Los días pasaron con mucha rapidez y todo en la gran casa vieja de los Parker seguía como de costumbre. Paula no volvió a ver nada que le resultara extraño y, luego de transcurrir una semana desde el último incidente, su temor se tornó poco a poco inexistente. Sus días transcurrían en una agobiante rutina. La señora Parker no la dejaba descansar ni un minuto, siempre tenía alguna tarea que encargarle para que la llevara a cabo; contribuyendo a una lista, que no acababa nunca.
La joven a veces solía pensar que la mujer se empeñaba en no dejarle tiempo libre. Y últimamente tenía la manía de mandarla a crear un jardín en el fondo de la casa. Paula se había opuesto a la tarea por una razón muy práctica, en aquella tierra desértica nada crecía, a no ser que fueran yuyos espinosos y cactus. No había césped, ni flores, ni nada de intenso color verde. A su alrededor se extendía el amarillo sucio.
— ¡Es en vano! —Exclamó Paula aquel día—. Estas flores las planté la semana pasada y el sol las quemó. Hace mucho calor y aquí no hay sombra.
—No le pusiste suficiente cantidad de agua. Si no aprendes a cuidar de una planta, entonces ¿cómo cuidarás de ti misma? —replicó su tía con dureza, casi sin pensarlo.
Paula frunció el entrecejo, fue un comentario amargo y difícil de digerir. La mujer solía decirle aquellas cosas, como si ella fuera una adolescente que nada sabía de la vida... No obstante, la señora Parker la veía de esa manera y, lamentablemente, su marido también.
La relación que tenía la joven mujer con el señor Parker seguía siendo tan desagradable como siempre, a pesar de la poca comunicación que existía entre ellos, el hombre siempre le hacía un gesto de mal humor que terminaba por desanimarla, cuando no dejaba una palabra hiriente flotando en el aire.
Ambos esposos nunca dejaban pasar un día completo sin recordarle que estaba allí por instancias de un médico para recuperarse y no les agradaba para nada sus hábitos descuidados. Paula se escandalizaba cuando los escuchaba, ¡ella no era descuidada! ¡Trabajaba todo el día como un burro!
No la entendían ni comprendían sus razones... eso estaba claro.
—Bueno, ya terminé —dijo Paula, con las manos llenas de tierra.
Se las limpió en el delantal blanco que tenía puesto y retiró un mechón de cabello, que se le había deslizado suavemente hasta la mejilla.
—Ves que es fácil —se burló la mujer, que se encontraba a la sombra de la galería, cruzada de brazos muy tranquila, mientras su sobrina trabajaba al intenso sol.
Paula la observó con el ceño fruncido y, como vio que sonreía, su gesto de molestia desapareció de su rostro. Su tía tenía un humor extraño y aún no había acabado de comprender su carácter.
—Le repito que este trabajo es en vano. Las plantas simplemente se niegan a crecer. No es mi culpa —dijo sin rendirse, mientras se incorporaba y caminaba hasta la sombra.
El calor era intenso a pesar de que aún era temprano aquella mañana. Y aparentemente iba a hacer aún más calor que los días anteriores, en donde a cierto horario, luego del almuerzo, sólo se atrevían a salir afuera los bichos.
La señora Parker le dio una palmadita en la espalda.
—Tienes que tener paciencia, cariño. Cuando una se empeña en algo y hace todo lo posible por conseguirlo, las cosas terminan saliendo como una desea.
Paula sonrió. Le pareció que su tía pensaba en otras cosas. Era el primer concejo que recibía de ella desde que vivía bajo su techo. La chica la abrazó provocando el cariño de la mujer. Cuando estaban solas se llevaban muy bien. La mujer era cálida, cariñosa, amable y comprensiva. Sin embargo, todo cambiaba en presencia de su esposo, su carácter quedaba adormecido en alguna parte de su interior, donde nadie podía acceder.
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Pasitos
HorrorLa vida de Paula parecía perfecta, tenía un esposo que la amaba y un pequeño y dulce niño. El futuro de la joven familia parecía próspero pero luego de sufrir un gran accidente, donde perdió a su pequeño, las cosas cambiaron drásticamente para ella...