Capítulo 8 "La salvación de un salvador"

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Tenía una meta precisa en mente, aprobar ese examen sin importar lo que cueste. Una mañana de un día martes como cualquier otro, tomé mis libros y me dirigí al jardín para estudiar. Las cosas estaban un poco tensas, pues la tristeza se sentía aun en el ambiente, de hecho la mañana estuvo cargada de una brisa débil y lóbrega, en lugar de aquella divina y fresca esencia que disparaba el viento cada mañana.

-La señora Hamilton ha estado en cama las últimas cuarenta y ocho horas completas.- Dije para mí persona en voz baja al voltear y observar detalladamente la entrada de la casa. En ese momento me recogí del suelo y me senté en una pequeña silla de madera acompañada por una mesa del mismo material que el señor y la señora tenían en su jardín.

-También tengo cuarenta y ocho horas sin verte...- Helena tus susurros son como gritos en la oscuridad, se pueden escuchar, más no observar. Te podrán oír gritar pero jamás verte aullar.

No podía estudiar tranquila sin saber de él, o sin notar mejoría en el estado de ánimo de los Hamilton. Estaba acostumbrada a ser yo la que estuviera rodeada de tragedias, pero aquí sólo las observo sin poder hacer nada. Nadie nunca me ayudó a levantarme cuando lo necesitaba pero sentía la necesidad de hacerlo por los demás, lo que me hubiese gustado que alguien alguna vez hiciera por mí.

A los lejos noté su silueta acercándose junto con su guitarra, realmente era él o sólo eran mis fantasías o deseos de saber que se encontrará bien, quería verlo, apoyarlo, abrazarlo, sentirlo, era más que un deseo, era una necesidad de tenerlo conmigo.

-Paul- Me puse de pie y lo vi acercarse.

-Helena- Una vez más me miró con esos ojos llenos de dolor pero de alivio, esa presencia sanadora de cualquier mal que pudiera atacar.

Me entregué a sus brazos y me recosté en su pecho, esta alegría indescriptible de volverlo a ver recorría en mi cada vez más fuerte y con mayor intensidad.

-Eres un idiota, como me vas a dejar así de preocupada.- Regañé con algunas lágrimas en los ojos. Helena pero que imbécil eres.

Paul sólo me correspondió el abrazo y me guió hasta la mesa para tomar asiento.

-Lo siento.- Pidió apenado.

-No tienes de que...- Callé de inmediato.

-Helena sentí miedo.- Dijo con la mirada al suelo. Odiaba verlo con la mirada al suelo, porque me recordaba a mí con mi padre, siempre le bajaba la mirada en señal de cobardía, no lo enfrenté ni una vez, no importaba que hiciera conmigo o con mi madre, siempre lo dejaba y eso a él lo llenaba de fuerzas para seguir humillándome.

-Paul...- Intenté explicarle la situación en casa de los Hamilton pero... ¿En serio era conveniente darle más malas noticias?

-¿Qué pasó allá...?- Desvié mi comentario hacia lo que realmente quería contarle por una pregunta que quizás el no quiera responder.

Paul levantó su mirada, pero esta vez era diferente, está estaba llena de frialdad, oscuridad y prejuicio, sentí miedo y arrepentimiento por haber echó esa pregunta tan indebida. Sin embargo, Paul sin ningún tipo de rodeos o escenas, me relató todo lo que pasó.

Aquella mujer llegó marcando mi partida fue todo lo que preservé más sin embargo Paul fue quien del resto se encargó. Me dijo que un temor hilarante se apoderó de él, su mente quedó en blanco y a penas sentía como su corazón latía, el público se dispersó y aquella mujer lo bombardeó.

-Se que estuviste por mi casa- Empezó fría y controladora, su mirada era tan seca como las esquinas que quema el sol.

-¿A caso ya te retractaste o simplemente te cansaste de fracasar tanto?- No podía creer que aquellas fueran palabras de una madre a su hijo.

Paul y Helena Donde viven las historias. Descúbrelo ahora