíos (claramente era tío Parker el de los pasos, o así lo creyó ella), se dirigieron en dirección a su habitación.
La chica casi corrió en puntas de pies hasta la cama y apagó la luz, mientras se cubría con las mantas. Había estado tan enojada que si hubiera tenido la certeza de que los pasos pertenecían a su tía la hubiera enfrentado sin una pizca de temor. No obstante, su tío era un caso aparte. Le temía y mucho, algo había en ese hombre que no le gustaba nada.
La puerta hizo un ruido, aparentemente el hombre tenía la llave y la estaba abriendo. Paula, aterrada, se tapó hasta la cabeza con las sábanas y se quedó tan quieta como una estatua, tratando hasta de no respirar. La puerta se abrió y una luz tenue entró a la habitación, alumbrando el piso de madera, alguien la observaba desde el umbral.
Tras unos eternos minutos volvió a cerrarse. La llave giró en la cerradura, dejándola encerrada otra vez; y luego de unos minutos los pasos se alejaron hasta que otra puerta se cerró al final del corredor. Paula pudo respirar tranquila.
Sus manos temblaban tanto que tardó cierto tiempo en abrir el cajón de la mesita de luz en donde estaba el frasquito con sus pastillas. Necesitaba tomar un calmante. Su ansiedad había subido como la espuma en las últimas horas.
Su mano palpó en la oscuridad el contenido del cajón, pero como no pudo encontrar el frasco, tuvo que prender la luz otra vez. Revolvió el contenido en el pánico absoluto... sin embargo el frasquito no estaba allí. Era evidente que sus tíos no solo habían decidido encerrarla con llave sino que le quitaron su medicación. Está de más decir que la joven se puso furiosa. ¡No podía creerlo!
Esa noche le costó mucho dormirse y ya aclaraba en el horizonte de aquel árido paisaje cuando lo consiguió. Tenía un inquietante pensamiento, una idea que había llegado espantándole el sueño... ¿Y si hubiera descubierto la verdad? ¿Y si sus tíos tuvieran encerrado a su hijo en el sótano? Su tía podría haber fingido ofenderse y luego, cuando ella se retiró, haberle contado a su esposo.
Eso explicaba el porqué de encerrarla esa noche, su hostilidad por tener que hacerse cargo de ella, su vigilancia continua y a casi toda hora... para que no fuera a descubrir su secreto. Y también quitarle sus pastillas. Aunque de esto último no estaba segura porque... ¿para qué lo harían? Su mente trabajó durante toda esa noche sin descanso para darle explicación a un millón de interrogantes que la mantuvieron ocupada.
A la mañana siguiente despertó bastante tarde. Su cabeza le dolía otra vez y su ánimo estaba decaído. Había soñado con su propio niño, el llanto que escuchara le había recordado al de él en sus últimas horas de vida. Paula lamentaba no haber podido ir a su entierro, había estado internada y bajo los efectos de fuertes calmantes que la sumieron en un sueño eterno. No había podido verlo ni despedirse de él y esa situación le creaba una culpa terrible. Su doctor una vez le había preguntado por qué no lo quería y ella, totalmente perpleja por aquellas palabras, le respondió con una cachetada.
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Pasitos
HorrorLa vida de Paula parecía perfecta, tenía un esposo que la amaba y un pequeño y dulce niño. El futuro de la joven familia parecía próspero pero luego de sufrir un gran accidente, donde perdió a su pequeño, las cosas cambiaron drásticamente para ella...