El doctor:

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El doctor Rush llegó temprano aquella tarde, más de lo que habían previsto. Lo trajo hasta la puerta de la casa de la familia Parker el mismo automóvil que había conducido a Paula hasta allí, pero era un diferente conductor. El chofer aparentemente era nuevo, como pudo observar desde la ventana la chica. Era un hombre robusto, de larga barba y ojos como oscuros túneles. Al detenerse largó una mirada extraña hacia la casa, como si su aspecto le diera miedo y no se bajó a abrirle la puerta al médico. Algo que a este le molestó.

Paula tuvo un escalofrío y miró hacia su espalda de manera instintiva. Estaba sola en el vestíbulo, nada parecía acompañarla, sin embargo el terror que había sentido hacía tan sólo una hora antes todavía tenía alterados sus nervios. Recordó cuando la manija de la puerta del baño dejó de moverse... había sentido la voz de su tía acercarse. Entonces abrió la puerta y vio como en el corredor no había nadie. Por las escaleras se acercaba su tía y decidió cerrar la puerta para que no la viera. El baño fue rápido, no quería por nada del mundo empezar a correr desnuda por la casa, y pronto estuvo lista.

El famoso doctor era un hombre de mediana edad. Alto, muy delgado y lucía un oscuro bigote. Como su cabello era de un blanco brillante, la joven y sus compañeras del psiquiátrico siempre se habían preguntado si no se teñiría el bigote. Paula recordó, sonriendo, el día en que Flavia se había atrevido a hacer un comentario al respecto en su presencia. El doctor se había sonrojado como un niño, dándole color a sus hundidas y pálidas mejillas. Mientras las demás fingían no reírse. Sin embargo, no había perdido su seriedad habitual, ni había pronunciado palabra alguna. Todas habían tenido que admitir que no era un hombre atractivo. Si fuera más simpático...

El hombre venía con un traje oscuro impecable, su chaquetilla de médico y su maletín brillante colgaban de su mano. Todo su atuendo estaba perfectamente planchado y limpio, ni siquiera una pelusa se posaba sobre sus anchos hombros. Su presencia reflejaba a las claras la obsesiva perfección que aplicaba en todos los aspectos de su vida. Era un hombre soltero y su trabajo era su obsesión.

Al bajar del automóvil miró hacia sus lustrados zapatos negros y lanzó una exclamación de fastidio al notar que estaban cubiertos de tierra. Paula sonrió divertida y pensó si no se estaría ahogando dentro de aquel traje... ¡Con el calor que hacía!

— ¿Ya llegó? —preguntó la señora Parker desde la cocina. Sonaba ansiosa.

Ella y su marido estaban sentados en angustiosa espera, mientras que su sobrina deambulaba por el vestíbulo.

—Sí —dijo Paula.

—Maldito y pomposo medicucho. —Escuchó como su tío decía claramente. Su esposa, avergonzada, le chistó para que se callara.

El timbre sonó en la vieja casa y la joven lo hizo pasar al vestíbulo. Se quedó un poco perpleja al ver que el chofer no se había bajado del automóvil y se sorprendió de que no deseara esperar dentro de la casa. El calor a esa hora era intenso. De todos modos, se encogió de hombros y cerró la puerta tras el médico.

El doctor ingresó a la cocina y se presentó con su habitual seriedad, adoptando una actitud de superioridad que hizo que el matrimonio Parker se intimidara un poco con su presencia.

—Bueno, Paula, ¿puedes sentarte aquí a mi lado? Sí, ahí —dijo el hombre, mientras le indicaba una silla a la chica, como si estuvieran en su consultorio. Luego él se sentó en la propia, no sin antes ver si había algo de polvo en ella.

El silencio fue prolongado. El hombre sólo los observaba callado.

— ¿Qué tal el viaje? ¿Muy largo? —dijo la señora Parker con amabilidad, luego de aquel incómodo silencio.

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